a rabia ciudadana que se viene expresando por todos lados aunque de manera diferenciada según el contexto político e histórico; tiene al menos dos cosas en común. Cree saber lo que no quiere. A eso le llama clase política, oligarquía, globalización, neoliberalismo, nativismo, fascismo. Quiere creer en lo que sabe. Sea un regreso a un pasado nostálgico que se considera siempre mejor o un futuro luminoso a construir sin los amarres y las desviaciones de intentos futuristas anteriores.
Pero es en el presente donde se cruza el pasado que nos embruja y nos obsesiona, y el futuro que nos elude. En el presente se tienen que tomar decisiones que nos afectan. Se pueden obviar con saltos hacia delante o hacia atrás, con la buena conciencia de los que no se manchan porque no participan. O con la idea escatológica que mejor empeore todo para que las cosas se compongan.
Tarde o temprano una de esas decisiones marca un cambio traumático. Para los que creían que era lo mismo, no es lo mismo Trump que Clinton.
Qué se juega. Las elecciones en Francia tienen un valor estratégico por dos razones. Está en juego la Unión Europea –con enormes debilidades y déficit democráticos– frente a una visión nativista. En Francia se expresa de manera nítida la lucha entre la democracia delegativa, que puede ser el primer paso hacia formas de regresión autoritaria, y la democracia constitucional que puede sentar las bases para una mayor capacidad de decisión orgánica a los colectivos ciudadanos.
Los resultados de la primera vuelta. Los resultados confirman las grandes transformaciones en el sistema político y quizás, menos analizado, en el subsuelo social. Se rompe el bipartidismo. Del lado de la coalición gaullista por la vasta y corrosiva corrupción. Del lado de los socialistas por el abandono de sus propuestas programáticas centrales. Al romperse el bipartidismo se tiene un clara migración de electores. Una parte en zonas rurales y regiones golpeadas por la desindustrialización hacia la extrema derecha. Otra parte de jóvenes y activistas sociales hacia la izquierda ciudadana. Finalmente una parte considerable de los electores del gaullismo y de los socialistas hacia el candidato centrista. Así se prefigura tres grandes bloques electorales que no fueron ajenos a otros momentos de la historia francesa.
La segunda vuelta. En 2002 Jean Marie Le Pen con 17 por ciento del voto pasó a la segunda vuelta estremeciendo a la clase política. Entonces se movilizó lo que se dio en llamar el Frente Republicano, aunque la consigna central en las calles era menos generosa: Votaremos por el corrupto (Chirac) y no por el fascista (Le Pen). Chirac obtuvo una amplísima mayoría. La diferencia ahora tiene varias dimensiones. El bipartidismo parece dañado de muerte. Es probable que surjan al menos dos agrupamientos nuevos, uno a la izquierda y otros al centro. La opción es entre la fascista (Marie Le Pen) que a diferencia de su padre ha modificado su discurso buscando atraer a los trabajadores afectados por la globalización y un amplio frente de gays, judíos y franceses nativistas en contra de la amenaza islamista
. La otra opción, un candidato centrista, promotor de varias iniciativas económicas neoliberales durante su breve periodo como ministro de Economía que ha logrado agrupar a su alrededor a un gran número de progresistas quienes votarán más por la amenaza real que por su programa electoral. Nadie puede –aún con los sondeos que le asignan 60 por ciento de la intención voto a Macron– descartar un triunfo de Le Pen. Todo dependerá en buena medida del nivel de participación y de abstención de la coalición centrista. Los votantes socialistas y de Francia insumisa (Melenchon) pueden ser decisivos.
Las elecciones legislativas en junio a dos vueltas pero en un esquema más complicado expresará la fuerza de las nuevas coaliciones y los márgenes de gobernabilidad del nuevo presidente.
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