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Chile De talas, brotes y recuperaciones Felipe Montalva Negativas fueron las conclusiones del informe sobre el estado del medio ambiente, publicado en 2016 por el Centro de Análisis de Políticas Públicas, de la Universidad de Chile. Al cabo de 15 años, las hectáreas de bosque nativo disminuyeron, pese a los informes en sentido contrario de la Conaf, dependiente del Estado Su sustitución por especies exóticas, como pino insigne y eucaliptus, claves en el negocio forestal chileno, es uno de los factores que influyeron en la merma de un elemento fundamental para el agua y la biodiversidad en este territorio. En Tirúa, comuna asolada por las grandes empresas forestales, una experiencia comunitaria de reforestación con bosque nativo relumbra como tenue esperanza y expande significados.
Como dos países distintos. El Informe país sobre el estado del medio ambiente, editado en abril de 2016, por el Centro de Análisis de Políticas Públicas, dependiente del Instituto de Asuntos Públicos (IAP) de la Universidad de Chile, evidenciaba lo que varias investigaciones, en los años recientes, habían adelantado: El bosque nativo chileno presenta menguas importantes en la superficie que ocupa. Si en 1997 el Catastro de Recursos Vegetacionales Nativos fijaba su presencia en 13.4 millones de hectáreas, entre 1990 y 2010 se perdieron 313 mil 921 hectáreas, de acuerdo con estudios de varias universidades. En sentido contrario, para la Corporación Nacional Forestal (Conaf), entidad dependiente del Estado, la cifra de bosque nativo ha ido en aumento, al registrar 14.3 millones hectáreas el año pasado. Para el Informe, esta divergencia tiene que ver con modificaciones en la medición. “Si bien Conaf es la institución encargada de las cifras oficiales de las existencias de bosque nativo en Chile, determinar el estado de los bosques nativos chilenos ha implicado serios problemas derivados de los cambios reiterados en las metodologías utilizadas, definiciones asumidas y de los diferentes periodos de actualización aplicados para cada región del país, los cuales no son coincidentes”, se puede leer en la investigación, disponible en internet. Otras mediciones son coincidentes y alarmantes. Por ejemplo, señalan que la disminución del nativo se debe al reemplazo por “matorrales y praderas, sustitución por plantaciones forestales y habilitación agropecuaria”, siendo las sureñas regiones de La Araucanía y Los Lagos las más dañadas. El dato no es menor. Es en el sur chileno donde se concentran las mayores extensiones de bosque nativo. Los incendios forestales, causados principalmente por el humano, son otra causa. En los años recientes, la ocurrencia de siniestros y la superficie quemada se disparó a cifras inusuales llegando, entre 2010 y 2015, a 15 mil 278 hectáreas arrasadas al año. La mega sequía en dicho periodo, en la zona centro-sur, aparece como un factor decisivo. Lo anterior lleva a considerar el impacto del proceso de cambio climático en Chile, y la ausencia de políticas estatales consistentes para encararlo, cuestión que el Informe también comenta. Y eso que, por razones de tiempo, no se consideraron las consecuencias de los gigantescos incendios de enero pasado, en las regiones de O’higgins, Maule y Bío Bío, donde también ardió numeroso bosque nativo. En Temuco, Rubén Carrillo, biólogo de la Universidad de la Frontera, confirma lo señalado en el Informe. “Lo que más ha aumentado son las plantaciones de pino y eucaliptus. No el bosque nativo”, declara. El año pasado, junto a algunos colegas, llamó la atención del gobierno y parlamentarios sobre la grave situación del araucaria araucana o pewen, quizás un caso extremo pero ejemplificador de lo que está en juego. Han solicitado que el milenario árbol, vital para la cultura mapuche-pewenche, sea declarado “especie en peligro”, activando tareas para su protección.
