on ocasión del vigésimo aniversario de la desaparición física del ingeniero Heberto Castillo Martínez, desde el pasado 5 de abril de exhibe en la Sala de Temporales del Memorial del 68, en el Centro Cultural Universitario-Tlatelolco, el histórico cuadro titulado La universidad en Lecumberri, que el ingeniero pintó en 1970, durante su injusta reclusión como prisionero político del movimiento del 68, del 13 de mayo de 1969 al 13 de mayo de 1971. En un lienzo de 152.5 por 102.2 centímetros, el ingeniero Castillo se pintó con maestría junto con sus 10 compañeros de la crujía M del Palacio de Lecumberri. En él aparecen bien identificadas las figuras de un churrero de la época, un campesino, dos trabajadores ferrocarrileros, tres estudiantes de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dos estudiantes de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, un abogado laboral, y con modestia su propia figura en un rincón del cuadro. En su plasticidad, pues, toda una expresión gráfica de las personas y luchas reprimidas en aquellos tiempos, y de las prioridades que el propio ingeniero les otorgaba en su compromiso moral y político.
El cuadro será próximamente donado a la pinacoteca de la UNAM por la fundación que lleva su nombre, que preside con gran acierto y dedicación la maestra Teresa Juárez Carranza, su infatigable compañera de toda la vida, una vez que esté terminado el protocolo que asegure la donación. Son muchas las cualidades éticas que podemos relevar del ingeniero Castillo, todas ellas luminosas para los tiempos que corren, comenzando precisamente por su convicción de que de ninguna manera están reñidas la ética y la política. Pero para mí sobresale por el ejercicio responsable y a toda prueba de la libertad; la búsqueda inclaudicable de la verdad; el respeto y apertura a las opiniones de los demás; la tolerancia y la solidaridad; el compromiso apasionado por la justicia; la constante lucha por la democracia; la defensa insobornable de la soberanía nacional; el ejercicio de la política como servicio público, y el establecimiento y consolidación de la paz. Y como añade José Luis Hernández Jiménez –un fiel compañero y seguidor del ingeniero hasta su muerte–, en su libro Cuando correteábamos utopías, sobresale también por haber hecho esfuerzos especiales y honestos para unir a la izquierda, esfuerzos que desde la propia izquierda, siempre tan miope y egoísta, le han regateado, como le regatearon muchas otras cosas
.
Como expresa el mismo José Luis Hernández, el ingeniero Castillo fue un ser humano algo especial
, ya que tuvo una vida intensa como ingeniero civil, científico, inventor, pintor, dibujante, amante de las matemáticas, periodista, líder de opinión, empresario, escritor, político congruente de izquierda, conferencista y demás. Le quedaría ciertamente muy corto referirnos a él como un renacentista mexicano. Fue más bien, como expresó el maestro Julio Scherer, en el mensaje que envió al homenaje que se le rindió el 12 de abril de 1997 en el Palacio de Bellas Artes, un hombre para los demás
, cuyos restos mortuorios se encuentran ya, con toda justicia, en la Rotonda de Personas Ilustres. Y como también dice Hernández Jiménez, una persona que alrededor de veinte horas diarias escribía, calculaba en su pequeña computadora, dibujaba, daba entrevistas, asistía a reuniones, leía, esculpía, pintaba, atendía su despacho, supervisaba obras, estudiaba, atendía a su familia, daba conferencias, viajaba, recibía llamadas y amenazas, en fin...
(p. 80).
Un maestro universitario que constantemente recordaba a sus alumnos de la UNAM que nuestros héroes, a quienes estudiaba con ahínco y seguía con devoción, no fueron ni burros, ni huevones
(sic), por lo que tenían que dedicarse al estudio y a la transformación de su sociedad. Pero quien mejor interpretó el talante ético y político de Heberto Castillo fue nuestro notable filósofo y amigo Luis Villoro Toranzo, articulista de La Jornada, y el otro hermano
de Heberto, como expresa también José Luis Hernández (p. 487), quien en el mismo homenaje en Bellas Artes expresó que la popularidad de Heberto entre la gente se debía en primer lugar a su decisión de decir siempre No “a la falsedad que rige en la sociedad; No a la corrupción y a la injusticia que la corroe; No a toda situación, cualquiera que ésta sea, donde se muestre la mentira social.
“Sobre la capacidad de negación –añadió– está la decisión de convertir la propia vida en testimonio de la verdad que se afirma”. Y a que esperaba que el partido se guiara siempre por el principio histórico de unir a la izquierda, no por una doctrina o sumisión a un líder, sino por la fidelidad a las grandes corrientes que expresaron los anhelos de justicia del pueblo, los de las comunidades indígenas, los trabajadores y los desempleados urbanos; los estudiantes y científicos, y los pequeños empresarios al borde de la ruina; en síntesis, las múltiples manifestaciones de la sociedad civil ( cfr. p. 490). Así como por el principio ético de la libertad de realización, un concepto que el maestro Villoro desarrolló admirablemente después en las conferencias que dictó en 2003 dentro de la Cátedra Alfonso Reyes, del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, y publicó después en su pequeña obra titulada De la libertad a la comunidad. Algo que descubrió en la actuación del ingeniero Castillo: Antes que en una ideología que se pretendía científica, el nuevo partido debería basarse en la reivindicación de valores olvidados, pero que siempre fueron el patrimonio de la izquierda: la libertad y la justicia ante todo; pero no sólo la libertad de cada quien de opinar, pensar y elegir su propia vida, sino la libertad de poder realizar lo que se elige
(pp. 488 y 489). Y esa libertad se finca en la justicia.