sta primera vuelta de las elecciones en Francia tendrá sin duda un récord absoluto de abstenciones y votos en blanco o nulos y, salvo en el caso de Marine Le Pen, de extrema derecha cuyos electores coinciden con ella, también un récord de votos prestados a quienes, como Emmanuel Macron o Jean Luc Mélenchon, por lo menos aparecen como posibles vencedores de una segunda vuelta que evitaría el triunfo de la Trump francesa.
Los indecisos decidirán quién enfrentará a Marine Le Pen, la candidata de Trump y de Vladimir Putin (su campaña fue financiada por un banco de la KGB). En efecto, las últimas encuestas daban 23-25 por ciento a la xenófoba, ultranacionalista y racista Marine Le Pen, 23 por ciento al banquero y representante de la Central de los empresarios, Emmanuel Macron, social-liberal, 18 por ciento a Jean Luc Mélenchon, socialista, y entre 16 y 18 a François Fillon, católico conservador, derechista apoyado por el ex presidente Nicolás Sarkozy y enjuiciado por corrupción. Pero las encuestas tienen un margen de error superior al 2.5 y, además, fallaron en ocasiones similares. Por ejemplo, cuando en las presidenciales anteriores le daban a Mélenchon 18 por ciento, éste solo obtuvo 11 por ciento de los sufragios. O cuando daban como vencedor de la interna de Los Republicanos (la derecha) a Sarkozy, ganó Fillon y cuando en los sondajes aparecía vencedor de la interna del partido socialista Manuel Valls, pero ganó Benôit Hamon, socialdemócrata de izquierda.
Las masivas movilizaciones de la Nuit Debout, primero, y contra la modificación de la ley del trabajo, así como la gran concurrencia a los actos públicos de masa de Mélenchon en todas las ciudades donde los realiza (y la gran simpatía que ha logrado el vencedor real de los debates, Philippe Poutou, del Nuevo PartidoAnticapitalista) indican que existe una fuerte izquierda social. Pero entre los menores de 25 años, el abstencionismo llegaría a 70 por ciento, de modo que no es seguro que toda la izquierda social vote por los candidatos de izquierda o de extrema izquierda y, en cambio, la extrema derecha votará como un bloque y la derecha constitucional se dividirá entre Macron y Fillon.
Mélenchon tiene aún posibilidades (en el momento en que redacto esta nota) de obtener algunos votos más de gente que hubiera votado por Hamon, el socialista, o los pequeños partidos de izquierda o de centroizquierda y que a último momento optarían por un voto útil
antilepenista. Pero aún así, es difícil que esos sufragios le basten para superar a Macron, que obtiene electores entre los más conservadores del centroizquierda y los menos reaccionarios de la derecha. Si Mélenchon fuese el más votado después de la candidata del Frente Nacional, la aplastaría en la segunda vuelta, el 7 de mayo próximo. La Le Pen (que trata de ocultar su apellido para no aparecer fascista como su padre, que la apoya públicamente), en efecto, llegó a un techo en su votación mientras que Mélenchon podría reunir los votos de la extrema izquierda y de la socialdemocracia más la mayoría de los votos conservadores –pero no fascistas– de los partidos capitalistas (una minoría de los cuales se dividiría entre Marine Le Pen y la abstención).
Si, como es probable, el segundo en votación fuese Macron, ex ministro de Hacienda del presidente François Hollande, en la segunda vuelta reuniría toda la derecha (lo que le quitaría votos al Frente Nacional) pero no contaría con una enorme cantidad de votos de la izquierda, del centro y de la extrema izquierda, que preferirían abstenerse para no tener que optar entre la extrema derecha fascistoide y el candidato de los grandes patrones, de la Merkel y de Bruselas.
De todas formas, se puede prever desde ahora una muy movida tercera vuelta
que se disputará en las calles y las fábricas tanto en el caso de que las presiones de la Unión Europea y la fuga de capitales le impidan a Mélenchon aplicar su programa social como en el caso de que los franceses vean reaparecer en el gobierno, apenas maquillados, a los hombres y mujeres de la derecha de Vichy y del nazifascismo.
Francia tiene 66 millones de habitantes y casi 12 por ciento de inmigrantes que no votan pero trabajan, consumen, pueden hacer huelgas, hacer manifestaciones o tirar botellas molotov si les empujan hacia la violencia. Sustituir esos trabajadores por franceses nativos o expulsarlos de Francia, como propone Marine Le Pen, es imposible y desataría la guerra social en Francia.
La continuidad de la política de Hollande, pero aún más neoliberal, que propone Macron satisface sin duda a los grandes capitales pero es rechazada sea por 25 por ciento de los votantes que podrían seguir a Marine Le Pen, sea por 25 por ciento de votos de la izquierda y la extrema izquierda, sea por 15 por ciento de los votantes del centro izquierda socialdemócratas o nacionalistas gollistas. O sea, por la parte más activa de la población francesa, la cual podría paralizar el país con sus protestas constantes.
Por último, si al igual que Gérard Depardieu, el amigo de Putin, los capitalistas emigrasen porque los impuestos a los ingresos o las medidas económicas o sociales propuestas por Mélenchon no fuesen de su agrado, también daría un gran salto la protesta social.
No hay que pensar por consiguiente sólo desde un punto de vista electoral sino que hay que prever cuáles serían las posibles consecuencias de la victoria eventual de uno u otro candidato en el segundo turno electoral del 7 de mayo.
Un nuevo Trump, en este caso femenino y aliada a Putin, cambiaría por otra parte el panorama europeo. Un nuevo Tsipras, pero en Francia y no en un pequeño país como Grecia, no es imposible pero es improbable. La continuidad hollandista equivale a hundirse cada vez más en el pantano. Ahora bien, los franceses comerán ranas pero no son ni batracios ni lagartos y el Marais (pantano) dejó malos recuerdos.