Llega a 50-0 y deja atrás al legendario Rocky Marciano
Domingo 27 de agosto de 2017, p. a31
Floyd Mayweather ganó todo. El negocio fue redondo. La pelea, un ejercicio de tablero preciso e impecable, como si desde antes de la campana supiera qué ocurriría en cada segundo. Venció con paciencia y dominio sicológico al peleador de artes marciales mixtas Conor McGregor en Las Vegas.
Mayweather ganó su pelea número 50, ahora ha vencido a destiempo también a Rocky Marciano, quien se fue invicto con 49 combates. Ahora puede irse con el ego intacto y los bolsillos desbordados.
Ganó desde que subió al cuadrilátero. Mayweather llegó enmascarado, vestido de negro como verdugo y brillando de dorados para insistir en que nadie le ha ganado en el boxeo ni en la acumulación de dólares.
Mientras les explicaban las reglas, McGregor tenía la mirada lejana, como si tratara de convencerse de que tenía sentido lo que hacía en ese cuadrilátero, en ese deporte tan distinto al que lo hizo famoso.
El primer episodio fue el bocado que sació el morbo que hizo posible esta pelea. McGregor salió disparado a demoler a Mayweather, pero eso no fue posible. No ante el amo de la defensa, de la contorsión evasiva. Floyd es un ilusionista que engaña a los oponentes: ahora lo ven, ahora está lejos e inalcanzable.
Conor fanfarronea, quería sacar al rival de sus casillas. Se fue hacia el frente sin freno, plantado sin la ligereza que requiere un boxeador que salta sobre las puntas, pero sin consiguir descifrar los códigos de ataque en el boxeo, esos que domina Mayweather.
Avanzó el combate, y el ímpetu de McGregor se empezó a descomponer ante el juego sicológico que impuso Mayweather. ¡Cómo conservar la cordura ante un oponente al que no se le puede lastimar, que desaparece! El irlandés se desesperaba y empezó a tratar de sujetarlo, de golpearlo, si no como exige este deporte nuevo para él, sí tundirlo como fuera, como ha hecho siempre en el octágono.
Y en el tercero, McGregor ya no pudo controlar su instinto de artemarcialista, con golpes de martillo y a la nuca, esos ataques que su cuerpo tiene memorizados para sobrevivir en el octágono.
Pero Mayweather reaccionó en el cuarto episodio. Parecía tarde para un peleador de su prestigio y ante el riesgo que representaba el irlandés. Demostró que también puede meterse como una bala y golpear al oponente. Sacudió con la derecha a McGregor, para recordarle quién es quien sabe de este oficio.
Y llegaron a la mitad de la ruta. McGregor nunca ha peleado más de cinco episodios en su disciplina. Se notaba fatigado y cada vez más lento. Mayweather empezó a alimentarse de la situación, a volverse dominante, metiéndose con mayor confianza a sacudir al irlandés.
Mayweather ya era Mayweather. Quizás sólo se resguardaba. Nunca ha improvisado. Como si esperara el momento de que McGregor estuviera jadeante y perturbado por no poder hacer lo que suele en UFC.
McGregor ya había perdido la pelea. Ya no sabía cómo responder, ya sin potencia ni velocidad, mientras enfrente, cada vez más repuesto, Mayweather, se nutría del deterioro del oponente.
McGregor parecía a punto de desfallecer. No por golpes sino por fatiga. jadeante, sin aire. Mayweather lucía impecable. El décimo fue doloroso por compasión. El irlandés es un gigante tambaleante que ya no puede ni meter las manos. Mayweather es el dueño de la puesta en escena, golpea y detienen la pelea. Nocaut técnico.