ientras los poderes del mundo encaran sus dificultades y adversidades y toman nota del real peligro para el mundo que representa el señor Trump, nosotros tenemos que tomar nota de nuestras propias debilidades retóricas, políticas e institucionales. Por más que se desgañiten los de las finanzas sanas y en equilibrio, su contraparte real sigue siendo el piso endeble de una economía que no es capaz de sostener una recuperación modesta de los niveles de vida de hace 10 años, mucho menos dar lugar a un nuevo curso de desarrollo como el que la sociedad requiere.
El trumpazo que Estados Unidos buscan imponer al resto del mundo, a sus aliados y socios y a quienes no lo son, repercute en las expectativas de los grupos financieros que marcan la pauta del mercado mundial. Sin duda, afectarán lo que pase en los centros del sistema, así como en lo más recóndito de las regiones del mundo que decidieron o fueron llevadas a este maremágnum que aún llamamos globalización.
Nadie sabe para dónde moverse, a pesar de los notables esfuerzos desplegados por la señora Merkel y Macron para construir una perspectiva que muestre a todos y en especial a sus respectivas ciudadanías, que hay vida más allá de Trump y espacio para pensar y actuar en frente a él. Por más que esto, pensar diferente, pueda costar.
México tiene que bailar con la más rejega. Si no con la más fea sí con la que ofrece las dificultades y restricciones más peliagudas para reandar por el camino de una globalización que muchos han empezado a imaginar como más amplia, solidaria e incluyente que la que marcó el fin del siglo pasado y el inicio del actual.
Son legión los que pregonan todavía la inexistencia de alternativas y se aferran al credo del camino único propuesto por Reagan y Thatcher pero son muchos también, tal vez más, los que sostienen la urgencia de encontrar otras vías y criterios de valoración de la organización económica mundial. De no enfilar al planeta por nuevos rumbos, no se podrá lidiar eficazmente con los dilemas y amenazas que le plantea a todos la globalización realmente existente, dañada en sus fondos por la crisis que arrancara en 2008 y se instalara sin autorización de nadie como horizonte para el mundo a partir del estancamiento de 2010 y la débil y frágil recuperación de los años recientes.
Por lo demás, como el mundo sigue la pauta de las naciones y no al revés, la idea del nuevo orden tiene que vérselas con Corea del Norte y su pésimos chistes nucleares; con el desborde violento del conflicto venezolano o la necedad turbia de las élites brasileñas. Estas y otras desmesuras, conviven con el desfachatado racismo polaco y austriaco cuyos gobiernos ponen contra la pared algunas de las más preciadas realizaciones de la Unión Europea. Todo, en fin, con el G-20 como testigo azorado, desemboca en una dura y ominosa encrucijada más, que lleva a necios y obtusos a embestir contra el Estado de Bienestar y de por sí frágiles reservas y alcances, como ocurre en Estados Unidos y parte de Europa; o bien, a poner en cuestión el precario orden internacional bosquejado por la UE y despreciado por Trump, a ciencia y paciencia de sus contertulios.
Este es el mundo bravo
y cruel que el presidente Peña encaró en Hamburgo, de frente a la hosquedad majadera de su socio y vecino que se las arregló para de la peor manera reiterar sus malignas ocurrencias y fantasías destructivas. Tal es el prólogo bosquejado por el presidente Trump para las negociaciones con Estados Unidos y Canadá rumbo a la revisión total
, nos amenaza, del TLCAN.
La magnitud de nuestra problemática interna debería adquirir pronto su adecuada dimensión; esperemos que a la luz de este reconocimiento, que tiene que ir a fondo, los extraños embates de algunos señoritos contra las pocas instituciones que nos quedan y funcionan adquieran también su precisa talla. Las cargadas contra los promotores del Sistema Nacional Anticorrupción o el INE y su presidente, habrán de encontrar sus coordenadas y la pequeñez su merecida calificación.
Podremos decir y pedir entonces, que el esfuerzo por construir una verdad y compartir unos criterios de evaluación de nuestro desempeño como comunidad política nacional sean entendidos como compromisos elementales de todo demócrata. Sólo así podremos darle a la justa política por la sucesión presidencial el valor que en realidad tiene y desterrar, por un tiempo al menos, la mezquindad de la política de ocasión y la torpeza mental de quienes quieren medrar y lucrar con nuestra crisis política, inevitable pienso yo, pero transitable si dejamos atrás este tiempo de canallas y los ponemos en su lugar.