Opinión
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Desfonde sistémico
U

na tras otra, recientes elecciones apuntan hacia el desfonde de partidos considerados como tradicionales y bien establecidos en el imaginario político de los países. Lo ocurrido en Francia es un caso más de la larga lista de tales fenómenos. Tanto los gaullistas como el Partido Socialista, otrora dominantes, han quedado rezagados en las simpatías de los electores y no pasaron a la segunda ronda de este mayo. El liberal centrista, Emmanuel Macron, quedó como puntero al frente de un movimiento, por él iniciado, que apenas lleva un poco más de un año: En Marcha. La señora Marine Le Pen condujo a su fracción contestataria (FN) de extrema derecha a un segundo lugar por lo demás pronosticado y mucho temido.

La figura del señor Macron es digna de un análisis a mayor profundidad, puesto que reúne características especiales. Militó por corto tiempo entre los socialistas hasta llegar a situarse, con rapidez inaudita, como ministro de Economía del gobierno de François Hollande. Su previo paso por las altas finanzas del Banco Rothschild le impregnaron el liberalismo en sus posturas básicas, continuadas ahora en sus ofertas de campaña. Las alianzas en formación para apoyarlo en la segunda vuelta venidera lo pueden situar, según pronósticos fundados y a sus escasos 39 años, como el próximo presidente de ese prospero país, la tercera economía de Europa. Macron representa, para buen parte del electorado francés, el hombre ligado a las visiones e intereses empresariales y pro europeos. El mundillo de los poderosos, privados y públicos, tanto europeos como de otras selectas partes del globo, se congratulan por su casi seguro triunfo posterior. El financierismo hegemónico de la Europa común, recobró tranquilidad ante el embate de una izquierda antisistema capitaneada por el señor Mélenchon. A este intelectual, muy a pesar de su fulgurante cierre de campaña al frente de La Francia Insumisa, no le alcanzó para asegurar su posterior y definitivo pase.

Lo trascendente que dejan estas elecciones puede resumirse señalando el desgaste de los partidos de corte social demócrata cuando hacen suyas, para gobernar, posiciones de corte neoliberal. Un caso notable de tal circunstancia lo apunta, a las claras, el español PSOE, en compañía del partido laborista inglés. Tales partidos, a pesar de su marcado declive, logran continuar en el mando montados sobre un miedo, apalancado con medidas de presión y chantaje, del elitista entorno dirigente.

En repetidas ocasiones, institutos bien asentados en pasadas contiendas, sufren quiebres internos que los desarman o les provocan graves crisis. Diferencias, de variadas clases entre sus figuras o grupos relevantes, alientan abandonos cruciales de no conciliarse debidamente los intereses encontrados. Si algunas de sus facciones caen en la intemperancia, seguro desatan dolorosas expulsiones. Ambas situaciones son altamente dañinas para la vida organizada de los partidos. En México la historia cuenta casos similares de expulsiones (PRI) o de abandonos (PRD) que retaron la viabilidad, continuidad o la permanencia en el poder de esos institutos. Bien conocida fue la rebelión y, posterior expulsión del seno del PRI, de la que se llamó Corriente Democrática. Se formó de esta manera el aguerrido fenómeno de masas liderado por Cuauhtémoc Cárdenas. Movimiento político electoral que, para detener su triunfo en las urnas, se echó mano del descarado fraude de 1988. Sólo así se pudo impedir que se consolidara una opción que bien pudo orientar la ruta del país por distintos caminos. Aquel fue un momento crucial que ha desembocado en un desgaste creciente del modelo dominante que, en estos tiempos de zozobra, cobra marcados tintes de factible final de época. Las sucesivas candidaturas del oficialismo (PAN y PRI) a partir del sexenio de Carlos Salinas, quedaron marcadas por consolidar una élite autoritaria, corrupta y por completo sometida a los mandatos del célebre Acuerdo de Washington. Un cúmulo de evidencias apunta hacia una crisis terminal del modelo imperante. Sin embargo, en su lenta agonía, el régimen que lo sostiene cuenta, todavía, con instrumentos que utilizará, sin restricciones o consideraciones éticas, ante la contrariada ciudadanía que lo abandona. En otras ocasiones mencionadas los inconformes salen, por su propio albedrío, de las formaciones nodrizas sólo para iniciar movimientos que, una vez fuera, retan la continuidad de su partido original. La reciente formación de Morena y su crecimiento vertiginoso como opción de poder da testimonio de ese tipo de alternativa. Muy a pesar de la truculenta estrategia para desbarrancar a ese partido y, en particular a su fundador y candidato, AMLO, las simpatías de los electores no cejan de aumentar. Una rápida ojeada a los sucesos que configuran la contienda en el estado de México revela la desesperada táctica para impedir, al costo que sea, el triunfo del nuevo partido.