Sábado 20 de mayo de 2017, p. 5
La situación de vulnerabilidad de los periodistas mexicanos, y particularmente el asesinato del escritor y corresponsal de La Jornada Javier Valdez, fue difundida en The New York Times, uno de los principales periódicos del mundo.
En un artículo de opinión, Carlos Lauría, director del programa para las Américas del Comité para la Protección a Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) hizo un recuento del trabajo de Valdez, de su profesionalismo, pero sobre todo su valentía al escribir acerca del narcotráfico en un país como México, con la certeza de que al hacerlo día a día ponía su vida en riesgo.
Quiero seguir viviendo, quiero seguir respirando. Y dejar de escribir sería morir
, le dijo alguna vez Javier a su amigo Carlos, autor del texto.
Javier y sus colegas siempre supieron que cubrir la delincuencia y la corrupción en Sinaloa es como atravesar un pantano repleto de cocodrilos. En Ríodoce (el semanario que cofundó el periodista asesinado), los reporteros se ven obligados a revisar cada historia de manera meticulosa y a considerar qué información deberían elegir censurar, sólo para mantenerse a salvo, destacó Lauría en su entrega para NYT.
El autor comparte algunas conversaciones con Valdez, acribillado en Culiacán el mismo día que publicó una columna en donde detalla abusos en un centro de atención a adictos.
Javier, puntualiza Lauría, siempre insistió en retratar el lado humano de la violencia vinculada a las drogas.
Conservaba un maravilloso sentido del humor y se negaba a quedarse callado, a pesar de las poderosas estructuras criminales que corrompen a toda la sociedad de Sinaloa
, escribe Carlos a recordar a su amigo laureado por su valor con el Premio Internacional de Libertad de Prensa en Nueva York, en 2011.
“‘Esto está realmente jodido, vato’, me decía con frecuencia para describir la ola de violencia sin precedentes que afecta a los medios mexicanos. En los últimos dos meses, antes del asesinato de Javier, al menos cinco periodistas fueron asesinados, y el CPJ ya confirmó que cuatro de ellos murieron como represalia por su labor”, indicó.
Carlos hace referencia también al suceso de principios de marzo, cuando un grupo de desconocidos compró todos los ejemplares del semanario Ríodoce, en el cual se hablaba de vínculos entre políticos locales y narcotraficantes.
Uno de sus contactos desapareció. Se sentía presionado y necesitaba huir. Me dijo que quería discreción. Nada de publicidad... Estoy bien, vato. Puede que tengamos miedo, pero no dejaremos de publicar sobre esta tragedia humana
, dijo Javier a su colega.
El 4 de mayo, la delegación del CPJ se reunió con el presidente Enrique Peña Nieto para hablar sobre la violencia que aquejaba a periodistas.
“Diez días después, mi buen amigo Javier dejó de respirar y dejó de escribir (…) El tiempo apremia a Peña Nieto. Salvo que haya una reacción inmediata y decisiva, su legado –así como el de sus predecesores– estará marcado por la violencia generalizada y la impunidad endémica”, concluye Lauría en el artículo titulado Dejar de escribir sería morir: el ataque a los periodistas mexicanos
.