ste jueves 20 de julio, en la conmemoración de los 94 años del asesinato de Pancho Villa, el Enlace Cultural Villa-Zapata y los familiares del general Francisco Villa me hicieron el honor de conferirme el reconocimiento El Mayor de los Dorados, que entregan anualmente a quienes difunden la historia del villismo y otras cosas que prefiero no decir.
La emotiva ceremonia me permitió recordar algunos aspectos de la vida de Pancho Villa que vienen a cuento y nos permitirían entender que al igual que las naciones y las colectividades, los individuos tienen historia y son capaces de tomar decisiones que los transforman. Así, los enemigos de Villa dicen que era un criminal ignorante, que carecía de antecedentes políticos al sumarse a la revolución de 1910. Ese bandolero fue invitado a la revolución por Abraham González y, digámoslo así, explícitamente indultado y justificado su pasado bandoleril por Francisco I. Madero, que no sólo entendía que la tiranía había arrojado a Villa fuera de la ley: también sabía que los santos y los puros no bastaban a la hora de la verdad. Dos veces más Madero lo perdonaría: cuando Villa y Orozco se insubordinaron ante la decisión de Madero de no fusilar a un general federal prisionero; y cuando literalmente le salvó la vida, cuando Villa ya regalaba sus monedas en el paredón de fusilamiento. Así fue: el hombre que es emblema y símbolo de la lucha por la democracia en México, aplaudió la adhesión a su causa de un criminal y justificó su pasado. Y posteriormente lo perdonó dos veces cuando otros le advertían que era un bandido.
Tres años después, Pancho Villa, el peón semianalfabeto y sin formación política, era el jefe militar indiscutido de la más poderosa y moderna máquina de guerra que México hubiera visto, y el conductor de un auténtico proceso de revolución social. Hemos tratado de explicar ese aparente misterio de varias formas en un par de libros, para concluir que no es misterioso: las revoluciones transforman rápidamente a quienes las viven y las hacen. El cotidiano contacto con la guerra hace al guerrero, sobre todo si además de vivir la guerra, la estudia y la analiza. El trato permanente con la tragedia social y con quienes le han buscado soluciones, permite entenderlas. Y Villa no partió de la nada en 1910: tenía un profundo sentido de la justicia y odiaba con encono lo que significaban la hacienda y la dictadura.
Villa transformó la realidad de Chihuahua en beneficio de las mayorías y, en combinación con Zapata, propuso un proyecto de revolución política y social para el país entero. Pero al decirlo así juego con las personalidades: ni Villa ni Zapata por sí mismos significarían gran cosa: Villa llega a jefe de la División del Norte por elección y con el respaldo de los soldados que la conforman. Expropia los bienes de la oligarquía y los pone al servicio del pueblo por presión permanente de ese pueblo. Y esa es otra lección para estos días, cuando recorro las comunidades rurales de Guanajuato, desoladas y empobrecidas, y la gente entiende con claridad que hay un cambio posible y que depende de ellas (http://zonafranca.mx/ pueblos-sin-varones/).
Hemos probado también que, contra lo que se dice, Villa y Zapata sí intentaron tomar el poder y diseñaron una estrategia militar para lograrlo, y en la coyuntura decisiva, aceptaron en su filas a muchos de quienes se habían beneficiado, a veces hasta 1914, del antiguo régimen (http://www.jornada.unam.mx/ 2017/03/21/opinion/016a2pol).
La División del Norte fue derrotada en la serie de batallas más sangrientas de la historia de México. Desmantelado su proyecto y reducido su ejército a la mínima expresión, Pancho se negó a aceptar la derrota y provocó a los Estados Unidos. A la derrota y al rencor (¿rencor vivo, dice Rulfo?), Pancho sumó meses de fiebre escondido en una cueva mientras lo buscaban los estadunidenses, y regresa hecho una fiera. ¿Podemos justificar sus crímenes, inaugurados en San Pedro de la Cueva, Sonora, el 1º de diciembre de 1915? No, entre otras cosas, porque el papel del historiador no es juzgar ni justificar, sino tratar de comprender. Pero tampoco podemos quedarnos únicamente con esa imagen, la de quienes la usan para descalificar todo el proceso anterior.
En fin: Pancho Villa no reposa en la esquina noroccidental del Monumento a la Revolución. De hecho, su cráneo está perdido y fuertes rumores ubican sus demás restos mortales en una ignota tumba de Parral. Pancho, quien simboliza la rebeldía del pueblo, su capacidad de organización, vive con nosotros y nos es más útil que nunca. Ojalá pueda yo mostrarme digno del grado de mayor de su escolta personal que, en su memoria, me entregaron este jueves sus nietos y los nietos de Zapata.
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