implifica un personaje complejo para sobajarlo y demeritar su lid contra la maquinaria eclesiástica de la época. El enfrentamiento de Martín Lutero y posterior ruptura con la Iglesia católica romana es presentado de forma estigmatizante por María Elvira Roca Barea en un artículo publicado por El País y titulado Martín Lutero: mitos y realidades
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Las lecturas y evaluaciones sobre el movimiento iniciado por Lutero se multiplican exponencialmente conforme se acerca el 31 de octubre, mismo día pero de 1517 cuando el monje agustino hizo públicas las 95 tesis contra las indulgencias. Abundan los acercamientos hagiográficos, que presentan a Lutero como una persona inmaculada, quien de manera heroica y casi solitaria enfrentó al poder eclesiástico romano encabezado por el papa León X y quienes le sucedieron en vida del teólogo germano. Son exaltaciones acríticas, hechas por ingenuidad histórica o por interés teológico y político. Circulan investigaciones que reflejan la heroicidad de Lutero, pero también sus fallas o complicidades con los excesos del poder político. En este tono va el volumen de Lyndal Roper, Martin Luther: Renegade and Prophet (Random House, Nueva York, 2017). La traducción al español está disponible en formato digital. La versión impresa comenzará a ser distribuida en septiembre, bajo el sello de Taurus, en la serie Memorias y biografías.
Además de los dos enfoques mencionados está una tercera óptica cuyo objetivo es resaltar las zonas sombrías, que son varias, de Lutero y desconocer o invisibilizar los aportes, que son muchos, del teólogo germano al proceso democratizante de la sociedad. Lo escrito por María Elvira Roca en El País es muestra de tal acercamiento.
Lo publicado por la autora en el diario español es una síntesis de partes de la obra que le publicó Siruela el año pasado, que tiene por título Imperofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el imperio español. La solapa del texto señala que ella ha trabajado para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y enseñado en la Universidad Harvard.
En Imperofobia su autora sostiene que la buena salud de la leyenda negra sobre el imperio ibérico que colonizó gran parte de lo que hoy es América Latina “está relacionada con la propaganda antiespañola y los prejuicios protestantes […] la hispanofobia pertenece a una clase de racismo que, por su nacimiento vinculado a un imperio vive bajo el camuflaje de la verdad y arropado por el prestigio de la respetabilidad intelectual. […] Las propagandas antimperiales son un proceso de demonización que parte de la realidad y alcanza el esperpento” (pp. 29, 32 y 34).
Afirma Elvira Roca Barea que la empresa colonial española en tierras del llamado Nuevo Mundo ha sido distorsionada y mitificada para mal cuando se la presenta como devastadora de los pueblos indios. Considera que Bartolomé de las Casas contribuyó grandemente para desprestigiar a los colonizadores españoles. Incluso hace un paralelismo entre quien fue el primer obispo de Chiapas y un crítico de la beligerancia estadunidense, Noam Chomsky (quien con frecuencia ha publicado en La Jornada). Ambos han sido dispensadores de un producto del que existía una gran demanda. Se exagera sobre su importancia individual. Ambos encontraron una causa de gran repercusión a la que servir y de ella obtuvieron buenos beneficios en forma de notoriedad social, respeto intelectual y moral, y provecho material. Es el haberse puesto al servicio de los prejuicios antimperiales lo que los llevó a la cumbre y los convirtió en personajes históricos
(p. 75). Por el mismo camino va en una entrevista en la que denigra a Las Casas y Chomsky.
Desde la premisa de lo escrito en El País, con la que pretende explicar los orígenes de la rebelión de Martín Lutero, María Elvira Roca confunde las causas de la crítica del teólogo con los resultados que hubo en buena medida por la cerrazón y autoritarismo de la jerarquía católica romana. Por cierto que guarda silencio al respecto. Dice que “hay en la figura de Lutero un componente de heroísmo a toro pasado […]. El cisma luterano es la manifestación de un problema político, y haberlo mantenido en el orbe de lo religioso enturbia completamente su comprensión”.
Roca Barea incurre en un ostensible error cuando intenta presentar a Lutero como un analista geopolítico, consciente de los intereses y fuerzas que se disputaban la hegemonía en la segunda década del siglo XVI. Por supuesto que la rebeldía de Lutero tuvo repercusiones sociales, políticas y económicas, pero ellas fueron el resultado, a veces no buscado, de acciones estimuladas por un descubrimiento teológico que lo convenció de hacer frente a un entramado doctrinal y eclesiástico que, desde su óptica, tenía cautivos principios y enseñanzas centrales del Evangelio para privilegiar doctrinas y tradiciones que lo contravenían. Su intención, coincido con Alec Ryrie, “no era tratar de modernizar al mundo, sino salvarlo. […] Cuando alzó su voz en una protesta local no intentaba iniciar un incendio. Estaba expresando su reciente descubrimiento espiritual y argumentando acerca del mismo […]. Quería renovar la Iglesia, no destruirla” (Protestants: The Faith that Made the Modern World, Viking, Nueva York, 2017, pp. 2, 16 y 18).
La luterofobia de María Elvira Roca Barea recorre todo su artículo, y se le puede aplicar lo que ella dice, con justificada razón, de quienes mitifican a Lutero: se non è vero, è ben trovato.