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La explotación del bosque Nazario A. Sánchez Mastranzo Centro INAH-Tlaxcala
Para Irma, con quien he conocido Durante mucho tiempo las poblaciones asentadas en las faldas de La Malintzi (Matlacueye en lengua náhuatl) han sobrevivido aprovechando los recursos que el mismo bosque proporciona. Pero estos recursos no son sólo materiales; la cultura ha jugado un rol importante. En la percepción de la montaña como elemento cultural, individuos y comunidades impregnan su visión del mundo y observan los valores que caracterizan a aquélla como una entidad viva y receptáculo de vida. Esto lo agradecen las comunidades por medio de ritos que les permiten mantener el vínculo con la naturaleza. Es posible encontrar en algunas de las cimas de la montaña evidencias arqueológicas de los distintos pueblos y asentamientos anteriores a la llegada de los españoles a Mesoamérica. El vínculo humano con la montaña ha persistido, y los pueblos actuales aún caminan para realizar la entrega de ofrendas en busca de las lluvias necesarias para la agricultura que todavía se practica. El marco geográfico. La montaña fue declarada Parque Nacional a partir de un decreto del 6 de octubre de 1938, con una extensión de 45 mil 711 hectáreas y una altura máxima de cuatro mil 462 metros sobre el nivel del mar, y donde existen cien especies de mamíferos, aves y reptiles. En cuanto a la flora, hay aquí seis especies de pinos y 120 plantas con flores. Los municipios que la conforman son Ixtenco, Chiautempan, Huamantla, Teolocholco, Zitlaltepec, Tzompantepec, Mazatecochco, Acuamanala, Contla, San Pablo del Monte, Amozoc, Puebla, Acajete y Tepatlaxco de Hidalgo. Allí más de cien comunidades comparten la lengua náhuatl, aunque en Ixtenco se habla el otomí.
El marco histórico. En el mapa de Cuauhtinchan número 2, una serie de rutas y parajes de carácter ritual se señalan como evidencia de que desde tiempos inmemoriales era un lugar de culto. Las crónicas coloniales hacen énfasis en algunos de los rituales; por ejemplo, para la petición de lluvia, los pueblos se dirigían hacia puntos específicos en los que al parecer tenían templos o hacia alguna oquedad natural, donde se depositaban ofrendas dirigidas a la entidad que residía en la montaña. La etnografía nos ha enseñado que la Matlalcueye, una mujer de largos cabellos negros y vestida de blanco, vive dentro de la montaña, en un lugar donde siempre es primavera, acompañada de animales, con abundantes corrientes de agua y con algunos servidores que proporcionan a los hombres lo necesario para vivir. Pero además dentro de la montaña residen las almas de los muertos, quienes vuelven cada año para convivir con los vivos. En algunas comunidades persisten los tiemperos, especialistas que leen los signos que la naturaleza proporciona para el vaticinio de las lluvias. Ellos conocen los parajes donde debe hacerse ofrendas para pedir a la señora del cerro sus beneficios, pero también para saber cómo actuar cuando se vislumbra una tromba o el granizo. Entre los habitantes de Acuamanala se recuerda que la comunidad debía cooperar para llevar como obsequios a la Malinche peinetas, listones, espejos, faldas y blusas para que pudiera vestir durante el año. Además de lo anterior, no podían faltar alimentos que debían consumirse antes de que el tiempero depositara la ofrenda en una cueva sólo conocida por él.
Durante muchos años la montaña ha sido explotada en sus recursos. Las comunidades aprovechan sólo lo necesario para asegurar la sobrevivencia, esto es actúan de forma sustentable, pero el mercado mestizo busca enriquecerse sin que haya una regeneración de los recursos. Y es que la fundación de la ciudad de Puebla, en el siglo XVI, originó que los recursos maderables fueran sobreexplotados para proporcionar combustibles, alimentos y materiales de construcción. El hecho de explotar el bosque implica conocer las especies que pueden regenerarse. Las bandas de talamontes clandestinos, muchas veces bajo la protección de las autoridades, destruyen especies que han sobrevivido al tiempo. En los años recientes la agricultura ha comenzado a deforestar los bosques que por mucho tiempo aseguraron que las corrientes de agua llegaran a los poblados. Hoy se observa desde la distancia la aparición de manchas de color ocre que indican los espacios deforestados.
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