King Gizzard & the Lizard Wizard
Post King Crimson
ara los desamparados en un mundo infestado de reggaetón, hay una deliciosa banda de rock formada en 2011 en Melbourne, Australia, en la vena del trabajo de Tame Impala y Pond (ambas de dicho país), pero más salvaje, intrincado y virtuoso: King Gizzard & the Lizard Wizard (el rey molleja y el mago lagarto). En días de King Crimson-manía, vienen como anillo al dedo, con todo y similitud cortesana en el nombre, por su estilo explorador y reticencia al cuatro-cuartos.
Inspirados en The Mothers of Invention de Frank Zappa, inquietos y prolíficos, en cada álbum buscan hacer algo distinto. Así, indagaron sonidos en Oddments y I’m your mind fuzz (ambos de 2014), Quarters! y Paper Mâché Dream Balloon (ambos de 2015; el segundo con sólo instrumentos acústicos), pero despegaron con Nonagon Infinity (2016): frenético viaje sicodélico con pizcas de progresivo y funk, y melodías pop llenas de imaginación, ejecutadas con frescura y alegría. Cero solemnidad: pura diversión. Con éste, llamaron la atención de locos como Ty Segall y The Flaming Lips.
Para 2017, el septeto prometió cinco discos. Ya han editado dos y son gran cosa: Flying Microtonal Banana y Murder of the Universe.
El plátano microtonal volador
es una proeza técnica; y para ser un experimento, es muy disfrutable y asequible, con pegadizas melodías. Y es que modificaron sus instrumentos (guitarras, bajo y batería) para alterarlos a microtonalidades (respecto de la afinación occidental dodecafónica), pero todos parejos, de forma que no se oyen disonantes entre sí. Aun así, la sensación de escuchar notas desvaídas, cual si desafinadas, arabescas, es permanente, sin que suene mal. Su alineación incluye dos bateristas y graba todo el grupo en vivo, lo cual dota al disco de gran viveza. Lo progresivo prevalece (con menos rigor siete-octavesco que en Nonagon Infinity), con algo de sicodelia e incluso jazz y kraut. Largos trances incisivos, patrones que rotan en círculos, canciones de cuatro a siete minutos, voces suaves, teclados análogos harto funkies. Espléndida, asertiva y redondísima pieza, de inicio a fin (aquí se les puede ver en vivo).
El asesino del universo
es más furioso: riffs guitarrosos de mayor distorsión, casi punk-metal, sin dejar su vena lisérgica. Composiciones progresivas (cinco y siete cuartos), proponen una ficción cyber-futurista en tres partes, llena de androides, por lo que voces robóticas van narrando historias en medio de un mayor cúmulo de teclados espaciales. Delirante, veloz, festivo.
Es reconfortante saber que aún hay músicos jóvenes que siguen amando el crujir de las guitarras y el ruido controlado, ejecutado con humor y naturalidad. No los pierdan de vista.
Perenne perfección, cero decadencia
¡Ésta debe ser la audiencia más entusiasta que jamás hayamos tenido; tras 36 años en esta banda, eso es decir algo!
, escribió en su página el gran bajista Tony Levin, tras ofrecer el viernes pasado el primero de cinco conciertos en el teatro Metropólitan, como integrante de la agrupación inglesa de culto King Crimson, la cual tras la partida en 2013 de Adrian Belew, vive una tercera etapa (con Jakko Jakszyk en voz y guitarra), más solemne en desempeño escénico, pero no menos deslumbrante, aprovechando la edición del Radical Action (to unseat the hold of monkey mind), de 2016, del cual tocaron más temas que en previos conciertos de su actual gira, seguidos por temas inusuales, para conocedores, del Islands (1971), Larks’ Tongues in Aspic (1973), Red (1974), Lizard (1970) e In the court of the Crimson King (1969); setlist total. Destacó que cada noche tocaron Heroes de David Bowie, cuya guitarra original grabó el líder, guitarrista, productor y genio de esta banda, Robert Fripp.
En esta gira, KC dará uno o dos conciertos por ciudad; sólo en México llenó cinco (julio 14, 15, 16, 18 y 19), lo cual habla de la buena salud musical chilanga, que se dejó extasiar con orden y respeto, sin tomar fotos ni video, tal como pidió el grupo, lo cual le dio un cariz de ceremonia, como hace mucho no se veía un concierto de rock en México. Tres horas, con un intermedio, duró cada noche.
El combo 2017, con una de las alineaciones más virtuosas de su historia (además de los citados, Mel Collins en metales, Bill Rieflin en teclados, los bateristas Pat Mastelotto, Gavin Harrison y Jeremy Stacey), dispuso a los tres batacos al frente y a los demás detrás, para desde su reino de discreción, refrendar su trono como ese espacio progresivo en el que la decadencia no existe tras 48 años, sino la calidad, el gozo, la potencia, la precisión, el álgebra sonoro, la perfección: universo por el que podrán pasar varios músicos, pero siempre permeará un mismo espíritu creativo, un mundo propio de polirritmia, de ciclos matemáticos y texturas excitantes, que abrevan del rock, la música contemporánea, el jazz, la sicodelia, pero sólo suenan a King Crimson. Las palabras poco alcanzan para describir la excitación cerebral y sensorial que implica presenciar esta institución, la cual no se sabe si volverá a pisar suelo mexicano. ¡Larga vida al rey carmesí! (conciertos).
Twitter: patipenaloza