Opinión
Ver día anteriorMartes 1º de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad Perdida

Pretendieron tapar el socavón

Incógnitas del caso Tláhuac

Denuncias sin respuesta

P

ara tapar el socavón del Paso Exprés en el libramiento carretero de Cuernavaca, y sus consecuencias políticas, no fue necesario el talento de los ingenieros mexicanos, ni toneladas y toneladas de cemento, ni siquiera toda la tierra de sus alrededores, tal vez sólo bastó la angustia de algunos y las aviesas intenciones de otros para sacarlo de las primeras planas de los diarios, con lo que eso significa, y meterlo, en un abrir y cerrar de ojos, en el cajón de las historias de horror e impunidad que sellan este sexenio.

Era cosa de habilidad, de eso tan simple que se conoce como tapar un hoyo con un hoyo; es decir, hacer un escándalo tan grande que arranque al que transcurre de la sentencia pública, y si por ahí, para dañar al contrario, como en el billar político se alcanza a medir la fuerza del golpe y su efecto, ¡qué mejor!

No podemos asegurar que así fue, pero el caso Tláhuac tiene tantas incógnitas que nos hace reflexionar, pensar en el operativo y sus consecuencias, y hallarnos con datos que suenan a falsedades y a negaciones que huelen a realidad.

Primero: ¿cómo es posible que la red que tejió El Ojos en toda la delegación, y que tenía a su servicio a cientos o a miles de conductores de motos y bicitaxis no vieran ni avisaran a su jefe, al que un par de días después llorarían en el panteón, que un número indeterminado de marinos y uniformados, apoyados con vehículos de combate, irrumpían en sus tierras e iban hacia el lugar en donde él, El Ojos, tenía sus oficinas?

No es posible dudar, sin embargo, del control que ejercía sobre los conductores de esos vehículos de transporte, seguramente les pedía una cuota, pero les había dado trabajo, y aunque los datos sobre las tasas de desempleo en Tláhuac sean menores en porcentaje a las de otras partes de la Ciudad de México, según datos oficiales, el desempleo bajó considerablemente porque los permisos para bicis y mototaxis aumentaron hace tres años hasta 200 por ciento.

Los datos que se tienen sobre la violencia en Tláhuac nos advierten que en noviembre de 2013, un grupo de vecinos de siete colonias de esa delegación amenazaron con crear un equipo de autodefensas, debido al aumento de la criminalidad. Casi un año después Vianey Esquinca, conductora de un noticiario por televisión, señalaba el 20 de agosto de 2014 que la amenaza de fundar las autodefensas iba en serio, y después, en la segunda semana de julio, varios medios comentaban la misma situación.

Las denuncias siguieron y frente a esos grupos que decían, entre otras cosas, que los más afectados por el crimen eran los mototaxistas, nada se hizo; parecía que la situación no resultaba tan grave como alertaban los pobladores.

Tal vez por eso, y porque los cientos de ojos –pagados para avisar de cualquier amenaza– que vieron entrar a los marinos con trajes de combate y apoyados con vehículos blindados y artillados no esperaban que para ir por un delincuente de medio pelo se tuviera que montar tal operativo, y por eso nadie dio la voz de alarma.

Sería inútil negar que en una de las delegaciones más abandonadas de la ciudad por su gobierno el crimen no floreciera, pero que la versión de que El Ojos y su pandilla hubieran construido una organización que penetrara a la policía, al gobierno y a la sociedad misma fuera cierta, parece una especie de leyenda urbana que se montó de ese tamaño para desviar los reflectores del socavón que estaba por hundir al secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza.

Cuando menos durante una semana –la de la mayor salida de vacacionistas– el socavón fue relegado de las noticias principales, pero el dique político de Tláhuac se rompió gracias a otra declaración del mismo funcionario. El socavón volvió a su lugar, mientras Tláhuac se ha convertido en una espiral de especulaciones e historias sin fundamento que, no obstante, han hecho que por fin los ojos del gobierno volteen hacia allá. Que sea por el bien de todos.

De pasadita

Y como de todo lo malo que sucede en el país, incluyendo Tláhuac, se culpa a Andrés Manuel López Obrador, solamente falta que Ruiz Esparza, en su próxima declaración, culpe al tabasqueño de haber cavado el hoyo de su desgracia (la del secretario).