a última aparición pública de Frida Kahlo fue el viernes 2 de julio de 1954. Una fotografía da cuenta de eso. Desde una silla de ruedas empujada por Diego Rivera, Frida mantiene un puño en alto. Con su otra mano sostiene una pancarta en favor de la paz. La pintora se encuentra en medio de un enjambre de cientos de personas que marchan a favor del pueblo guatemalteco y contra el golpe militar que derrocó al presidente Arbenz.
A pesar de su belleza, luce demacrada y parece sostenerla sólo la fuerza de sus ojos. Cubre su cabeza con una mascada. La neumonía que pescó un mes atrás no la ha dejado.
Sabemos por otros testimonios que asisten a la marcha el general Lázaro Cárdenas, Carlos Pellicer, Pablo González Casanova, José Revueltas, Juan O’Gorman, Efraín Huerta, Sergio Pitol y los jovencísimos José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis. Este último dedicó su primera crónica a ese día y la publicó en el inconseguible periódico El preparatoriano.
Once días después de la marcha, el 2 de julio, muere Frida en su casa de Coyoacán. Tiene 47 años cuando concluye la pesadilla que por momentos, por muchos momentos, fue el horizonte de su vida.
Es bien sabido que la biografía de un artista se encuentra en su obra. También que existen pocos artistas en que esto resulta tan evidente como en el caso de Frida Kahlo. Frida fue, para Cardoza y Aragón, una diosa de sí misma y se aseguró de ser monoteísta.
Ahora que se cumplen 110 años de su nacimiento, nadie duda que Frida Kahlo sea la pintora de referencia de México en el mundo.
Muchos años una crítica ideológica más que estética pretendió minimizar su capacidad como pintora: en realidad les chocaba sus sexualidad poco ortodoxa y su militancia comunista. Pero el tiempo le dio la razón a quienes valoraron con justeza su expresión artística hace más de medio siglo. Me refiero a Marcel Duchamp, André Breton, Joan Miró, Pablo Picasso, Tanguy, Kandinsky y el propio Diego Rivera.
¿Qué hilos tocó la pintora para convertirse en uno de los iconos laicos más representativos de este siglo que comienza? ¿Por qué Madonna se convirtió en una de sus principales coleccionistas y Salma Hayek y Ofelia Medina llevaron su personaje al cine?
Por mucho tiempo Frida Kahlo fue una pintora de minorías, de los happy few y ahora al parecer se ha convertido en santo y seña de la modernidad. Miles de personas visitan cada año su museo para confirmar la devoción por la artista y las exposiciones de su obra convocan muchedumbres en todo el mundo. La del Museo Dolores Olmedo no será la excepción.
Aunque su gusto por la fotografía y la pintura aparecieron desde muy temprano, su primer cuadro lo pintó cuando inició su larga y dolorosa convalecencia después del accidente del 17 de septiembre de 1925: un tranvía embistió el autobús donde viajaba y el impacto le causó 11 fracturas en una pierna, dos en la pelvis, dos en la columna y una en un codo. Un tubo la atravesó completamente.
En Autorretrato con traje de terciopelo, pintado en septiembre de 1926, Frida aparece sumamente delgada y con la piel pálida. La pintura no miente. Así se encontraba después del accidente. Pero si el óleo da cuenta de su aspecto, una frase escrita de su puño y letra en alemán en el reverso de la tela da cuenta de su estado de ánimo: Heute ist Immer Noch
(el hoy aún persiste).
Si Frida está entre nosotros y su presencia al parecer continuará multiplicándose, se debe, para algunos, a su vida trágica; para otros a su sexualidad gozosa y, para otros más, a su forma de vestir que fue un desplante para decirnos que no sólo era mestiza sino que se enorgullecía de serlo.
Tal vez todo eso contribuya en efecto a mantener su presencia entre nosotros, pero su mayor soporte es la calidad de su pintura.
Por eso ningún ismo se la comió: ni el surrealismo, ni el comunismo, ni el troskismo, ni el estalinismo. Sobrevivió a la gran presencia de Diego y al ácido de una crítica más interesada en juzgar su pintura por sus posiciones políticas que por la maestría con que pintó rostros y manos (algo que admiró Picasso) y pudo crear un mundo, tan vivo y lleno de sortilegios y misterios como el nuestro.
Muerta Frida, la Flor de Acero, vive la vida, vive la única eternidad posible entre los hombres. La que le otorgan aquellos dispuestos a continuar dialogando con ella, en silencio, mientras la miran en sus cuadros.