ste día, 8 de junio de 2017, se celebran los comicios en Inglaterra para elegir al primer ministro y renovar parcialmente a los miembros del Parlamento. Las encuestas originales otorgaban al Partido Conservador mayoría de votos de alrededor de 20 por ciento por encima del Partido Laborista. Eso sucedía apenas hace 40 días. Las campañas políticas se iniciaron así, con una clara ventaja en favor de Theresa May, la lideresa conservadora, frente a Jeremy Corbyn, el dirigente de los laboristas.
Contra muchas opiniones, Corbyn comenzó su campaña con una clara desventaja, pero nunca se desanimó. Por el contrario, elaboró una estrategia para renovar su partido y el gobierno de Gran Bretaña, en la cual publicó un manifiesto con influencia keynesiana que incluye el incremento de los impuestos para los ingresos más elevados, a lo cual le llamó evitar que los ricos se vuelvan más ricos
. Además, la renacionalización de los ferrocarriles, del correo nacional, del agua potable, de algunas fuentes de energía y de otras actividades básicas para el desarrollo industrial. Aunque fue muy criticado por la sociedad más tradicional o reaccionaria, así como por sus contrincantes y algunos laboristas internos, sus propuestas penetraron en el ánimo de la población, particularmente los jóvenes, los ancianos, los pensionados, los estudiantes y académicos y una buena proporción de las mujeres.
Hoy llegan a la elección habiendo superado aquella diferencia abrumadora del comienzo en las intenciones de voto, a un margen casi mínimo de 3 por ciento que se considera un empate técnico. Tengo el privilegio de conocer a Jeremy Corbyn y de haberlo tratado en varias ocasiones, por lo que pienso que su honestidad, su inteligencia, perseverancia y visión patriótica, pero a su vez su sensibilidad para buscar cómo Inglaterra se mantiene con las puertas abiertas al comercio y a una inmigración aunque más controlada, permitirá a esa gran nación mantener su posición de líder en la comunidad europea y como centro de las operaciones financieras y bancarias de Europa y casi del mundo.
Seguramente hoy por la noche se conocerá el resultado de las elecciones y muy probablemente, dado el sistema que tienen, con una enorme transparencia. El voto y la participación ciudadana se engrandecen cuando existe respeto a la voluntad de los votantes, que son los que en libertad de opinión deben seleccionar a sus gobernantes y decidir su destino y el de su propia patria. Todo ello es posible por la educación y la cultura que se practican en ese país desde hace siglos, por las leyes y el método para escoger a los mejores, pero sobre todo porque acatan y obedecen la opinión de los electores, con políticas que hacen a un lado la corrupción y la violación a los derechos de los ciudadanos.
Qué diferencia con México, donde cada vez que tenemos elecciones hacemos todo lo contrario. Lo que sucede en nuestro país es que hace mucho tiempo abandonamos y nos apartamos del camino de la democracia, de la libertad y de la justicia. Pero también nos olvidamos del amor y el respeto que todos los políticos deberían tener hacia México y su población mayoritaria. Es indignante y una gran decepción no honrar ni acatar la voluntad del pueblo, traicionando sus esperanzas para tener un futuro mejor y de mayor prosperidad.
En México muchos han perdido la obligación y la noción de lo que es servir a nuestra gran nación, porque algunos de los poderosos y de los ricos no creen en ella, sino sólo la utilizan para sus fines personales, porque cada vez hay más deshonestidad y porque buena proporción de los que llegan al poder ya no saben lo que es ser patriota. Estos aspiran a tener el mando, el dominio, la fuerza para imponer a los demás sus decisiones e intereses. Esos grupos aman el poder para servirse, no para servir; para beneficiar a sus amigos, sus familias, su egoísmo y los grupos que representan.
Lo acabamos de confirmar en las elecciones estatales de hace cuatro días. Parece que esta situación no tiene remedio y que, al contrario, cada vez se preparan con nuevas técnicas y tácticas para derrotar a sus enemigos, ya sea comprando votos descaradamente, violando e infiltrando los sistemas de elección y cómputo, amenazando y creando una cultura del miedo y el terror para que la gente salga menos a sufragar. Y es que entre menos voten, los usurpadores y ambiciosos tienen más posibilidades de controlar y ganar las elecciones al costo que sea.
Hemos caído muy abajo y lejos de los países más democráticos, y lo peor es que todo es reflejo de la cada vez más evidente corrupción y falta de aplicación correcta y transparente de la justicia. De ahí los lugares descendentes que ocupamos en los registros de imagen y transparencia a escala mundial, que nos avergüenzan a los mexicanos que desde hace mucho tiempo lo hemos denunciado y exigido un cambio de modelo de desarrollo que modifique la tendencia negativa hacia mayor pobreza y desigualdad, así como a la pérdida de los principios y valores, cuyas traiciones a todos, o casi todos, nos lastiman.
Los mexicanos no debemos permitir más la destrucción y degradación de nuestra patria. Todavía es tiempo de frenar o eliminar esas políticas de ambición personal y cambiarlas por otras nuevas o diferentes. Debemos perder el miedo y la comodidad de seguir como hasta ahora, porque vamos camino al fracaso y al abismo. O salvamos a México todos e imponemos nuestras decisiones a los gobernantes para que verdaderamente respondan al pueblo, o nos arrepentiremos por haber heredado a nuestros hijos, nietos y las futuras generaciones un lugar destruido, deprimido y sin oportunidades para vivir felices y en paz.
No es pesimismo ni negativismo; es el realismo que interpreta y refleja que en nuestra nación, si no hacemos algo pronto, el futuro estará perdido y las esperanzas también. Debemos recuperar el ánimo, pongámonos de pie, luchemos por la vida y por lo que México y los mexicanos nos merecemos. Impidamos que los políticos improvisados, incompetentes, deshonestos y sin ningún sentido de la moral y la virtud lleguen a gobernar para unos cuantos en vez de hacerlo por el bien de todos.