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Sexto Piso publica El inconcebible universo, nuevo libro de José Gordon

Despierta autor la sonrisa de la inteligencia y la belleza

Esa obra explora la pasión por entender y es una una invitación a salir de nuestros límites perceptuales, explica en entrevista con La Jornada

 
Periódico La Jornada
Viernes 12 de mayo de 2017, p. 4

El Aleph de Borges; la poesía de Walt Whitman y de Octavio Paz, la prosa de Amos Oz, Fernando del Paso e Isaac Bashevis Singer se mezclan en una sopa de cuarks y gluones en el libro de José Gordon (Ciudad de México, 1953), titulado El inconcebible universo: sueños de unidad, que publica Sexto Piso con ilustraciones de Patricio Betteo.

Una vez que uno termina de leer este libro, ya no puede ser el mismo. Un libro que hace mejores personas, es una manera de definir este trabajo fascinante que celebra las bodas permanentes de ciencia y poesía, pensamiento y rigor metodológico, magia y misterio y el anhelo de saber, de entender.

Física cuántica, el Bosón de Higgs, la Teoría de Cuerdas, las teorías de la Relatividad y del Todo, la Caverna de Platón y la Divina Comedia, son apenas algunos de sus temas. Este libro explora las múltiples dimensiones de nuestro universo. Y nos pone a girar.

El sueño continúa

Una conversación con José Gordon siempre cambia a las personas para bien. Es lo que busca el siguiente diálogo, sostenido con este creador que pertenece a esa estirpe cuyas acciones hacen que el mundo sea mejor. José Gordon en entrevista con La Jornada:

–Dada su minuciosa construcción, la secuencia narrativa, su clara estirpe borgiana, ¿concibió usted este libro bajo estrategia de una poética?

El inconcebible universo se disparó con una estampa del investigador Ioan Couliano que capturó mi imaginación: un niño juega con unos cubos que le permitirán acceder a una cuarta dimensión espacial. Si sumamos el tiempo, estamos hablando de una quinta dimensión. Esos cubos venían junto con un libro del matemático Charles Hinton que invitaban a explorar un mundo con más dimensiones. Lo que me llamó la atención es que el niño era ni más ni menos que Jorge Luis Borges.

“Empecé a novelar: el maravilloso relato El Aleph, de Borges, donde todas las dimensiones del universo se encuentran concentradas en un solo punto, en una esfera, había sido imaginado por Borges niño al jugar con los cubos y poliedros del libro de Hinton.

“Me pareció claro que la inconcebible unidad del universo que propone el cuento de Borges, resonaba con las búsquedas de la ciencia donde aparece el sueño de Einstein por descubrir que, más allá de las apariencias, podría existir un nivel que unifica todas las fuerzas de la naturaleza. Einstein no logró este anhelo, sin embargo, el sueño ha continuado. Todavía no se cumple, pero muta sus nombres e hipótesis: Teoría del Todo, Teoría de Cuerdas (donde se habla de 11 dimensiones)… En esta búsqueda hay un elemento poético que resuena con El Aleph.

Así, fue natural, a manera de homenaje, utilizar el artefacto narrativo de Borges en ese relato: si en una pequeña esfera se encuentran todas las caras del universo, la estrategia poética fue hacerla girar con las inconcebibles historias reveladas por la imaginación científica y literaria, con los mapas más audaces de la ciencia y el arte.

El giro de la esfera del Aleph

–A partir del giro de Walt Whitman, del yo veo al vi de Borges, ¿es intención de usted alargar tal recurso narrativo cuando inicia sus capítulos con una épica en frases de y vi, hasta Dante, Homero?, ¿es una crónica del anhelo humano de entender, de comprenderlo todo?

–Exacto. Borges fue traductor de Walt Whitman y recoge una lección que cruza por la gran poesía: un listado, una enumeración relativamente larga, da la impresión de que podemos asomarnos a todo el universo con un simple puñado de palabras. Pablo Neruda utilizó un recurso similar. Por eso da la sensación de que es un poeta que lo abarca todo. En el caso de Whitman, la sensación cósmica se abre con un yo que puede ver todos los tiempos y los espacios. Así, dice Yo veo diminutas granjas y aldeas, al igual que dice Yo veo girar una inmensa y maravillosa esfera en el espacio.

