l violador desconocido. Hace apenas dos años, al celebrarse el 70 aniversario de la derrota nazi por los ejércitos aliados en la Segunda Guerra Mundial, salieron a la luz documentos que ratificaban lo que era ya muy conocido por investigaciones anteriores: el grado de violencia sexual ejercido contra muchas mujeres en los territorios liberados por las fuerzas vencedoras, también la cantidad de suicidios femeninos y abortos practicados en Berlín o en Varsovia por traumatismos derivados de una brutal misoginia revanchista.
Una película de 2008, Anónima: una mujer en Berlín (Anonyma – Eine Frau in Berlin), de Max Färberböck (Aimée & Jaguar, 1999), interpretada de modo formidable por Nina Hoss, refiere y condensa de modo punzante el drama vivido, según los cálculos de hospitales, por más de 100 mil mujeres violadas por militares, y por 995 peticiones de aborto, sólo en 1945, año de la liberación. La responsabilidad del ejército soviético en esta materia ha sido uno de los mayores tabúes en la historia reciente, y su discusión supone hoy en Rusia una denigración al ejército que puede ser castigada con multas y hasta cinco años de prisión.
Lo que plantea Cordero de Dios (Les innocentes), de la francesa Anne Fontaine, no es entonces un asunto menor ni se limita a ser una denuncia más de intolerancias religiosas. Revela el caso real de una congregación de monjas en un convento benedictino en la Polonia de 1945, donde siete de ellas, víctimas de violaciones por soldados soviéticos, viven su preñez como el sórdido resultado de una humillación doble, la del sometimiento físico por el soldado que debía liberarla de la tiranía nazi y la del daño irreparable a su voto de castidad y entrega religiosa.
Basado en un guión de Sabrine B. Karine y Alicia Vial, con participación de Anne Fontaine y el cineasta Pascal Bonitzer, a partir del diario de Madeleine Pauliac, una médica francesa, testigo y partícipe muy directo del drama vivido por las religiosas polacas. En la cinta, su nombre es Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge), y es una voluntaria muy eficiente de la Cruz Roja en los territorios liberados. Su perfil contrasta vigorosamente con el de las monjas a las que decide prestar ayuda: es hija de padres comunistas, muy celosa también de su independencia, y por si ello fuera poco, también se declara atea. Su propósito, a la vez humanitario, profesional, y político, es preservar la salud de las monjas embarazadas y la de sus hijos expuestos desde su primer día a todo tipo de inclemencias. Los obstáculos que enfrentará Mathilde son la sustancia de una trama interesante y cautivadora, llena de revelaciones y sorpresas.
La cinta no brilla, sin embargo, por su originalidad en el aspecto formal, algo que sorprende en la realizadora de Las historias de amor terminan mal… en general (1993), pero que está muy a tono con el cine comercial que ha realizado en últimas fechas (La chica de Mónaco, 2008; Coco Chanel, 2009). Se diría inclusive que Cordero de Dios tiene el aspecto de un buen telefilme, decoroso y con excelentes intenciones de señalamientos históricos y sociales. Para volver su trama más atractiva para el gran público, la película añade, casi con calzador, una historia sentimental muy escueta e insubstancial entre la protagonista y un colega médico judío. Conviene, pues, no detenerse demasiado en esas convenciones genéricas y tomar la cinta como buen punto de partida para cuestionar algunos mitos de la corrección política, como el de la virtud de los ejércitos liberadores, inmune siempre a la tentación de la barbarie.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: Carlos.Bonfil1