a distancia entre Haití y Estados Unidos es semejante a la de Cuba y el vecino del norte. Por razones diferentes, en un caso políticas, ideológicas y económicas, y en el otro por la simple razón de la pobreza, en ambos países los migrantes consideran que el paraíso está al doblar la esquina.
Paraíso que soñaran los haitianos al ser independientes en 1795, el segundo en las Américas después de Estados Unidos, al ser el primer Estado independiente de población mayoritariamente negra y mulata y, por razones obvias, el primero que suprime la esclavitud.
El paraíso soñado no fue tal, baste recordar a la dinastía de dictadores tan afamados y recordados como Papá Doc, Françoise Duvalier (1957-1971), y su hijo Baby Doc, Jean Claude Duvalier (1971-1986), y los posteriores gobiernos democráticos que no acaban de tomar forma.
Por su parte los cubanos participan del sueño americano por partida doble, por su tradicional, histórica y conflictiva relación con Estados Unidos, semejante en cierto modo a la de México y Puerto Rico y por medio siglo de relación privilegiada con Estados Unidos, que concedía refugio automático a todo aquel cubano que pisara su territorio.
No obstante su cercanía y la obsesión de muchos de llegar al supuesto paraíso, en fechas recientes el camino ha sido largo y tortuoso para los cubanos y los haitianos en los últimos tiempos. Ambos países ostentan pasaportes que tienen más ventajas que desventajas para viajar internacionalmente. Los haitianos sólo pueden viajar sin visa a 45 países del globo, y ocupan el último lugar en América Latina en el ranking de pasaportes; mientras los cubanos sólo pueden viajar libremente a 61 países. A modo de comparación, los mexicanos pueden viajar a 132 países sin visa y los que mayor libre movilidad tienen son los finlandeses, suecos y británicos, que pueden viajar sin visa a 147 países.
Por ende para los haitianos las posibilidades de conseguir visa para luego llegar a Estados Unidos se reducían a tres países: Guyana, Ecuador y Brasil, este último por un trato preferencial, después del terremoto de 2010. De ahí que algunos optaran por la vía de Guyana para luego internarse en la Amazonía hasta Manaos y luego a alguna ciudad importante como Río o Sao Paulo. Y otros preferían ir a Ecuador, que vivía su primavera utópica de país de libre acceso global, para luego pasar a Perú o Bolivia y entrar por la selva a Brasil. Para los cubanos, además de Ecuador y Guyana, existía la posibilidad de Venezuela y Brasil, especialmente para los médicos que tenían convenios especiales de colaboración signados durante los periodos presidenciales de Lula y Chávez.
En cualquier caso el periplo para llegar a México, a las puertas del paraíso, fue sumamente complicado y lleno de penalidades. En la mayoría de los casos se trataba de migrantes con recursos económicos y con capital social radicado en Estados Unidos. Los haitianos contaban con los ahorros realizados en Brasil durante la fase de pleno empleo para la industria de la construcción en los años anteriores a la celebración del Mundial de Futbol (2014) y las Olimpiadas (2016).
En el caso de los cubanos los recursos provenían de la venta de propiedades en la isla o del apoyo de parientes radicados en Estados Unidos. Los médicos que optaban por desertar podían contar con ahorros realizados con estoica austeridad, dado que 50 por ciento del salario tenía que ser repatriado a la isla.
La avalancha de cubanos que llegaron a México en los últimos años fue in crecendo a partir de la política de acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. Esa fue la señal de alarma que detonó la salida de muchos que veían como una amenaza la distensión y un posible cambio de la política de pies secos-pies mojados
que permitía a los cubanos el acceso irrestricto al asilo.
Para los haitianos la alarma fue la candidatura de Trump, su posible triunfo y un cambio radical en el acceso a la audiencia para solicitar asilo. En ambos casos, miles de cubanos y de haitianos se han quedado varados en la frontera norte a la espera de lograr una audiencia o un cambio de política migratoria.
No obstante, las órdenes ejecutivas de Trump señalan claramente que la política de asilo ha cambiado y que a priori
se considera que se ha abusado de la generosidad del imperio. Otro punto que tiene como destinatario directo a Haití, entre otras naciones, es su amenaza de que los países de origen se verán obligados a aceptar a los deportados y porque de negarse a recibir a sus connacionales habría consecuencias.
Con respecto a Cuba, paradójicamente, dada su costumbre de lidiar con varios frentes a la vez, Trump no ha manifestado una posición clara. Tampoco ha denostado públicamente o en Twitter los acuerdos realizados por Barack Obama. Pero es claro que tiene una deuda con los votantes conservadores de La Florida.
Sin embargo, el ajedrez geopolítico global requiere de fijar posiciones. El desdén o la amenaza en el caso cubano podría ser contraproducente y abrir una puerta en el Caribe a la influencia de China, Rusa y posiblemente Corea del Norte. El compás de espera tiene su límite, tanto para las naciones, como para los migrantes que tendrán que optar por quedarse en México o regresar a su país. Los haitianos, acostumbrados al ritmo despiadado del capitalismo laboral, ya se han incorporado al mercado urbano de la construcción en varias ciudades fronterizas, mientras los cubanos juegan dominó, a la espera de que el Estado o Trump se apiade de ellos.
Como quiera, este parece ser el fin del flujo migratorio caribeño que llegaba a México con las esperanza de entrar al paraíso. Con más razón le toca a México ver la forma de integrarlos. La migración en tránsito va dejando lugar a la migración de refugiados.