n país cuyas instituciones no funcionan pierde su horizonte histórico y deviene barco a la deriva. Navega al pairo. El Estado deja de representar el interés general. Los valores culturales, necesarios para la formación de una ciudadanía democrática, son subastados en el mercado de las oportunidades. En su lugar se levanta un mundo infame, se impone la orfandad ética, la injusticia y la desafección al bien común. Hablamos de estados controlados por grupos de intereses espurios, mafias, cárteles. El llamado crimen organizado. El país, una vez en sus manos, se convierte en territorio en disputa, mandan quienes logran hacerse del poder bajo la fórmula del terror, las amenazas, los asesinatos, las violaciones, el chantaje y los secuestros. En estas circunstancias la paz es una quimera. Sólo existe la guerra de posiciones, la ciudadanía se desintegra y el pacto social se esfuma. No hay espacio para la vivencia democrática. Desaparece la confianza, piedra angular de la articulación de un Estado social de derecho. Sin horizonte y fuera de control, no hay más opciones que rebelarse, defender con la vida la dignidad secuestrada. El pacto social queda disuelto. Su gente busca rehacer la confianza rescatando tradiciones, valores y asentando nuevas bases de organización social, asumiendo responsabilidades y sabiendo que una decisión de este calibre puede conducir a la muerte. Pero no hay otra opción, salvo perder la dignidad y ser un muerto en vida. Javier Valdez sabía perfectamente las consecuencias de sus actos. Fue responsable, se comprometió con su pueblo, su gente, su historia, su familia. No buscaba fama ni pretendía convertirse en mártir. Simplemente retrataba cómo su ciudad, su estado, su país, al que tanto amaba, se desintegraban a manos del narcotráfico y autoridades cómplices, incompetentes, ajenas al sufrimiento de su gente, enriquecidas mientras amontonaban cadáveres de inocentes, que se negaban a torcer el brazo, ser vasallos, delatores o sicarios a sueldo.
México, nación cuyo pasado la ubica entre las grandes culturas de la historia, cuna de revoluciones, luchas democráticas, tierra de hombres y mujeres orgullosos de ser mexicanos, ha caído en manos de una clase política irresponsable, corrupta y cobarde. Ha subastado la dignidad a cambio de migajas. Presidentes, ministros, gobernadores, diputados, senadores, dirigentes sindicales, militares, policías, jueces, abogados, empresarios, académicos, etcétera, se han pasado, son parte o conviven con el crimen organizado. Un complejo trasnacional, cuyos beneficios se miden en billones de dólares. Sus miembros se sienten impunes, intocables, protegidos por un poder político que dominan y domestican. Se ufanan de sus crímenes, de tener bajo sus órdenes a medio país. De ser los nuevos amos a quienes se les debe respeto. Ellos tienen nombres y apellidos, no son desconocidos. Participan en las fiestas nacionales, casan a sus vástagos con la clase política, compran clubes de futbol, medios de comunicación, son accionistas de bancos. Nada les es ajeno. Les incomoda ser descubiertos en sus transas, prefieren comprar a los periodistas díscolos, amenazarlos, hacerles sentir el miedo, vivir la muerte.
Hacerles frente requiere valentía, honestidad, levantar la voz. Devolver a México lo que le han robado en forma de dignidad y vidas humanas. Javier Valdez fue asesinado por levantar la voz, denunciar la complicidad de quienes tenían la obligación de defenderlo.
La carta escrita por su hijo, Francisco Valdez, es la constatación de esa vida digna, entregada al oficio del periodista, sin abandonar nunca las tareas de ser padre, amigo, confidente. Es el relato descarnado de la historia viva de la conciencia de México. Síntesis desgarradora de no olvidar, de no perder de vista el significado de su trabajo, de su entrega, memoria y conciencia, relato sobre el cual se construye la identidad colectiva de pertenecer a una nación. Ningún mexicano bien nacido puede desoír el llamado a hacer justicia, sentirse corresponsable, denunciar, seguir batallando contra la infamia. Javier Valdez es padre de todos nosotros, representa el sentido ético de la vida. Condensa los valores que nos hacen seres humanos. En tiempos de oscuridad su vida irradia luz, ilumina el camino. Bajo circunstancias adversas ha tomado el relevo, no se dejó amedrentar. Entra al pabellón de las vidas ejemplares. Por eso su nombre sobrevivirá a estos tiempos en los que se impone la canalla infame. Javier Valdez marcó posiciones. No debemos desfallecer, hay que perseverar. Francisco Valdez puede estar seguro de que sus palabras no caen en saco roto. No dejemos a mi padre solo. Él ocupa la ayuda de todos. Es todo lo que les pido
. Y sí, eso haremos. No lo dejaremos solo.