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Mujeres jornaleras Beatriz Canabal Cristiani Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco La mundialización y la crisis de la economía campesina han provocado entre las mujeres indígenas importantes cambios en su papel económico, social, político y cultural. Éstos se perciben en la baja rentabilidad de sus cultivos fundamentales y el reemplazo de muchos de sus productos artesanales. Han tenido así que acceder a los mercados de trabajo con el fin de obtener ingresos monetarios y sustentar sus economías, pues muchas veces ellas encabezan la unidad productiva y familiar. Si bien se ha reconocido su contribución a la economía familiar y comunitaria, también persisten muchos aspectos negativos que afectan al mayor número de mujeres, en particular en los mercados de trabajo y en general en sus vidas, ya que sus niveles de bienestar no han mejorado: la propiedad de la tierra y de otros medios de producción sigue en manos de los hombres y las mujeres indígenas mexicanas sólo llegan a un promedio de cuatro años de estudios. La migración ha surgido como la posibilidad de trabajo de una mano de obra poco calificada en la agricultura, los servicios turísticos y las maquilas, al ser consideradas por las empresas como la mano de obra más productiva, más barata y menos conflictiva. Así, desde los años 90’s las mujeres indígenas participan en la producción agroindustrial en un mercado de trabajo flexible; allí lo que importa es que sepan trabajar la tierra y que acepten las condiciones de trabajo que se les presentan. En estos mercados de trabajo, la mitad de las mujeres indígenas jornaleras reciben un salario menor que el de sus compañeros; sin embargo, para miles de ellas ésta es la única oportunidad de contar con ingresos. Si bien la presencia de la mujer indígena en los campos permite ahorros a la familia, ya que hace la comida, asea la casa y lava la ropa, la intensificación de su esfuerzo ha ido en detrimento de su salud por las largas jornadas que realiza: la mujer trabaja en el surco al mismo ritmo que el varón y tiene muchas más responsabilidades. El tránsito migratorio y su estancia en los campos cuando están embarazadas o con niños muy pequeños les representan muchas dificultades, pues no existen las condiciones adecuadas en clínicas, medicamentos o guarderías que les faciliten su incorporación al trabajo. Tampoco tienen derecho a días de descanso después del parto o a alguna atención especial. Las actividades que realizan las mujeres en los campos de trabajo son la cosecha, el deshierbe, la siembra, el acarreo de botes, el enredo de guías y la limpieza en el suelo en cultivos. Estas actividades implican un gran desgaste físico porque además no se les permite comer bien y con calma, trabajan en el polvo y permanecen en posturas incómodas por largo tiempo. Así, las mujeres presentan un cuadro de salud muy complejo, con pocas horas de descanso; expuestas a riesgos y enfermedades respiratorias; afecciones cutáneas, gastrointestinales y oculares; insolación, y picaduras de animales. Existen también efectos a largo plazo como las enfermedades crónicas, que no se reconocen como consecuencia de la exposición a riesgos laborales. La alta tecnificación de la agroindustria requiere de grandes volúmenes de agroquímicos y la exposición de las jornaleras a estos productos es inevitable si no se toman las debidas precauciones. En general, las condiciones de trabajo son precarias: los salarios en el norte fluctúan entre 100 y 120 pesos al día, con una jornada laboral que puede durar de seis a diez horas. Las mujeres permanecen hasta 12 horas fuera de la casa, ya que tienen que madrugar para tomar el transporte a los campos agrícolas. Ante este cuadro de salud, persiste un limitado acceso a servicios adecuados o a otras prestaciones que las protejan en embarazos, partos, diversas enfermedades y accidentes de trabajo, o que las apoyen en caso de incapacidad o jubilación. También es cotidiana la violencia simbólica ejercida en su contra por el hecho de ser mujeres y se expresa en el acoso y el hostigamiento basado en la desigualdad de género. Sin embargo, las urgencias económicas y la carencia de opciones laborales las condicionan a no denunciar. Esta violencia es invisibilizada y minimizada por los capataces o mayordomos, actores sociales que se mantienen indiferentes a las experiencias de las mujeres. Para las mujeres jornaleras, el Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas (PAJA) no ha tenido la capacidad de proponer alternativas laborales y de vida en condiciones de igualdad apegadas a la ley; con esquemas de protección y seguridad libres de cualquier tipo de discriminación y violencia; contando con cobertura a la salud de manera integral, que es básica para ellas, y con posibilidades de desarrollo social, productivo y educativo en los lugares donde están trabajando. Es prioritario incorporar la perspectiva de género y etnicidad en los programas de gobierno. Estos programas requieren de una mayor claridad sobre el enfoque de género y que éste se refleje en su estructura y normatividad; acciones de capacitación y de conocimiento del programa; coordinación entre diversas instancias, y prestar mayor atención a los asuntos laborales en que las mujeres no cuentan con seguridad social, protección a la salud, derecho a jubilación, pensiones, indeminización por accidentes de trabajo y mejores prestaciones en general.
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