a elección presidencial en Francia este domingo es una competencia incierta en la que algunas sorpresas podrían presentarse. El resultado final podría ser decisivo para el futuro de la Unión Europea. Cuatro candidatos importantes se disputan el pasaje al Palacio del Eliseo en París. Pero los punteros son Emanuel Macron, candidato centrista que se autocalifica de independiente
y Marine Le Pen, la representante de la extrema derecha. Los otros dos son François Fillon, el candidato conservador que ha caído en desgracia por su nepotismo cuando fue primer ministro, y Jean-Luc Mélenchon, el candidato de una izquierda que se anuncia insumisa.
En relación con la Unión Europea (UE), existe una línea divisoria fundamental entre Macron y Fillon, de un lado, y Mélenchon y Le Pen, del otro. Los primeros mantienen una posición claramente favorable a la UE y en favor de permanecer en la esfera del euro, mientras que los segundos prevén organizar un referendo sobre la permanencia en la UE e incluso sobre la pertenencia a la unión monetaria. Claro, la diferencia entre Le Pen (Frente Nacional) y Mélenchon (Francia Insumisa) es enorme. La primera combina posiciones racistas con un nacionalismo a ultranza, mientras que el segundo busca fortalecer la tradición generosa inspirada en lo mejor de la república francesa y su historia.
El escenario que los sondeos anuncian como más probable es el paso a la segunda vuelta de Emanuel Macron y Marine le Pen. Ambos tienen alrededor de 22 o 23 por ciento de las intenciones de voto al día de hoy. De materializarse ese escenario, los sondeos señalan a Macron como triunfador en la segunda vuelta con más de 60 por ciento de los votos.
El programa de Macron es parecido al de Fillon y tiene por objetivo recuperar la rentabilidad que el capitalismo francés ha perdido a lo largo de las dos últimas décadas. Para lograrlo su paquete de medidas se asemeja a la combinación de keynesianismo y neoliberalismo que introdujo en Japón el primer ministro Shinzo Abe en 2012. El primer paso para alcanzar ese objetivo consiste en reducir la carga impositiva que hoy pagan las empresas, pasando de 33 a 25 por ciento. Esta reforma fiscal se acompañaría en el esquema de Macron de una reforma laboral en la que las empresas podrían negociar aumentos en la jornada de trabajo, lo que significa eliminar por la vía de los hechos la semana de 35 horas de trabajo que hoy está vigente en Francia.
Pero las sorpresas no se descartan pues los sondeos de las últimas semanas registran un ascenso importante para Mélenchon. Éste podría derrotar a alguno de los dos punteros, Macron o a Le Pen, para pasar a la segunda vuelta. