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El sistema milpa, pasado Laura Collin Profesora-investigadora de El Colegio de Tlaxcala, AC
Durante más de 50 años ejércitos de extensionistas y asesores, primero de las diferentes dependencias gubernamentales vinculadas al desarrollo rural y luego de las empresas privadas, han tratado de convencer a los campesinos del mundo entero que sus prácticas ancestrales son atrasadas, inconvenientes, poco productivas, pero sobre todo de pobres. Estos apóstoles de la modernidad no sólo recurrieron a la palabra para convencer; reforzaron sus dichos con la zanahoria delante del burro, ofreciendo crédito y seguro o regalando los paquetes tecnológicos, sabiendo que una vez que los hubieran usado, mantendrían esa dependencia. Los agroquímicos, como cualquier droga, una vez que se prueban generan adicción y el proceso de desintoxicación es largo y doloroso. Avalaron sus dichos con sus grados académicos y la aureola de la ciencia. Sin embargo, su prédica no resiste el más elemental análisis desde el sentido común. La milpa mesoamericana, con sus variantes debidas al clima y la altura, se caracteriza por dos componentes: diversidad y asociación, lo que también se puede entender como complementariedad. De la milpa se obtienen alimentos, de allí que a mayor diversidad de cultivos, mayor será la diversidad de alimentos disponibles. Pero también se aprovechan especies con fines medicinales y plantas que alimentan a los animales que deambulan por la milpa y la fertilizan. Diferentes cálculos han cuantificado entre 120 y 160 especies útiles, sembradas o de recolección (Altieri, 1999). De la milpa podían comer los humanos, los animales de traspatio y visitantes como las abejas. Inclusive otros animales que pueden afectar los cultivos y para los cuales se dejaban otras plantas para que no atacaran las de consumo humano. De una sola especie se sembraban diferentes variedades, para incrementar la resiliencia, o en términos inversos disminuir la vulnerabilidad (Boege, 2008), variedades resistentes al exceso de agua, o a la sequía o de ciclo diferente. Intensiva en mano de obra o, más precisamente, en trabajo humano, la milpa es fértil gracias a la incorporación de materia orgánica: el rastrojo de la cosecha anterior y estiércol de los animales de traspatio (Sánchez Morales, 2014). En ese sentido puede ser entendida como autopoiética, pues consume la energía que produce, la de las personas y de los animales e inclusive sus propias semillas, seleccionadas en un ciclo para su uso en el siguiente. También puede calificarse como de baja entropía, por el escaso requerimiento de energía externa. Sin duda, el rendimiento de un producto cultivado con aditivos externos resulta superior al de la milpa y en ese sentido consideran que ese tipo de producción es más eficiente. Pero esa idea sólo se sostiene en la productividad individual del producto, haciendo abstracción del sistema. Efectivamente, una hectárea de monocultivo de maíz mejorado y cultivado con agroquímicos puede llegar a producir de 12 a 14 toneladas que, convertidas en dinero, no alcanzan para la mantención de la familia. En cambio, con los diversos productos de la milpa y su escasa tonelada o tonelada y media vive casi todo un año una familia campesina. ¿Por qué hay tanto empeño en devaluar al sistema milpa? La respuesta está en: a) la lógica del mercado que sólo considera producción a lo que se destina a la venta e invisibiliza la que es para el autoconsumo, llámese producto agrícola o el trabajo de las mujeres en el hogar (economía de cuidados), y b) los intereses de las enormes corporaciones trasnacionales que producen los insumos para el campo (Monsanto, Bayer, Syngenta, DuPont). Su objetivo es vender y que la agricultura dependa de sus insumos. Por eso financian a universidades, a gobiernos y a los promotores, y buscan convencer sobre la necesidad de incrementar la productividad. Promueven el monocultivo, dependiente de insumos industriales, que contamina la tierra y los mantos acuíferos, desaparece especies vegetales y animales y acelera la desertificación del planeta entero. En despecho de sus aseveraciones, la producción campesina alimenta al 70 por ciento de la población aunque dispone sólo del 30 por ciento de la tierra. Los promotores y extensionistas ya no ven milpas en el medio rural, pero la milpa persiste, se ha refugiado en el traspatio y su fin sigue siendo el autoconsumo. En Tlaxcala, para la venta, los campesinos producen con semillas mejoradas y agroquímicos; para su consumo siguen usando sus semillas criollas y la fertilización con materia orgánica. El sistema milpa, con su diversidad y con su bajo consumo energético, es una opción para la soberanía alimentaria, para la sobrevivencia de los seres humanos, y por tanto es una opción de futuro, en un contexto donde el abuso del gasto energético y la dependencia de los combustibles fósiles están llevando al planeta al borde del colapso.
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