s lugar común decir que la opinión pública más general está contra las instituciones establecidas y que ese motivo será uno de los factores determinantes de los procesos electorales de 2018. En efecto, todo parece indicar que es así, lo cual, por cierto, no es privativo de nuestro país y de nuestra sociedad, sino que se ha extendido en el mundo, con resultados imposibles de calificar necesariamente como positivos, ya que, por ejemplo, Donald Trump parece también el resultado de un sentimiento muy extendido antipolítica de Washington, con el nefasto resultado que todos conocemos.
Todo indicaría que el Brexit resultó también de un sentimiento antiestablecimiento como el señalado, y es probable que lo mismo haya ocurrido con movimientos de oposición en países europeos, con diferentes resultados, no necesariamente exitosos. Decíamos que en México parece configurarse un movimiento así, pero con peculiaridades propias, como no podría ser de otra manera.
Tras 90 años de priísmo que han cubierto esencialmente el horizonte político del país, con puntos altos y bajos, como es natural, parece que se llegó a un nivel de saturación que parece ya inadmisible, con el que ha tenido que cargar Enrique Peña Nieto, el último presidente de la dinastía priísta, quien además, según se opina, ha resultado particularmente mediocre. Pero insistimos en que la convicción generalizada es la de que el país no puede seguir por la misma ruta, y repetir al infinito otro sexenio de falsas esperanzas en que ni el partido (PRI) ni su candidato cumplen con los elementales compromisos de campaña.
Naturalmente la o las oposiciones cobran diferente contenido. En México, la principal oposición por mucho se ha concentrado en Andrés Manuel López Obrador, representante de la izquierda que, según lo ha caracterizado muy recientemente Enrique Semo con plena razón es el líder de un movimiento social. Un movimiento que se ha ido constituyendo a lo largo de 25 años. Ese movimiento social es la respuesta a innumerables humillaciones, expropiaciones, agresiones, vejaciones, cometidas durante los 30 años de los gobiernos que han venido aplicando sin interrupción un proyecto neoliberal. Gobiernos que han sido expresión fiel de la oligarquía mexicana, sus socios internacionales y sus representantes políticos por excelencia que son el PRI y el PAN
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A lo anterior, debe agregarse la idea de AMLO (también recogida en su artículo por Enrique Semo) de que la desconfianza en las instituciones, e incluso el desprecio por ellas de una mayoría ciudadana, se debe esencialmente a que están secuestradas y en manos de unos cuantos en México, precisamente de la oligarquía gobernante, que no es sólo el gobierno en sentido estricto, sino los adinerados del país, sabiendo que tal situación debe corregirse radicalmente, como uno de los principales objetivos del partido de izquierda que ha construido (Morena), sino que en esa acción política, por definición, está incluida una ampliación de la democracia en México, que es en realidad otro de los objetivos principales del mencionado partido de la izquierda, es decir, una democracia que se amplíe para ser participativa y plantearse a fondo los principalísimos pendientes de la sociedad, de la economía y de la política en México: la mayor igualdad posible en la distribución de la riqueza y de las oportunidades (sobre todo) de los jóvenes.
Pero veamos que la tarea no es nada fácil, empezando por el que, por lo pronto, se ha unido la derecha prácticamente en todos sus aspectos para impedir que el partido de López Obrador gane las elecciones presidenciales en 2018. Desde luego resulta impresionante la repetición continua, la publicidad incesante, con los más burdos argumentos, de que fracasará López Obrador en sus aspiraciones presidenciales.
Temo, sin embargo, que esa publicidad concertada y pagada desde lo más alto redundará a la postre en beneficio de AMLO, pues resulta tan obvia la operación que es muy probable que las críticas al lopezobradorismo se reviertan y al final lo favorezcan. En un mundo en que el antiestablishment se ha generalizado a un punto superlativo, sobre todo también entre los jóvenes, las prédicas de lo establecido
se convierten fácilmente en el discurso contrario. El hecho es que, en este caso, la publicidad tan vulgar contraria a uno de los muy pocos actores políticos sobre los que ha puesto la ciudadanía su mirada, puede convertirse en resultados contrarios a los perseguidos. El hecho escueto es que AMLO sigue prevaleciendo en las encuestas como el favorito, y esto tiempo después de que se concertaran en su contra buen número de poderosos en la política y en la economía, y habría múltiples signos de que no se debilita, sino que sigue en su posición de fuerza indiscutible en relación con las preferencias.
De todos modos en política no hay hechos consumados hasta que tienen lugar, y obviamente los partidarios de AMLO han de seguir trabajando arduamente para que se sostenga su actual nivel de preferencias. Por lo demás, todo indica que será así. Sobre todo viendo el espectáculo cuasi grotesco
de varios de los otros partidos políticos que han sido importantes en México, y que seguirán siéndolo. Pero sus riñas internas han sido por el momento un espectáculo tan grave y lamentable a los ojos de la ciudadanía, que difícilmente podrán ganar o conservar siquiera el nivel de popularidad que hubieran alcanzado. El hecho es que también este espectáculo de otros partidos políticos aspirantes
los ridiculizan y contribuyen de una manera o de otra, directa o indirectamente, a reforzar la popularidad de AMLO, que sigue sosteniéndose a la cabeza de las encuestas, a pesar de que muchos quisieran encontrar o construir a cada paso obstáculos adversos a su candidatura.
Por supuesto, estoy muy lejos de sostener que los dados en el juego tienen ya un resultado. Como siempre en política, y en muchas otras actividades de la vida, son posibles las sorpresas y lo inesperado. Pero veamos que también es muy posible el triunfo de AMLO en 2018, que deberá ser lo bastante amplio como para hacer imposible el éxito de los fraudes y de las trampas que pudieran presentarse a última hora, o al último minuto.