Sábado 6 de mayo de 2017, p. a16
En los estantes de novedades discográficas esplende un compendio a manera de géiser magnífico.
Pink Floyd: The Early Years 1967-1972. Cre/ation (Pink Floyd Records), se titula este álbum doble que viene bien ahora en este espacio a manera de seguimiento.
Hace dos sábados, el Disquero dio a conocer un proyecto monumental, con el mismo título y que consiste en siete tomos, cada uno de los cuales es un libro con título diferente y contiene en promedio cinco discos cada uno de ellos, tres cedés y dos devedés y algunos para uso exclusivo en reproductores blu-ray.
Debido a que su aparición coincidió con el anuncio del nuevo disco de Roger Waters, la reseña de ese día se repartió en ambos temas. He aquí el link:
En esa reseña elegimos uno de los siete libros para referirnos a la sumatoria. Ahora presentamos el compendio de esa sumatoria, en el disco Pink Floyd: The Early Years.
Mencionamos la ocasión anterior que la caja completa cuesta una fortuna (unos 8 mil morlacos) y cada libro por separado otra suma importante (800 unidades devaluadas). El que reseñaremos hoy es el más accesible (259 pesos), es un álbum doble y permite la perspectiva completa del paisaje.
Paisaje sonoro, podemos decir, pues la música de Pink Floyd es muchas cosas muy diferentes y más valiosas que los elementos manidos de la cultura rock.
Comencemos por decir qué no es Pink Floyd:
Pink Floyd no es autor de ninguna rola de éxito.
Pink Floyd no es el grupo de moda.
Pink Floyd no es para fans.
Pink Floyd no es música pretérita.
¿Qué sí es, entonces?
Entre otros muchos valores:
Pink Floyd es un grupo todavía incomprendido.
Pink Floyd es autor de una música que espera el devenir para trascender.
Pink Floyd es el único grupo de rock que no se limita a ese género ni al blues.
Pink Floyd es el work in progress por antonomasia.
Argumentemos:
Nació en el momento justo, en el lugar adecuado: la Facultad de Arquitectura, Londres, 1962. Es decir: jóvenes con sensibilidad entrenada hacia la semántica de lo espacial, el aquí y ahora, lo humanístico y lo exacto. Es decir, justo en el momento en que se inicia la gran revolución cultural, cuyos efectos disfrutamos: la imaginación al poder, las melenas largas contra las ideas cortas, hacer el amor no la guerra, amor y paz.
A diferencia del resto del movimiento jipi, Pink Floyd no redujo sus dardos hacia los confines de la música isabelina y la de Johann Sebastian Bach.
Me adelanto: al escuchar por vez enésima el track ocho del disco dos de la reseña de hoy, me topé con una sorpresa increíble: ¡Terry Riley!
Revisen ese track ocho, titulado Nothing Part 14 y encontrarán justamente eso: la nada, que lo es todo.
Dije me topé con Terry Riley sin referirme a influencia, copia, guiño, homenaje ni pastiche. Se trata, sencillamente, de un sistema de vasos comunicantes.
Me refiero en específico a la cualidad mayor de Pink Floyd: no es (aunque el grupo ya no exista como tal, cuando uno habla de un autor clásico, siempre lo debe hacer en tiempo presente) un tema de éxito lo que se proponen construir en cada pieza. Lo suyo es, siempre, el hallazgo. Siguieron a Pablo Picasso: no se busca, se encuentra
.
Y entre esos hallazgos compartieron, en el referido track ocho, texturas sonoras similares a las que halló en su momento Terry Riley. El hallazgo es enorme si tomamos en cuenta que muchos, casi todos, se refieren a Riley como un autor minimalista
, en ese afán por encasillar, por ubicar en compartimentos estancos a todos. Mucha de la música, de hecho la mejor, de Terry Riley no responde a los procedimientos minimalistas.
Ambos, Terry Riley y Pink Floyd trazan paralelas, asíntotas, parábolas que resultan hipérboles, ideas que hibernan y saltan cual géiseres de pronto. Tejidos armónicos, paisajes sonoros.
¿No es eso lo que buscaron, en ese mismo momento de la historia de la música, Edgar Varese, Olivier Messiaen, Karlheinz Stockhausen y Luigi Nono, entre otros?
He ahí la esencia de Pink Floyd: músicos de vanguardia, referentes, creadores de improntas.
En el álbum doble que hoy recomendamos en este espacio, vemos la trayectoria entera de Pink Floyd.
Y realizamos hallazgos y confirmamos certezas y convicciones. Por ejemplo, siempre hemos sostenido en este espacio que Pink Floyd no es autor de rolas, sino es autor de un sonido, y constatamos en las excelentes notas al programa de Mark Blake, incluidas en el cuadernillo que acompaña el disco, cuando recuerda que luego de llamarse The Meggadeaths, The Abdabs, The Tea Set y Leonard’s Lodgers, fue hasta la llegada del genio de la lámpara, Roger Syd Barrett, estudiante de Arte, que dio nombre, concepto, ideas y composiciones clásicas al grupo: The Pink Floyd Sound.
Más claro, ni el sonido.
El delicado sonido del relámpago.
Pink Floyd. Mi color favorito: el rosa intenso.