“En un bosque hay especies herbáceas, arbustivas, arbóreas, de distintos tamaños; hay lianas, trepadoras, plantas parásitas, epítifas; hay una rica actividad microbiológica desde el suelo. Hay fauna, y una serie de interacciones. Siempre asociados a los ecosistemas vegetales naturales están los manantiales, que impactan en el resguardo de la humedad”, señala. “Las plantaciones son ecosistemas simplificados y elaborados por el hombre. Esto es lo que las empresas forestales, a través de los medios de comunicación, han tratado de instaurar diciendo ‘plantemos bosques’. No es así”. De cuando llegaron las plantaciones. En castellano, Tirúa (Trurwa), puede traducirse como “lugar de encuentro”. Algunos también le otorgan la cualidad de sitio donde juntarse y preparar alguna acción. La comuna se emplaza en un territorio mapuche con muchas historias. Al extremo sur de la provincia de Arauco, región del Bío Bío. En plena zona lafkenche (mapuche del mar), donde lomajes y montes concluyen en el océano y el horizonte es cortado por la isla Mocha. Carmen Carrillo vive en el sector llamado Alto Primer Agua, pero el vital elemento no abunda precisamente allí. Tiene 47 años, y recuerda cuando era niña: “Andaba a pata pelá y el terreno era esponjoso” por lo húmedo. “Ahora no. Hay puro pino. La gente les vendió a las empresas forestales. O la misma gente plantó pino y eucaliptus porque el campo estaba muy malo. Las cosas que el campesino produce, como las papas o el trigo, no le daban para vivir. Además, el Estado les bonificó, entonces lo mejor fue plantar”, dice mientras ceba un mate. Su historia es similar a la de otras mujeres campesinas de Tirúa. Mapuche y chilenas. Un pasado donde generosas vertientes bajaban desde los winkul (montes), donde había menoko (nacimientos de agua). Atravesaban bosques de ulmos, coigües, lingues y ñefn (avellana nativa). En esos sitios eran incontables los arbustos tales como el maqui. También existían hierbas, cortezas y semillas usadas como lawen (medicina). “Si uno echa el casete atrás, piensa lo que antes teníamos. Si lo valoráramos ahora, era harto. Yo me crié muy pobre pero no muerta de hambre. Había mucha comida: leche, queso, mutilla, maqui, chupones... Ahí uno se da cuenta de cómo ha cambiado”, complementa Carmen Carrillo. Hoy el paisaje de Tirúa, así como de decenas de comunas cercanas, está caracterizado por las plantaciones de especies exóticas como el pino insigne, radiata y eucaliptus globulus, las “joyas” del negocio forestal chileno. El cambio comenzó a fines de los años 80’s y se agudizó en democracia. Según el Censo Forestal y Agropecuario de 2007, el 48 por ciento de la superficie de Tirúa está cubierta por plantaciones. Acá están presentes las empresas forestales predominantes del modelo: Arauco, Mininco y Volterra. No únicamente con predios propios. Son numerosos los pequeños propietarios que han plantado para luego vender la madera aserrada a las grandes empresas. Mediante el Decreto Ley 701, promulgado durante la dictadura y aún sin derogar, el Estado subsidiaba el cultivo. Así las cosas, es probable que las cifras de hace diez años hayan empeorado.
