De ocho millones de pesos y una asamblea identitaria
uestro colega, Víctor M. Toledo, nos explica qué o quién es un civilizionario (La Jornada -LJ- 20/06/17) en un artículo que pregunta al final si ya nos convertimos en alguien de esa categoría y, desde aquí, esta lectora le contesta que está luchando por serlo a cien por ciento, pero, cuando hago un recuento de lo que se necesita para lograrlo, veo que manejo (¿manejamos?) mucho blá-blá y poca acción eficaz. Entonces nos atrapa la duda, el desaliento y el dolor.
Porque, ¿qué hacemos cuando, por ejemplo, leemos que el Hospital General de México ha despedido a una reconocida física, por pedir la sustitución de material radiactivo deficiente y peligroso y, para ocultar su injusticia, compra el testimonio de una mala alumna sobre una pretendida petición de dinero para aprobarla? (LJ, 31/07/17) ¿Nos parece banal?
Cuando leemos que “a diario 70% de nuestros niños toman refresco con el desayuno –o será en vez de desayuno– cambiamos nuestros hábitos o nos metemos en los ajenos, hacemos campañas concientizadoras, reunimos fondos para hacer volantes y los distribuimos a los padres de familia y a los adolescentes, hacemos contra propaganda masiva por internet? ¿O le tememos a las consecuencias, desde la molestia de un conciudadano hasta una demanda de los monopolios refresqueros?
¿Acaso denunciamos cuando, en vez de implementarse los menús de tres comidas cotidianas propuestas para los escolares de tiempo completo y los menores de los albergues de la CDMX, se publicaron elegantes librillos de recetas redactados por los mejores chefs de la ciudad, destinados a los desayunos escolares? ¿Hicimos una huelga de hambre porque nunca pasó al Senado la Ley General del Derecho a la Alimentación? ¿Enfrenté al colega de brillante reputación por negarse a incluir en dicha Ley un léxico que obligara a una interpretación gramatical de los preceptos y se quedara ésta con indefiniciones? ¿Será que me acobardo o me falta convicción?
¿Qué hicimos, para acompañar desde el principio, a las compañeras de Macuspana que desde hace siete años luchan para obtener ocho millones de pesos para echar a andar una empresa colectiva de costureras, con 500 empleos, diseñada por el IPN, y que a cambio de las promesas gubernamentales han recibido puros palos, en sentido real, no figurado? (LJ 18/06/17) ¿Acaso fui –fuimos muchos-as, todos-as, en masa– a escuchar los planteamientos del Concejo Indígena de Gobierno, en la Universidad de la Tierra de San Cristóbal de las Casas, el pasado abril? ¿No ir fue indiferencia o algo inconfesable para cualquier buena conciencia? ¿Nos paraliza qué nos den de palos? Ciertamente es un riesgo muy presente. ¿Pero no será que nos quedamos inmóviles porque no queremos qué nos gane el clasismo y el racismo al encontrarnos en medio de las etnias, que parecen más extranjeras para los mexicanos de clase media, que cualquier gringo?
Tal vez se necesiten aún siglos de estudios sobre nuestra historia verdadera, para profundizar y abrir las heridas psicológicas y emocionales dejadas por la Conquista y las Colonias sucesivas en nosotros, los mexicanos, así llamados porque un papel dice que lo somos. Porque la lengua nos parece prestada o impuesta y la prueba está en que aceptamos la tendencia educativa gubernamental, de unos sexenios a la fecha, consistente en privarnos de nuestra propia historia y obligarnos a apropiarnos del inglés para comunicarnos entre nosotros. Porque, si no lo hacemos, somos considerados monolingües.
¡Pobres de quienes quieren ser como algún otro u otra, a quien admiran porque es o representa lo extranjero! Porque ellos serán siempre unos desconocidos para sí mismos y nunca serán capaces de reconocer cuál es su deber ser. Por lo mismo, es fundamental voltear la mirada hacia quienes nos han dado identidad, porque rechazaron la falsa superioridad española, primero, y luego la falsa superioridad mestiza.
La opción de los mexicanos es identificarse con el imperio continental –con todas sus consecuencias– o bien, con quienes no tienen problemas de identidad ni sentimientos de inferioridad, quienes han sido leales a su memoria histórica, resistiendo con su patrimonio inmaterial para salvar el patrimonio material de su porvenir colectivo. Quienes han sabido distinguir en la maquinaria tecnológica el bien posible del mal más sofisticado. Ellos son los pueblos originarios, los nuestros y los de otros territorios del mundo, con quienes podremos encontrar nuestra identidad mestiza mexicana y la fuerza para defendernos de lo que nos convierte en dinero o, y mercancías.