Opinión
Ver día anteriorMiércoles 13 de septiembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Humana sed de sol

N

uevamente anfitrión, dejo con ustedes a la nayarita Alma Vidal y el mexiquense Raúl Acosta hablando de viejos talleres que coordiné, trabajo que creo sólo en verdad conocen quienes lo han vivido (el espacio, disculpen, obliga a la edición):

1. Me resulta conmovedor evocar esos días de entrega; era llegar dispuestos a sentirnos parte y todo desde la mañana hasta bien entrada la tarde, metidos en las mejores cosas: amor, dolor, vida y muerte, enunciados en poemas que fueron construyendo un colectivo de inquietudes, revelaciones, vocaciones. No sabría decir qué sería de mí sin el taller, al cual siempre agradeceré su pacífica enseñanza. La poesía abordada desde su forma artesanal es remedio para afrontar al mundo; soplo creador mediante el que desde una pieza de papel se respira la claridad de lo indecible, se invoca la clemencia, se palpa lo distante. La poesía venía a trastocar la apariencia de las cosas, el tiempo dejaba de ser un recorrido de horas para convertirse en ascua, esa brasa que enciende la emoción de armar con versos el andamiaje que resiste al dolor, el abandono, la ausencia y la nostalgia. Me ilusiona volver a transitar los paisajes verbales que despiertan los talleres, encontrar mejores rumbos a la espesa modorra sabatina, escuchar cómo repican las campanas cuando brota el poema, y cambiarle los colores al día, hacer del domingo un sol que se queda encendido en la memoria.

2. Una especie de sed me llevó al taller. Al coordinador lo había conocido a través de amigos de la universidad. Un par de conversaciones me mostraron el valor profundo de su mirada y reflexiones. Me animé a participar en uno de sus talleres. No quería ser yo ya sólo consumidor –por ávido que fuese– de lecturas, películas, obras de teatro, exposiciones… Buscaba de alguna manera ser parte de, no sólo respirarlo. No me esperaba lo que sucedió: una especie de rearticulación de mi entonces incipiente sensibilidad estética; ni me es posible describir el taller. Fueron ejercicios inesperados, momentos excepcionales, melodías entrecortadas. Un halo ritual. Suspiros compartidos. Disposición a experimentar con percepciones e ideaciones. Después, silencio. Atención. Un cambio evidente es que dejé de habitar lo artístico como algo privilegiado, como sustancia superior. Y lo descubrí como accidente, victoria, camino, naturaleza. No fui ya el mismo.