Las consecuencias sobre el agua han sido devastadoras. Son numerosos los sitios de esta comuna que deben ser abastecidos por camiones aljibe. Jimena Painen vive en un sector llamado Las Misiones, a metros de un aeródromo. Nació y creció en este lugar, hasta que, junto a su familia, viajó a Santiago a trabajar. Al retornar, advirtió los contrastes: “Mi papá plantó todo de euca y ahí se notó el cambio. Mi abuelito recibió bonos y plantó hectáreas y se acabó el agua”, relata ella, que incluso trabajó en un vivero de eucaliptus (“se daban rápido como lechuga”, ilustra). La mujer añade, que en sectores vecinos incluso han ocurrido peleas entre los comuneros debido a la escasez del vital elemento. Además, otro hecho le hizo constatar cómo había cambiado el paisaje: “Un día decidimos ir a buscar los frutos (del bosque nativo) pero nos dimos cuenta que ahora había que hacerlo en vehículo; había que salir muy lejos”, cuenta. Cerrar cuencas. Hace tres años, desde la Dirección de Desarrollo Comunitario de la Municipalidad de Tirúa, y en específico desde la Oficina de Mujeres, empezó una iniciativa que podría cambiar tal panorama. “En marzo de 2014, durante el Mes de la Mujer, realizamos encuentros y se problematizó la situación de las [empresas] forestales”, cuenta Susana Huenul Colicoy, de 34 años. Ella había arribado poco antes desde Santiago con un anhelo: regresar a trabajar a Wallmapu, el país mapuche, junto a organizaciones sociales. Las reuniones tuvieron la modalidad del nütram, es decir, la conversación mapuche. “A muchas mujeres les hizo harto sentido reflexionar en cómo la forestal, que lleva tanto tiempo instalada acá, era la causante de problemas graves de agua”, recuerda Susana Huenul. El resultado de aquellos nütram fue la configuración de un nuevo eje de trabajo de los grupos de mujeres, donde el municipio comenzaría a alejarse del rol de asistencia, y se transformaría, más bien, en un instrumento de apoyo de los procesos comunitarios. Durante 2014 se efectuó la primera campaña donde se entregaron árboles a los grupos y se sensibilizó en la importancia del bosque nativo. “Nadie tenía este conocimiento. Yo, la verdad, tampoco... Luego de las capacitaciones, es donde uno empieza a despertar”, recuerda Carmen Carrillo, dirigente de una de las agrupaciones de mujeres.
Una medida que se hacía urgente era erradicar plantaciones del nacimiento de las aguas. Ejemplo Algunas mujeres comenzaron a concretar esto en sus propios predios. Había que “cerrar cuencas”, es decir, “sacar el pino y el euca, cercar para que no entren animales y volver a plantar con nativo para que haya agua, otra vez”, explica Carmen Carrillo. En paralelo, las mujeres empezaron a recorrer lugares donde aún existía bosque nativo, para recolectar algunas plantas y reforestar en los suyos. En tales salidas las acompañaron hijos y familiares. Se recuperaron saberes antiguos. A la vez, aparecieron otras reflexiones: “A mi papá le costaba entender... Le costó sacar los euca del agua. Él antes botaba los canelos”, relata Jimena Painen, del grupo Milla Rayen. “Él decía que a los siete años sacaba su metro ruma y tenía su plata. Ahora no, vamos a buscar los canelos con él”. Contra el asistencialismo. En 2015, algunas mujeres se interesaron en la idea de crear viveros con especies nativas. Por medio de éstos se dispondría de las plantas necesarias. En 2016, partieron los primeros grupos con un total de 18 integrantes. Este año pretenden ampliar a tres viveros. Otro objetivo de los criaderos era que las mujeres accedieran a una iniciativa productiva, comercializando plantas. “La política pública de los bonos es muy fuerte, entonces es un desafío desarrollar alternativas a esa política asistencialista. Acá se puede intencionar una política local que permita desarrollar iniciativas con las bondades que ofrece el territorio”, señala Susana Huenul. Al visitar su vivero, Carmen Carrillo nos cuenta que el nativo es difícil de producir. Muestra las almacigueras. “Hay que tener harta dedicación”, dice. El proceso de hacer almácigos toma de agosto a septiembre. “Se requiere mucha humedad, con arena y tierra de hoja. La semilla