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La musa y poeta publica carta de despedida a Shepard en la revista The New Yorker

Sam y yo sólo éramos nosotros mismos; una amistad real, comparte Patti Smith

Escribieron al alimón la obra de teatro Cowboy Mouth

Él murió rodeado de los suyos, y en ese momento comenzó a llover; ella estaba en Lucerna, viendo el monumento al león, y comenzó a llover

 
Periódico La Jornada
Jueves 3 de agosto de 2017, p. 5

Pocas veces la traducción de dos palabras se queda corta: ¿Cómo traducir My buddy? ¿Mi amigo? ¿Mi mejor amigo? ¿Mi amigo del alma? Así tituló la musa y poeta Patti Smith la carta de despedida que dedicó a Sam Shepard, músico, guionista y dramaturgo, entre muchos otros oficios, quien falleció la semana pasada a consecuencia de esclerosis lateral amiotrófica.

Cuenta la leyenda que Patti y Sam fueron amantes en los años 70 del siglo pasado, escribieron juntos la obra de teatro Cowboy Mouth, y él participó en la versión de Smells like teen spirit, álbum de covers que Smith sacó en 2007. Eso relatan las entradas de Internet alusivas al fallecimiento de Shepard, ganador de un premio Pulitzer por su obra de teatro Buried child, además de su trabajo con músicos como Bob Dylan.

Pero Patti Smith no habla de su amante, ex amante o colaborador. Habla de su amigo, My buddy, en la despedida que le dedicó en la edición del martes de la revista The New Yorker.

Comienza así: Podía llamarme muy noche desde algún lugar en la carretera, un pueblo fantasma en Texas, una parada cerca de Pittsburgh, o desde Santa Fe, donde estaba estacionado en el desierto, escuchando a los coyotes aullar. Y las imágenes comienzan a llenar los espacios.

Encuentro en Dublín

Dos amigos que hablaban de todo en cualquier momento, pero sobre todo de escritores y libros, llamadas telefónicas desde Bolivia, donde él estaba filmando, para decirle que le llevaría un sarape. Cantó en esas montañas al lado de una fogata, canciones escritas por hombres rotos enamorados de su propia naturaleza desaparecida. Envuelto en mantas, durmió bajo las estrellas, a la deriva en las nubes de Magallanes.

A Sam, recuerda, le gustaba estar en movimiento; podía echar una caña de pescar o una vieja guitarra acústica en el asiento trasero de su camioneta, quizá también llevaba un perro, pero de seguro cargaba con un cuaderno, una pluma y una pila de libros.

En el invierno de 2012 se encontraron en Dublín, donde él recibió un doctorado honorario en letras en el Trinity College; lo que le emocionaba de ese premio era que provenía de la misma institución donde estudió y caminó Samuel Beckett, uno de los autores a los que amaba y que sabía de memoria.

“Sam me prometió que un día me mostraría el paisaje del suroeste, porque aunque viajaba mucho, yo no había visto mucho de nuestro propio país. Pero Sam tenía su mano debilitada por una enfermedad debilitante. Eventualmente dejó de empacar e irse. Desde entonces, lo visité, y leímos y hablamos, pero sobre todo trabajamos. Trabajamos en su íntimo manuscrito, como valentía reunió una reserva de resistencia mental, haciendo frente a cada reto que el destino le asignó. Su mano, con una luna creciente tatuada entre su dedo pulgar y su dedo índice, descansaba en la mesa frente a él. Ese tatuaje era un recuerdo de nuestros días jóvenes, el mío un rayo en la rodilla izquierda.

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Nuestros caminos no podían ser definidos o despedidos con unas pocas palabras describiendo una juventud despreocupada, Patti Smith y Sam Shepard, en imágenes tomadas del perfil de ella en Facebook

“Al repasar un pasaje en el que describía el paisaje del oeste, de pronto me miró y me dijo: ‘Lamento no poder llevarte ahí’. Sonreí, porque de alguna manera él ya lo había hecho. Sin una palabra, con los ojos cerrados, recorrimos el desierto americano que desplegaba una alfombra multicolor: el polvo del azafrán, luego rojizo, incluso el color del vidrio verde, verdes dorados, y luego, de repente, un azul casi inhumano. Arena azul, le dije, llena de asombro. ‘Azul todo’, dijo, y las canciones que cantamos tenían un color propio.”

Y ella recuerda entonces la rutina que compartían. Levantarse, prepararse para el día, ponerse a trabajar en la escritura, después una pausa, sentados afuera para mirar el paisaje.

No teníamos que hablar, y eso es una amistad real. Nunca incómoda con el silencio, el cual, en su forma bienvenida, es una extensión de la conversación. Nos conocíamos el uno al otro desde hace tanto tiempo. Nuestros caminos no podían ser definidos o despedidos con unas pocas palabras describiendo una juventud despreocupada. Éramos amigos, para bien o para mal, sólo éramos nosotros mismos. El paso del tiempo no hizo otra cosa más que reforzar eso.

Y fue el tiempo el que creó para Shepard nuevos y mayores retos, pero ellos siguieron trabajando hasta terminar el manuscrito. Nada quedó sin decirse. Cuando me fui, Sam estaba leyendo a Proust.

Sam murió rodeado de los suyos, y en ese momento comenzó a llover. Patti estaba lejos, en Lucerna, viendo el monumento al león, y también comenzó a llover. Se imaginó de nuevo en Kentucky, con los libros de Sam alineados en las repisas, sus botas cerca de la pared. Me imaginé sentada en la mesa de la cocina, alcanzando esa mano tatuada.

Y recordó que hace muchos años Sam le envió una larga carta donde le hablaba de un sueño que no quería que terminara nunca. Él sueña con caballos, y le pidió al león que lo recibiera con un caballo campeón, y le dijo que Sam no necesitaría silla de montar.

Patti Smith se encaminó a la frontera francesa, con una luna creciente levantándose en el cielo oscuro, y se despidió de su amigo. My buddy.