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Baja California Madres jornaleras en Gisela Espinosa Damián, Esther Ramírez González y Amalia Tello Torralba
¿De qué manera se vive la maternidad en el Valle de San Quintín? En un espacio donde las jornadas laborales llegan a ser de hasta 13 y 14 horas, donde el jornal medio ronda 150 pesos por día, donde casi ningún trabajador goza de seguridad social, donde se incumplen derechos laborales y sociales y donde la crianza y el cuidado de las y los hijos siguen considerándose “cosa de mujeres”, la maternidad significa mayores riesgos, menores recursos materiales y complejas estrategias para combinar jornaleo con tareas de cuidado. Sin duda, ser madres es una experiencia esperanzadora y angustiante para las madres jornaleras. Las jornaleras han roto estereotipos de “mujer rural” arraigados en el imaginario social e institucional, pues en lugar de ser mujeres de casa y auxilio de los varones en la parcela familiar en sus lugares de origen, han dejado sus comunidades y habitan en un lejano norte, jornalean en modernos campos agrícolas y tienen ingresos propios. No obstante, las jornaleras viven exclusiones y desigualdades de género cuando se embarazan o tienen hijos e hijas pequeños o adolescentes.
Supuestamente, la Ley Federal del Trabajo (LFT), en su artículo segundo, tutela la igualdad sustantiva de trabajadores y trabajadoras frente al patrón, eliminando toda discriminación que menoscabe o anule el reconocimiento, goce o ejercicio de derechos humanos y libertades de las mujeres en el ámbito laboral. En el Valle de San Quintín brilla por su ausencia el responsable de esa tutela. La misma Ley prohíbe utilizar el trabajo de mujeres embarazadas en labores que pongan en peligro su salud o la del producto, en labores insalubres o peligrosas, en trabajos que exijan esfuerzos extraordinarios como levantar, empujar, tirar grandes pesos […] estar de pie durante largo tiempo (artículos 166, 167 y 170) ¡Pura letra muerta!
Dice Isabel Avendaño que las embarazadas están discriminadas. Tiene razón. La costumbre laboral en el Valle de San Quintín es excluyente para mujeres preñadas y en periodo de lactancia, y ellas optan por resolver el problema a costa de su empleo y de su ingreso.
La maternidad sin derechos, sin trabajo ni ingreso y sin participación de la pareja se vive con angustia, carencias, tristeza, culpa, arrepentimiento: “…por tener hijos ahora no trabajo…”. Como las empresas no están dispuestas a pagar las cuotas de seguridad social, crean las condiciones para que “voluntariamente” muchas jornaleras embarazadas o en periodo de crianza se auto-despidan, como Cecilia Martínez, o sufran castigos como Teresa García.
Entre la espada y la pared, o pierde el trabajo o descuida al pequeño. No sólo se incumple la Ley por retener un salario devengado, sino, como en este otro caso, por coaccionar a una trabajadora para que renuncie por el hecho de estar embarazada:
Despidiendo, castigando y regañando, los patrones se deshacen de las trabajadoras embarazadas. El embarazo se penaliza laboralmente, muy lejos de la libertad para hacerlo como indican los derechos reproductivos, y sin los cuidados ni derechos que una jornalera en ese estado debiera tener. Esta es una de las razones por las que muchas hacen lo imposible por ocultar su embarazo a costa de su salud y la del producto o, cuando ya no pueden realizar tareas pesadas, se retiran voluntariamente sin esperar su incapacidad.
Una de las necesidades más sentidas de las jornaleras son las guarderías, pero:
La privatización de las guarderías que algún día fueron pensadas para población jornalera, las hace económicamente inaccesibles, por eso, el cuidado de infantes se resuelve con recursos propios.
Otras jornaleras los han dejado solos con gran angustia y riesgo.
La necesidad es tan grande que cuando se pregunta a Cecilia qué programas propondría para jornaleros y jornaleras, exclama:
Otras dificultades maternas se asocian a la rotación laboral, pues en el Valle de San Quintín, cada vez más, parejas jóvenes en la plenitud de su edad productiva y reproductiva salen a jornalear dos o tres meses de cada año en Estados Unidos, lo cual disloca la organización familiar y el cuidado de las y los niños:
Ya no jornalea pero ha retornado la crianza en su tercera edad, aunque esté cansada y enferma, con los riesgos que para ella y ellos representa esta situación. Ser madre jornalera significa enfrentar grandes desigualdades en el mundo laboral y familiar. Para que la experiencia de la maternidad se convierta en un evento satisfactorio, saludable y feliz, es necesario que la crianza y las tareas de cuidado no se sigan considerando “cosas de mujeres”, que los jornaleros también se responsabilicen de estas tareas, así como las mujeres comparten el trabajo asalariado; pero también, y quizá esto sea lo más difícil de lograr, se necesita conocer y hacer efectivos los derechos reproductivos, laborales y de seguridad social para que las instituciones públicas y los patrones cumplan sus obligaciones con las trabajadoras de esta región tan rentable en la agroexportación. *Este artículo recoge fragmentos del libro Vivir para el surco. Trabajo y derechos en el Valle de San Quintín, coordinado por las tres autoras, que actualmente se halla en prensa; todos los testimonios fueron recogidos en 2016.
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