hay que ponerla al refrigerador porque hay que hacerla hibernar”, relata. Una vez que la planta ya está crecida, se traslada desde la almaciguera a una bolsa con tierra. Viene el “endurecimiento”, es decir, sacar al exterior la planta para que se aclimate. En el lugar se aprecian matas de maitén, roble, olivillo, lingue y ulmo. Algunas han sido producidas mediante otro sistema llamado “por estacas”. Es el caso del chilco (de uso medicinal y muy relevante para recuperar el agua), la salvia y el corcolén. Recuperaciones. “Algunos ingenieros forestales nos han hablado de esta tríada básica para el ciclo de la vida, que es agua, bosque y suelo”, indica Susana Huenul. “Desde el mundo mapuche también se concibe todo conectado. De este modo, la gente no puede trabajar la huerta si no tiene agua o si los suelos están erosionados, afectando un derecho básico como es el derecho a la alimentación; o la soberanía alimentaria que la entendemos como el derecho a decidir cómo alimentarnos y producir los alimentos”, dice. La recuperación del bosque nativo conlleva muchas cuestiones. No sólo es traer de vuelta árboles, cuyos frutos como la mutilla y el ñefn sirven como base para alimentos y bebidas. O los hongos asociados, como changles, gargales y diweñes, y sus diversas propiedades medicinales. También contiene una recuperación de saberes: “El despojo a los mapuche no fue sólo de tierra sino también de conocimientos. Entonces, en la medida que se active la memoria, se vuelve una aliada para pensar el futuro. En ese proceso viene reflexionar sobre qué tenemos, todavía, pese a la invasión forestal: Frutos del bosque y sus propiedades alimenticias y medicinales. Esto es conocimiento nuestro”, indica. Con ese mismo sentido, los grupos de mujeres han participado en trafkintu (el intercambio mapuche) con diversas organizaciones de Wallmapu. Sin embargo, la recuperación va más allá y resuena hondo en Tirúa, que ocupa titulares en cierta prensa chilena, como uno de los puntos sensibles del llamado “conflicto mapuche”. En varios cruces de caminos, la policía exhibe su dispositivo represivo: camionetas, jeeps blindados y tanquetas. El 31 de marzo, Marisol Maril y su esposo, Miguel Huenchuñir, acompañados de su pequeño hijo, fueron baleados por personal policial, en el camino entre los sectores de Curapaillaco y Ralún. El hombre resultó herido. En abril, Osvaldo Torres, antropólogo y docente de la Universidad de Chile, difundió por twitter un video donde se aprecia a civiles armados, realizando un control de identidad a los pasajeros de una camioneta en una carretera en Tirúa. Asimismo, la comunidad Ayin Mapu, del Lof en resistencia Huentelolén, en Lleu Lleu, al norte de la comuna, ha denunciado el reciente hostigamiento de Carabineros. “Los medios sólo muestran la defensa que nuestra gente realiza del territorio, ocupado por las grandes forestales, con la venia del Estado que dispone de policía militarizada para que les cuiden el negocio pero, detrás de eso, está la defensa de la vida en todas sus dimensiones: Agua, alimentación, salud, religiosidad. Como dice [el poeta mapuche] Elikura Chihuailaf, la lucha mapuche es por ternura, por amor. Una ama estar acá, en contacto con naturaleza. Eso estamos defendiendo”, señala Susana Huenul. El aeródromo de Tirúa se localiza a metros de la casa de la familia de Jimena Painen. A metros del vivero de su grupo. El ruido de los aviones, en algunos momentos del día, es ensordecedor. Ella cuenta que en verano, cuando hay incendios, los aparatos cisterna de las empresas forestales se multiplican desde las primeras horas del día. “Una se estresa aunque, en el fondo, se acostumbra”, comenta mientras muestra orgullosa unas plantas de copihue, la flor nacional chilena, que le costó cultivar pero que ahí están, lentamente, mostrando sus hojas. Como promesas. “A mi abuelito no le gustaba mucho que nos metiéramos en lo mapuche”, recuerda Jimena. “Se hacían nguillatun por acá, y queríamos averiguar y él no quería. Pero después, en Santiago, una se dio cuenta de la importancia de esas cosas. De la riqueza que una tiene”.
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