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Un bosquejo de la dinámica sociolingüística en Tlaxcala Nazario A. Sánchez Mastranzo Centro INAH-Tlaxcala A mi hija Abigail en sus 15 febreros El uso del náhuatl como medio de comunicación ha quedado por demás demostrado por diversos autores, quienes han insistido que no puede denominarse dialecto, pues ello denota una carga despectiva y de inferioridad frente a la lengua franca que hoy constituye el castellano. Haré una revisión somera sobre lo que se ha escrito en torno al análisis del náhuatl, principalmente en el municipio de San Pablo del Monte y en la localidad de San Isidro Buensuceso, donde la mayoría de la población aún utiliza la lengua indígena como forma de expresión oral. Ello conecta a la gente con los valores culturales de este importante grupo lingüístico. Hace algunos años una colega mía, la historiadora Fabiola Carrillo Tieco, publicó un libro que ha venido a descubrir el valor intrínseco del náhuatl en el municipio sureño. Su obra, San Pablo del Monte Cuauhtotoatla, una historia a través de los estratos de la toponimia náhuatl, presenta por un lado la historia de la comunidad tomando como hilo conductor el análisis de su toponimia, y por otro lado muestra cómo los distintos momentos, a los que ella denomina estratos, nos permiten entender el proceso de mestización cultural de este importante municipio.
Y aunque puede parecer que el uso de la lengua náhuatl es motivo de orgullo, más bien es todo lo contrario pues muchos de los términos se traducen alejándonos del contexto en que fueron creados. Así tenemos que parajes, apellidos, ritos, animales, plantas, etcétera, poco a poco se van ajustando a la forma occidental de entender el mundo, lejos de una lógica que daba estructura y orden al universo mesoamericano. ¿Quiénes hacen uso de la lengua? Sólo la generación mayor de 60 años. A la población joven y adulta media le resulta extraña esta forma de comunicación. Si bien utilizan algunos términos, lo hacen sólo de forma referencial. En cuanto al náhuatl como indicativo de la toponimia, igual que en otros lugares persiste su uso y es de los elementos identitarios que tienden a cambiar o a desaparecer con menor velocidad. Tal vez por esta razón es que en las comunidades aún se conservan los nombres originales de los parajes. La lengua representa el vehículo en que la historia propia se transmite de generación en generación. Pero la narrativa, si bien transmite la historia, también la cuenta de manera en que lleva consigo una enseñanza y esta enseñanza muchas de las veces es una sanción. Para el caso de Tlaxcala, la dinámica lingüística puede observarse fundamentalmente entre los pueblos asentados en las faldas de la Malintzi, pues el macizo volcánico no sólo funciona como referente geográfico, sino también cultural; en las comunidades localizadas ahí es donde más se precia la persistencia el uso de prácticas tradicionales y su relación con la naturaleza. Esta relación que se establece con el paisaje permite apropiarse a partir del nombramiento de los parajes, apellidos, instrumentos de labor y de uso doméstico, alimentos, plantas y en especial las propias personas. En esa dinámica de nombrar se encuentra presente la apropiación y sobre todo el cómo es que la cultura es aprehendida por los propios habitantes. Según se ilustra en el cuadro, el náhuatl se sigue conservando como lengua indígena histórica, mientras que el otomí ha sido desplazado por el totonaca, seguramente por dos situaciones: mientras que el primero se restringe a una sola comunidad de Tlaxcala, el segundo sin duda va creciendo en su número porque este estado es un lugar de paso desde la Sierra Norte de Puebla hacia la Angelópolis (distrito financiero, residencial, comercial y de negocios ubicado en Puebla de Zaragoza y San Andrés Cholula) o la Ciudad de México. Queda por saber cuáles son aquellas caracterizadas como lenguas zapotecas y si algunas de las lenguas indígenas centroamericanas se han comenzado a establecer en nuestro territorio, considerado el más pequeño de la República.
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