n tanto despejada la polvareda electoral, se asoma el tímido rostro de lo que puede aguardar un tanto más allá del presente momento. Ciertas facciones dibujan rasgos de una revuelta electoral en franco proceso ascendente. Cierto que hubo ganadores y, como de costumbre, también perdedores en este pasado pleito por las simpatías del electorado. La numeralia definitoria ha sido explorada con relativa suficiencia. Habría, entonces, que dar cabida a esa densa, angustiosa sensación, ya casi generalizada, que tacha de endeble calidad a la vida democrática mexicana. Triste fenómeno que bien podría considerarse como parte inmaterial de una transición frustrada. Claridad de rumbo ideológico; juego de ideas atractivas y rechazo de indignidades; programas justicieros para las mayorías; creíbles voces de contendientes; limpieza probada en la conducta de los liderazgos; arrestos para la trasformación de lo inútil; verticales y honestas formas de actuar forman, qué duda, el inicial listado de exigencias populares. Dar cauce y rescatar el extraviado ánimo colectivo y poner a salvo las esperanzas ciudadanas es el complemento actual.
Los partidos políticos, de manera por demás repetitiva, salen, en general, con raspaduras, pero también exhiben posturas de inédito valor entre el torbellino de reclamos y celebraciones. Aunque por justicia básica hay que hacer un esfuerzo depurador para poner a cada uno de estos partidos en el sitial que merecen, reconocer méritos, sin perdonar la transgresión, es obligado. Hay entre ellos diferencias notables. No todos recurren a insertar trampas en su accionar y, menos, aún, fincan de igual manera su sobrevivencia en ellas. No todo está permitido en la lucha por el poder aun a sabiendas de que, al sostener en la práctica tal aseveración, se arriesgue el ser tachado de romántico o, peor todavía, de inocente paladín de ideales. Tampoco todos los partidos recurren a recolectar recursos de donde sea y emplearlos, con toda desfachatez, en la conquista del poder. La ética es un aspecto consustancial a la actividad política que no debe soslayarse. Al menos sí se constituye en un rasgo de reconocible uso para fincar, sobre sólida base, la capacidad de atraer simpatías y adhesiones del electorado.
Alrededor de los partidos se coagulan crecientes intereses de variada especie. En medio de la batalla por el poder, éstos interactúan de manera que bien puede ser definitoria. El intento de llegar al poder para gobernar en provecho ciudadano excluye, de manera tajante las complicidades y negocios de grupo o personales, ya tan comunes en la realidad nacional. La naturaleza de esos intereses son, hay que reconocerlo, de distintas categorías y calidades. No es lo mismo emplear, sin contención y miramientos, hasta con harto cinismo, los haberes colectivos (públicos) para hacer adelantar a los respectivos adalides, que apegarse, con reciedumbre, a honestas y amarradas conductas austeras. Prometer paraísos sin contención a expensas del siempre incierto futuro no puede convertirse en norma que, una y otra vez, son contrariados tras el triunfo. Este, el triunfo, no exime ni lava las heridas de los crímenes en combate, por feroz que pueda ser. Sostener, con valentía, tales principios ante una realidad cada vez más caótica, es la exigencia generalizada de los mexicanos.
Se corre la voz, expresada en medios tradicionales con resonancias oficiales que emparejan a todos los partidos actuales con el uso de recursos ilegales bajo la mesa
. Todos se igualan en estos menesteres ilícitos, se afirma por doquier con aparente solvencia de expertos. No es así de forma alguna. Bien aparte se cuecen aquellos que emplean millonarias cantidades, casi sin límite –como lo han hecho el PRI y allegados–, que Morena y sus muy escasas palancas para buscar apoyos ciudadanos. No todos los partidos están envueltos en la compra de votantes y violencias sobre urnas descubiertas. Hay enormes diferencias entre unos y otros y la gente lo sabe. Es imperdonable lo que ha sucedido en cinco distritos rurales y pobres del Edomex. Esos precisos donde se obtuvieron los votos que dan espurio triunfo a la coalición priísta. Ahí, las contradicciones estadísticas comparadas son, por demás, indicativas de rampante fraude. Oronda, la autoridad electoral alegará su estricto apego a la letra de la ley. Ella, a continuación, concluirá que no hay pruebas fehacientes de anomalía alguna. Y ese estropicio, descarado y violento para con la voluntad popular, quedará por ahora, al menos, impune. Lo cierto, empero, es que estas tropelías, engrosarán los pasivos del oficialismo.
La permanente y mediáticamente generalizada discusión sobre las alianzas, fincadas en los simples números de votos obtenidos por los distintos partidos se ha vuelto, por esas consejas, horizonte ineludible para 2018. No se introducen, para su mejor evaluación, datos o realidades adicionales. La votación obtenida por Morena en el gran valle de México (oriente y poniente) es un fenómeno indicativo de una rebelión en proceso. Una rebelión de las clases medias fatigadas por un régimen agotado y en prolongada agonía. A ello habría que sumar los apoyos de los votantes veracruzanos que habitan las ciudades importantes. La ascendencia de Morena en tales segmentos confirma que sus ofertas responden y se va emparejando con dicha rebelión. Decidir no ir en alianza para 2018 es una decisión arriesgada, pero con bases suficientes para prevalecer al frente y triunfar.