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Ensayo general para 2018
A

nte la expectación de muchos millones de mexicanos, se efectuaron el pasado domingo 4 de junio elecciones en los estados de México, Nayarit, Coahuila y Veracruz. Importantes elecciones porque buen número de conciudadanos tomó esas elecciones, sobre todo las mexiquenses, como un ensayo general o un laboratorio de lo que ocurrirá en el país el próximo año. No sé francamente si fueron tan significativas, pero sin duda abrieron la reflexión a un buen número de temas que debieran ser analizados cuidadosamente.

Al día siguiente de esas elecciones algunos mexicanos con buena experiencia política se pronunciaron de inmediato, diciendo, por ejemplo Javier Corral del PAN, hoy gobernador de Chihuahua, que para 2018 la única alternativa de vencer al régimen priísta era crear un frente amplio opositor. Añadió que se equivocan de cabo a rabo quienes conciben esta vía simplemente para evitar el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, dirigente de Morena, porque el ánimo ciudadano es muy distinto y se ha manifestado en el sentido de apoyar al nuevo partido. En efecto, Morena ha crecido y se ha fortalecido extraordinariamente en las semanas recientes, pero a los ojos de Corral y de muchos otros no parece alcanzarle el ímpetu actual para vencer por sí solo al PRI.

Naturalmente es discutible la tesis, pero desde el ángulo de Morena y de López Obrador es muy probable que las alianzas, o tal vez mejor aún los frentes amplios de la izquierda, a los que podrían llamar con plena validez el propio Andrés Manuel o Cuauhtémoc Cárdenas, parecen ser en efecto necesarios para cambiar de sistema. Por lo que se vio en la semana reciente, la tesis de las alianzas o de los frentes amplios de izquierda no resulta un consejo banal o desechable, sino un esfuerzo fundamental a realizar.

Muchos califican ya a las pasadas elecciones casi casi de ejemplares, mientras para otros, seguramente la mayoría, que incluso presenciaron en estas elecciones actos que pueden ser calificados de fraudulentos, sobre todo del PRI, que parece incapaz de reconocer los cambios que se han originado en los años recientes en la sociedad, debieran ser descalificadas por una serie de problemas insalvables. El PRI sigue aferrado políticamente al pasado, de lo que resulta un verdadero retroceso o incluso regresión en nuestros procesos electorales, lo cual define con bastante precisión la situación del partido en el poder y del sistema político dominante en México.

Aparte de la eventual resistencia personal a las alianzas o movimientos políticos convergentes, que muchas veces tienen su origen en malos entendidos personales o en banalidades que serían fáciles de resolver con alguna dosis de buena voluntad política, en efecto parece ser que la pasada elección demostró, ahí donde tuvo lugar, que un cambio político profundo en México sólo puede alcanzarse mediante alianzas o convergencias políticas, en este caso hacia la izquierda. Lo que además sería de una importancia fundamental para las personas y para el país, y un mensaje claro a la ciudadanía de que, en efecto, se tiene la firme decisión y voluntad política de cambiar el rumbo de México hacia lo mejor. Ojalá el interés histórico por la nación prevalezca sobre cualquier duda o reticencia circunstancial, que en ningún caso debe estar por encima de los intereses generales de la nación.

Decíamos antes que estas elecciones han sido ya calificadas por muchos como una regresión, en el sentido de que se ha vuelto a las peores costumbres del fraude de hace varios años. A reserva de que se comprueben las historias en los juicios de reclamación que las directivas de varios partidos han anunciado, habría infinidad de indicios que hacen suponer que, en efecto, estuvo a la orden del día la compra de votos e incluso el robo de urnas y de papeletas del voto, y la falsificación de actas en buen número de casillas. A pesar de que, en efecto, parecería que un sinnúmero de actos fraudulentos estuvieron involucrados en estas elecciones, estos deberán probarse ante las instancias legales. Sin embargo, parece no haber duda sobre la frecuencia con que se cometieron tales actos ilegales, lo cual, una vez más, ha extendido el sentimiento en México de que en materia electoral seguimos sometidos a la ley de la selva, creándose entonces una desconfianza cada vez mayor respecto de las instituciones establecidas en materia electoral. Lo anterior, por definición, destruye la confianza en los procesos electorales en su conjunto y, en consecuencia, da lugar a mayor índice de desconfianza y escepticismo respecto de los procesos de la vida pública en México.

Por supuesto, los actos de desviación de la voluntad ciudadana respecto del voto, también por vía de entregas ocultas de dinero, que pueden revestir mil formas lejanas a nuestras sospechas, me supongo que son más difíciles de probar en juicio. Y, sin embargo, si en efecto se desea limpiar este aspecto decisivo de la vida pública, resulta también conveniente que se revisen estas formas heterodoxas y múltiples de influir en los resultados electorales, mediante la compra de votos. Resulta una vergüenza para la nación el rezago que a estas alturas conservan aún los procesos electorales en México.

En alguno de los párrafos anteriores, sugerimos que hoy parecen imprescindibles las alianzas o convergencias políticas entre partidos o corrientes afines, si en verdad deseamos un cambio de raíz de nuestra política, en todas sus variantes. Y pensamos que para sortear o evitar, e impedir o hacer imposible las mil posibilidades que revisten los fraudes electorales, es necesario hacer ganar a la oposición por 5 o 6 por ciento, lo cual parece que únicamente será logrando esa convergencia política o alianza que hemos mencionado. Y que esa convergencia sólo puede ser de las izquierdas. Tal es, a nuestro modo de ver, sobre todo después del ensayo general de la semana pasada, la forma realista, y segura de que las izquierdas logren una ventaja indiscutible en las elecciones presidenciales de 2018.