¿De los tratados de libre comercio?
or qué tanto terror o angustia o desesperación ante los asertos de Trump sobre la revisión, si no es que anulación, del TLCAN? ¿Acaso no vimos ya durante 22 años y medio las consecuencias catastróficas económicas y sociales que este tratado ha tenido en nuestro país? Concedo que los pasados cuatro gobiernos, en su mayoría dirigido por personas de mediana edad, salidos de familias acomodadas y en general educados en Estados Unidos, no conocieron lo que era este país nuestro: más dueño de su soberanía, independiente en política exterior, pero, sobre todo, casi autosuficiente en alimentos, por lo que habrán de sorprenderse de los reclamos que hacemos la mayoría actual y en especial de quienes, como yo, insistimos en aprovechar la coyuntura trumpiana para sacudirnos los malos acuerdos del TLCAN, que han contribuido a la miseria alimentaria de nuestro pueblo y comprometen la viabilidad de un porvenir justo desde casi todos los puntos de vista, empezando por la vida y la salud humanas y la interacción sustentable con la naturaleza (tierra, agua, fauna y flora), temas que ya se han tratado varias veces en estas líneas, pero a los que debemos sumar la pérdida de una educación con calidad ética, histórica y científica en las nuevas generaciones.
Pues, figúrense quienes piensan lo contrario, la ética no está ni nunca estuvo en la historia peleada con el desarrollo de la ciencia, esto sucedió sólo cuando una minoría acaparó las riquezas de casi todos y, para conservarlas y concentrarlas aún más, encauzó los fondos para la investigación científica hacia métodos de sometimiento forzado en contra de poblaciones voluntariamente dejadas en la ignorancia; hasta desarrollar los más sofisticados mecanismos para cometer los asesinatos masivos llamados guerras. En vez de que ciencias y técnicas tuvieran como finalidad la mejoría de las condiciones de existencia de todos.
Porque, si los tratados de libre comercio en el pasado fueron convenios de paz e intercambio equilibrado de bienes y servicios, es decir, intercambio de excedentes de producción y de trabajo especializado, conforme a los diferentes medios naturales en que se desarrollaron originalmente, el resultado fue virtuoso: no muertes en la pelea por apropiarse algo ajeno, sino el descubrimiento de los otros que dio lugar a las mixturas humanas y culturales y, notoriamente, a las cocinas del mundo.
Pero, con el comienzo del capitalismo y su etapa imperial, el neoliberalismo de los siglos XX y XXI, dejó el libre comercio de consistir en intercambios equilibrados tendientes al entendimiento y la paz entre naciones, sino que fue convertido en un instrumento (y en particular el TLCAN) de sometimiento político y exacción económica, como una red por la que circulara la sangre de todos para alimentar a unos dejando en la anemia a los otros. Sin embargo, esta circulación vital no debilita al pueblo mexicano para alimentar al estadunidense, porque las mismas causas empobrecen y enferman a ambos, y porque su enemigo común está en las clases empresarial y política de ambas naciones, quienes se enriquecen de manera inmoral y obscena. Más los estadunidenses, dado que su inversión en nuestro país, multiplica con mucho la de nuestro puñado de capitales nacionales en Estados Unidos.
Trump manotea y vocifera, dizque defendiendo al pueblo que votó por él (pueblo igual o más ignorante que el nuestro, que tiene en cambio reputación de listo, hábil y capaz) haciendo creer a los suyos, tal vez sinceramente, que él los sacará de la miseria material y moral en que el neoliberalismo los ha hundido. Tal vez algún día, demasiado tarde, reconozca el pueblo estadunidense en su conjunto que el chivo expiatorio de sus desgracias, nuestros migrantes en su tierra, los ayudaron a progresar en sus granjas, pequeños negocios, talleres y factorías que el neoliberalismo devora.
Mientras tanto, nosotros ¿por qué nos encogemos ante la perspectiva de que nuestro esclavizador nos retire su manto de oscuridad y con ello nos permita recomenzar a inventar nuestro país bajo una luz nueva?
Nos achicopalamos ante lo que no entendemos, como es el TLCAN y sus perversiones. Por eso se le prohíbe al pueblo aprender otra cosa que lo dictado por los tratados internacionales representados por los cerebros salidos de las universidades estadunidenses. Y se le prohíbe escuchar los medios de difusión que inviten a pensar y cuestionar la realidad en la que vivimos. Tenemos la obligación de difundir la información que devele el trasfondo de los tratados internacionales neoliberales. Para, además, impedir que se confundan con tratados internacionales bona fide hechos con países como el nuestro en América Latina.