Políticos y taurinos, similitudes
El Pana, tan bueno que era
os aficionados, como el resto de la ciudadanía, hace décadas estamos a merced de unas cúpulas de poder a las que sólo se accede a partir de una probada lealtad a él. Se puede jugar a cuestionarlo, pero sin pasarse de la raya y responsabilizando siempre a otros: antitaurinos, resentidos o a las redes sociales, porque la realidad inventada por el poder es narcisista y autocomplaciente, positiva y optimista, aunque la otra realidad lo desmienta a diario. “Vamos ganando la guerra contra el narco... La crisis sólo está en la mente de algunos... La corrupción en México es un asunto de percepción... El futuro de la fiesta está garantizado”, son frases para la historia... del cinismo cómplice.
Por lo menos en México, taurinos –los que viven del público– y políticos –los que viven de la ciudadanía– se parecen en varios rasgos, como: sumas millonarias para hacer campañas o ferias anuales que no provienen de un eficaz desempeño político o taurino propiamente; opacidad y moches en el manejo de esas sumas; oportunismo y especulación, en vez de planeación con un seguimiento responsable y profesional; preferencia a depender e importar que a producir y aprovechar el rico potencial humano del país; manipulación de los medios, que se traduce en lugares comunes y falta de credibilidad; indiferencia ante las promesas a la ciudadanía y las expectativas de la afición; funcionarios y figuras de bajo perfil, pues se apuesta por el acatamiento al sistema no por el talento y la personalidad.
Otras similitudes penosas entre organizadores políticos y promotores taurinos son: incapacidad de un liderazgo ético que mueva a otros a imitarlos; inmovilismo o pobre selección, estímulos y rotación de sus respectivos cuadros; renuencia a unir esfuerzos para alcanzar metas que beneficien a la sociedad y a la fiesta; enriquecimiento sin relación con la satisfacción de ciudadanos y públicos; inexistentes encuestas para conocer preferencias y rechazos; desinterés en hacerse de nuevos simpatizantes y de conocer debilidades y fortalezas de la tradición política y taurina de México, así como líderes de opinión incondicionales o acríticos. Así que hoy tiene más elementos para saber por quién votar.
Suenan casi a mentadas las alabanzas, homenajes y procesión de admiradores que la necrofilia, no una afición consciente y exigente, ha desatado con motivo del primer aniversario luctuoso del inolvidable diestro de Apizaco, Rodolfo Rodríguez El Pana, fallecido el 2 de junio del año pasado en Guadalajara, luego de 32 días en que se hicieron todos los esfuerzos médicos para mantenerlo con vida, a sabiendas de que los daños eran irreversibles. A saber si Rodolfo, ese huracán de expresiones, condenado a sobrevivir paralizado del cuello para abajo y sin poder hablar, haya externado con párpados y cejas su voluntad de acabar de una vez por todas, pues una cosa es vivir y otra, muy diferente, durar en condiciones de total dependencia.
En Tlaxcala y el resto del mundo taurino marginaron a El Pana durante sus mejores años, una vez probadas las grandes cualidades toreras y enorme capacidad de convocatoria que poseía, no sus declaraciones estridentes y su afición al neutle, sino la mediocridad y mezquindad de empresas, figuras, crítica especializada –la misma que hoy lo alaba– y una afición que olvidó defender una tradición y exigir toreros con personalidad y toros con tauridad. Un Pana oportunamente aprovechado habría contribuido a que la fiesta tomara derroteros más competitivos y menos predecibles.