l próximo sábado a las 12 del día, en el palacio colonial donde estuvo antes la Escuela de Medicina de la Universidad Autónoma de México (Plaza de Santo Domingo), se reconocerá la labor del doctor Alejandro Prado Abarca en el campo de la otorrinolaringología y la docencia académica. A Prado Abarca se le recuerda por su papel durante el movimiento que en 1964-1965 realizaron los médicos recién egresados en la capital del país y otras ciudades. Ese movimiento, ejemplar por la forma pacífica en que se desarrolló, lo reprimió el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Decenas perdieron su trabajo, sus dirigentes perseguidos por los servicios de seguridad del Estado y, algunos, encarcelados. Al final, el movimiento logró buena parte de sus objetivos. No sólo por sus justas reclamaciones, sino por la simpatía que despertó entre la población y quienes trabajaban en el sector salud.
Otros médicos merecen reconocimiento. Como el doctor Óscar Russo, por lustros rector del Instituto Tecnológico de Sonora, en Ciudad Obregón. Gracias a su apoyo y capacidad para sumar la colaboración de las instituciones de salud federal, local y estatal, se logró conocer hace 35 años el efecto que ocasionan los plaguicidas en la población que vive o trabaja en los distritos de riego de Sonora. Los más afectados: las familias yaquis y los jornaleros agrícolas provenientes de Oaxaca y Chiapas. Se descubrió que hasta los recién nacidos ya traían en su organismo residuos de sustancias tóxicas causantes de diversas enfermedades.
Igualmente debemos citar a los médicos de las instituciones de salud de Sinaloa que atienden a los jornaleros golondrinos
que laboran en el Valle de Culiacán. Acuden a los hospitales supuestamente víctimas de los golpes de calor
. En realidad, están envenenados por los plaguicidas. Sin embargo, estos casos por lo general no aparecen reportados en las estadísticas epidemiológicas. Pese a numerosas promesas oficiales, los plaguicidas siguen afectando la salud de los más desvalidos del país.
Complicidad oficial hubo también con los dueños de la empresa Cromatos, que funcionó por tres décadas en la zona industrial de Lechería, estado de México. Finalmente la cerraron a finales de los años 70 del siglo pasado, cuando las autoridades de esa entidad y las federales ya no pudieron negar que contaminaba gravemente el agua y el aire de la zona en prejuicio de miles de personas que vivían cerca, incluyendo a los niños de una escuela.
Los dueños de Cromatos dejaron casi 100 mil toneladas de residuos altamente tóxicos que apenas hace unos años las enviaron a un sitio seguro. Nunca fueron sancionados por el daño que causaron porque en ella tenían intereses funcionarios y políticos. Y algo para documentar nuestro pesimismo: Cromatos se transformó en Química Central y funciona en Guanajuato.
Concluyamos en plan positivo, con un hallazgo científico. Un grupo de neurólogos y genetistas (José Flores, Silvia González, Ximena Morales, Petra Yescas, Adriana Ochoa y Teresa Corona) del Instituto Nacional de Neurología, elaboraron un estudio en las comunidades indígenas de la selva Lacandona en busca de material genético que pudiera probar que esa población amerindia era inmune a la esclerosis múltiple, enfermedad neurológica neurodegenerativa de origen inmunológico compleja y con varios subtipos clínicos.
Es frecuente entre las poblaciones europeas y caucásicas. Numerosos estudios practicados entre personas de estos grupos genéticos, demuestran mayor incidencia de esta enfermedad que en los grupos amerindios estudiados, particularmente en Chiapas y Brasil.
En su trabajo tomaron muestras de sangre y ADN entre los habitantes de los grupos etarios que corresponden a la presentación de la enfermedad, para estudiar la resistencia que tenían ante la esclerosis múltiple y neuromielitis óptica. Notaron que la población mestiza estaba más expuesta a contraer dicha esclerosis. Concluyeron que la genética y, posiblemente, el ambiente donde viven los lacandones, les confiere cierta inmunidad para esta enfermedad.
Lamentablemente, esa riqueza natural que es la selva Lacandona, disminuye día a día por la deforestación.