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La ciencia y la poesía son apasionantes porque ambas cruzan fronteras; sus catálogos y enumeraciones nos llevan a un universo sorprendente, donde late el pulso del conocimiento, expresa José Gordon a La JornadaFoto Jesús Villaseca

“Borges utiliza la palabra ‘vi’. Al describir todo lo que está apretado en El Aleph, en un solo punto, Borges dice ‘vi’ el mar, ‘vi’ astrolabios, ‘vi’ hormigas, ‘vi’ laberintos rotos, ‘vi’ tigres… Si seguimos el juego, al continuar con el giro de la esfera del Aleph, se extiende el catálogo de lo que podemos ver, el sueño de que podríamos abrazar todo el conocimiento.

–¿Es este libro, esta indagación del anhelo humano de entender, de descifrar el universo y los misterios, una invitación a que demos un salto cuántico como especie?

–Es un libro sobre la pasión por entender. Es una invitación a salir de nuestros límites perceptuales. Los paisajes que nos rodean influyen en los modelos que hacemos de nosotros mismos. George Steiner decía que en los conceptos de Freud se refleja la arquitectura de las casas vienesas de su tiempo que se estructuraban en términos de estancia, sótano y ático. Con cierto humor, Steiner nota que Freud hizo lo mismo con la arquitectura de la mente humana.

“En este contexto, la arquitectura del conocimiento que nos traen los mapas más avanzados de la ciencia y del arte, nos invitan a ver un mundo más correlacionado de lo que imaginábamos. Conocer esos mapas tiene el potencial de remodelar nuestra vinculación con los otros.

“La Teoría de Cuerdas –prosigue José Gordon–, por ejemplo, empieza a ofrecer evidencias experimentales que nos dicen que un hoyo negro matemático es equivalente a un metal superconductor. Así la ciencia nos dice lo que la poesía siempre había intuido: ‘esto es aquello’, nadie puede cortar una flor sin perturbar una estrella. En un mundo que vivimos en medio de muros y fragmentaciones, vivir a la altura de este conocimiento podría alterar la percepción de las posibilidades de nuestra especie.”

–Si la ciencia necesita siempre ser demostrada, comprobada, ¿qué la separa de la poesía, la música, la magia, que no necesitan ser palpadas?

–Es interesante ver que hay algunas zonas que explora la ciencia que ya no se pueden palpar. Sin embargo, persiste en sus indagaciones con una gran imaginación. Ciencia y poesía tienen diferentes metodologías y rigores. No obstante, hay algunos rasgos que comparten: ambas tienen que ver con hallazgos, con curiosidad, con mundos que se correlacionan.

“Mientras la ciencia establece vínculos entre zonas distantes mediante ecuaciones, la poesía lo hace con metáforas, mudanzas de imágenes y conceptos. Lo apasionante es que ambas cruzan fronteras, sus catálogos y enumeraciones nos llevan a un universo sorprendente donde late el pulso del conocimiento.

Algo profundamente conmovedor

–¿Está perdiendo la humanidad su capacidad de asombro?, ¿son cada vez menos los que lloran como Borges cuando vio el Aleph, cuando ese hombre ciego pudo ver el inconcebible universo?

–La indiferencia, la indolencia, la falta de empatía y compasión nos tiene aturdidos, nos hace perder la capacidad de asombro ante el misterio de lo que nos rodea. Elías Canetti decía: ‘Sólo por los colores ya valdría la pena vivir eternamente”. Cuando se despierta la sonrisa de la inteligencia y la belleza, nos volvemos a vincular con un universo que nos invita a descifrarlo, a entenderlo, a transformarlo. Simplemente pensemos: hay galaxias que tienen cien mil millones de estrellas, hay estimaciones que nos dicen que tenemos cien mil millones de neuronas. Tenemos una especie de galaxia en el cerebro que nos permite imaginar El Aleph, sondear el Big Bang, tocar las orillas del inconcebible universo, abrazar el latido invisible de la vida. Eso es profundamente conmovedor.

–¿Podría usted compartirnos, por último, su definición de las palabras sueño, unidad e imaginación?

–Son parte de una ecuación que puede resolverse con unos versos de Octavio Paz: Adonde yo soy tú somos nosotros.