os gatos tienen nueve vidas. King Crimson, que no es un gato ni dos, cumple ocho rencarnaciones. Siempre con Robert Fripp en la lira y la consola, acaba de impregnar al Metropólitan con su Radical Action Tour (To Unseat the Hold of Monkey Mind). KC VIII no trajo un proyecto nuevo, como hace otra veces para desconcierto de su siempre fiel audiencia. La banda es rica en grandes momentos a lo largo de periodos diversos, capaz de influir en el jazz de Miles Davis, Mahavishnu Orchestra y Weather Report, en la música electrónica, ya no digamos en el vasto Rock & Roll. Esta ocasión trajeron mucha música de repertorio; las novedades fueron su cóver a Heroes de Bowie y Eno y algunas nuevas rolas de Fripp y los bateristas, en las que destacan Radical Action y Banshee Legs Bell Hassle. Mas, a pesar de las apariencias, no concedieron una pizca a la nostalgia. Cada rola emerge de un magma en ebullición donde todo es nuevo cada vez.
Estas noches de julio en la Ciudad de México, donde tanto les gusta tocar, aunque no tanto como Buenos Aires, fueron como siempre capaces de fusionar toda la mezcla lograda en sus pasados 50 años, con frescura fenomenal y hasta fenomenológica. Y como querría Hegel, en progreso ad libitum. Acudió un público diverso en edades y apariencias. Quizá no exista mucho en común entre unos y otros, pero los reúne la pasión por King Crimson, que aquí se ha hecho de una firme legión de admiradores. Llama la atención sin embargo que la audiencia, en especial la más joven, se sepa, se clave y aprecie más que nada las rolas del disco inicial, La corte del Rey Carmesí (1969). De hecho, el combo de Fripp repartió en las distintas presentaciones la totalidad de aquel álbum, y la gente pudo corear a gusto. Pero ya no es lo mismo 21th Century Schizoid Man, esa oldie, tras los siglos de experiencia acumulados por Fripp y los miembros de su combo actual. Cuánto sale de ese magma hace explosión.
Cuando Jimi Hendrix dijo que King Crimson era la mejor banda del mundo, en realidad no sabía lo que decía. O sea, el grupo apenas comenzaba, no había creado 95 por ciento de la música que puebla el último medio siglo con algunos de los sonidos y experimentos armónicos y rítmicos más desquiciados y venturosos no sólo del rock sino de toda la música contemporánea de masas, con lo que ésta tiene de jazz y de candor. El buen Jimi escuchó, sí, a Robert Fripp, el guitarrista incomparable e ilimitado, pero no llegó a escucharlo después de 1980, cuando le sucedió a King Crimson lo mejor que le ha pasado desde la creación del Universo Fripp: Adrian Belew, el único guitarrista capaz de guiar a Robert Fripp, y no al revés. Mal que bien era pupilo de Frank Zappa, el verdadero padre del rock progresivo al cual King Crimson resulta consustancial.
¿Que aleación produce este metal pesado y precioso? Es cosa de ese señor de chaleco, corbata y camisa de manga larga sentado en una esquina del escenario junto a su consola, imperturbable, casi inmóvil, con audífonos, que sin salir en las fotos hace sonar una guitarra desde otro extremo de la galaxia, desde otro planeta cuando menos, y la hace parecer si quiere piano, tímpano, marimba, en elaborada fisión (Fripp dixit) de los elementos más raros de la tabla periódica de Mendeleiev (no en balde la tabla que aprendimos en secundaria es parte del diseño visual de la presente gira). No necesita tirarse al piso, girar como derviche, ni morder las cuerdas para tocar salvajemente las seis cuerdas del instrumento que no suelta ni cuando pulsa las teclas de su melotrón de tercera generación mientras modula electroacústicamente lo que sus compañeros tocan en innegable portento.
Y es que vale la pena ir por partes. Aunque eché de menos la alegría genial y la voz sin fondo de Belew, seguimos ante la mejor banda de rock del mundo, la única que no ha envejecido y sigue cambiando como si nada.
Esta vez no son las guitarras las que proyectan la máquina. ¡Cómo vendrá de pesado este tren que lo tienen que jalar tres locomotoras por delante, y no le sobran! El percusionista Pat Mastelotto, protagonista de muchas grandes aventuras crimsomeras, se hace acompañar ahora por dos comparsas con casi idéntica dotación de tambores, tarolas y demás para armarle atmósfera al virtuosismo que brota a sus espaldas. Jeremy Stacey y Gavin Harrison jalan con un Mastelotto en excelente forma a este fenómeno telúrico que insiste en llamarse King Crimson, y le sacan provecho a VROOM! y otros excesos. Proporcionan a la perfección de Robert Fripp una admirable exactitud, y son el freakshow de la noche.
A falta de Belew, el dramatismo de King Crimson recae, transformado y genial, en los metales de Mel Collins, viejo y nuevo miembro de la banda, a quien la Acción Radical debe los momentos melódicos y los líricos, así como las neurosis más críticas de la también desesperada música del Rey Carmesí. Flauta, clarinete y los saxos tenor, soprano y barítono del señor Collins vienen directo de John Coltrane, y de transmutar el free jazz en materia rocosa tras una vida entera de acompañar a los Eric (Burdon y Clapton), Dire Straits, Rolling Stones, Camel, Alan Parsons, Roger Waters y una lista larga y deslumbrante. Como Mastelotto y Fripp, Collins está mejor que nunca.
Ahora, el miembro más conspicuo de King Crimson desde hace décadas es el indispensable bajista Tony Levin, auténtico creador del Chapman Stick y de la pirotecnia bajística que marcó de origen el sonido Discipline (1981), sin duda el momento más importante del grupo, junto con el inicial In the Court of the Crimson King. Mucho le deben en sus logros Peter Gabriel, Pink Floyd, John Lennon, Tom Waits, Lou Reed, David Bowie y otros pobrecitos que se han aprovechado sin pudor de Tony Levin. Pongamos en primer lugar la grandeza sonora del pulso King Crimson, que sin él no sería igual. A México ha venido antes con esta banda, con Peter Gabriel, y en 2014 su propio grupo, Stick Men, donde también participa Mastelotto.
En esta ocasión volvió a los teclados otro viejo miembro de la banda, Bill Rieflin. Y siendo King Crimson una familia extendida se comprende la presencia de Jakko Jakszyk, vocalista, guitarrista de relleno y ex yerno de Michael Giles, el primer y definitorio baterista del Rey Carmesí. Cumple con las labores vocales que alguna vez tuvieron Greg Lake y John Wetton y funciona para las rolas clásicas, pero la fantasía guitarrística de Fripp tiene que ir sola, sin el virtuosismo y la voz de Belew, por lo cual el repertorio posterior a Discipline le viene grande, que ni qué. Por fortuna forjado en la nostálgica reunión de ex alumnos de Fripp, 21th Century Schizoid Band, Jakszyk flota airosamente en el magma de ésta Acción Radical 2017.
Por encima del sonido absorbente de una banda que no necesita espectaculares proyecciones sicodélicas ni calistenia sobre el escenario, inmóvil como si fuera la Filarmónica de Berlín, cabe señalar que todo cuanto toca Robert Fripp es un sólo y único solo sin fin, y durante más de tres horas no da respiro a un público que, al cabo de cinco noches, humanamente no puede pedir ya más de una música que, como el famoso río de Heráclito, nunca es igual.