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México SA

TLC: EPN, en la encrucijada

¿Fin de la competitividad?

¿Quién se retirará primero?

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Bajos salarios y exigües pensiones. Durante años, el tremendo atractivo para atraer inversión extranjera ha sido la política de contención salarial. El panorma para los trabajadores mexicanos es sombrío durante la vida laboral, por los salarios que perciben, pero también después del retiro, como se documenta en esta misma secciónFoto José Antonio López
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o inician formalmente las negociaciones del TLCAN, pero ya el salvaje de la Casa Blanca echó un buscapiés al gobierno peñanietista, que puede convertirse en paloma tronadora, porque pega en el centro de la estrategia mexicana desde los tiempos salinistas, que no es otra que anclar la competitividad comercial del país en salarios 10 o 15 tantos inferiores a los que se pagan, por la misma tarea y con idéntica calidad de mano de obra, en Estados Unidos y Canadá.

Desde luego que tal estrategia tiene otros generosos atractivos, como los fiscales y de infraestructura urbana que alegremente dona el gobierno federal y uno que otro estatal, para que las trasnacionales instalen sus plantas productivas en territorio mexicano, como en los casos de Ford en Sonora, General Motors en San Luis Potosí y Guanajuato, Nissan en Aguascalientes, Volkswagen en Puebla, Honda en Jalisco o, la más reciente, Kia en Nuevo León, por sólo citar algunas de ellas.

Pero de muchos años atrás el gran pilar, el tremendo atractivo, el gancho para atraer inversión extranjera –y a ésta garantizarle pingües utilidades– ha sido la política de contención salarial, útil también –cuando menos hasta el año pasado– para mantener la inflación en niveles bajos.

Donald Trump ya mandó a decir que está decidido a condicionar la negociación del TLCAN a que el gobierno de Peña Nieto se comprometa a una sustancial mejoría en el nivel salarial de los mexicanos, y no por una suerte de altruismo del energúmeno, ni mucho menos por una preocupación social, sino porque de la abismal diferencia de ingresos entre su país y el nuestro se aprovechan las empresas estadunidenses –y de otras nacionalidades– para instalar sus plantas productivas en México y, según dice, cancelar puestos de trabajo allá y generarlos aquí.

Así, cuando los empresarios gringos entiendan (especialmente los del sector manufacturero) que tras la negociación del TLCAN la ventaja competitiva mexicana no existe más, o cuando menos resulta mínimamente atractiva –porque les saldría más caro el caldo que las albóndigas–, entonces no moverían sus plantas e inversiones fuera de sus fronteras, sino que las mantendrían en casa, junto con las plazas laborales. Esa es parte de la novela rosa del salvaje de la Casa Blanca.

Por ejemplo, el salario mínimo en México equivale a cerca de 55 centavos de dólar por hora, mientras que en Estados Unidos se pagan, en promedio, 7.25 dólares por el mismo lapso, es decir, una diferencia cercana a 13 tantos. Si se considera la jornada laboral de ocho horas, entonces un trabajador mexicano de dicho nivel salarial obtiene el equivalente a 4.45 dólares, mientras el gringo se embolsa 58 billetes verdes (a partir de julio pasado, en algunos estados del vecino del norte el mini ingreso subió a alrededor de 12 dólares por hora, con ganas de que en los próximos dos años ascienda a 15 dólares por hora).

Desde tiempos salinistas el gobierno mexicano cómodamente decidió poner todos los huevos en la misma canasta, la del TLCAN, y Trump tiene toda la intención de romperlos a puntapiés. Desde su campaña electoral el energúmeno advirtió que el tratado comercial es un desastre para la economía estadunidense. Nunca más (Estados Unidos) firmará un tratado como ese. Es el peor acuerdo comercial de la historia. Desde el primer día de mi administración evaluaré la permanencia dentro del tratado, según sus propias palabras.

El mismo personaje habla de mantener a sus empresas en Estados Unidos, con el consecuente incremento de la oferta de empleo para sus paisanos, y de reducir rápidamente el déficit comercial con México, que atribuye al TLCAN. Pero esas condicionantes, por llamarles así, pueden ser negociadas, sobre todo con un gobierno tan enclenque como el mexicano, pero todo indica que Trump está decidido a apuntar a la línea de flotación, es decir, la condicionante de una sustancial mejora salarial en México, algo que por lo demás el sector empresarial nacional ve con ojos de terror.

En la tienda de enfrente, la del gobierno peñanietista, no están dispuestos –según dicen– a revelar los objetivos de México en la negociación del TLCAN, porque las estrategias no se comparten (Ildefonso Guajardo dixit). Sin embargo, algunos de ellos han quedado claramente expuestos en los hechos, como en el caso del representante de Trump en México, Luis Videgaray, y la seguridad energética trilateral cacareada por el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell.

Pero el punto es que Trump ha puesto a parir a los negociadores mexicanos por el asunto salarial. Ese es su plan con maña: si el gobierno peñanietista no acepta esa condición, el salvaje de la Casa Blanca le dará las gracias, porque ello le permitiría levantarse de la mesa y cumplir con la amenaza de retirarse del acuerdo supuestamente trilateral.

Un aumento sustancial a los salarios pagados en México tendría que ser realmente importante y con una ruta crítica de corto plazo para equipararlos con los registrados en Estados Unidos y Canadá. Pero desde tiempos salinistas el gobierno mexicano en turno y los empresarios –nacionales y foráneos– están acostumbrados a pagar una bicoca con el objetivo de anclar la inflación y aumentar la tasa de ganancia del capital.

Si el gobierno de Peña Nieto acepta la condición salarial de Trump, entonces ganaría un punto adicional con los vecinos del norte (cree que lo de Venezuela le deja dividendos), pero perdería todo el apoyo –a estas alturas verdaderamente diezmado– de sus aliados naturales, los empresarios. En cambio, si lo rechaza éstos le aplaudirían y los de enfrente simple y sencillamente se levantarían de la mesa negociadora y le darían las gracias por darles el pretexto perfecto para su salida del acuerdo trilateral. ¿Por dónde caminarán los representantes de México?

Lo anterior sin olvidar las siempre sabias palabras del Secretario de Economía: Si México no logra mayores beneficios (en la negociación), no tiene sentido quedarnos (en el TLCAN). ¿En serio?

Las rebanadas del pastel

Un fuerte abrazo de despedida al querido Rius, maestro de moneros, sí, pero especialmente arquitecto de conciencias críticas y analíticas, y eterno defensor de la libertad de expresión, que la ejerció nunca libre de costos. Don Perpetuo del Rosal debe estar muy contento. Y uno más para Jaime Avilés, durante muchos años compañero en las páginas jornaleras, quien lamentablemente perdió la batalla contra el cáncer.

Twitter: @cafevega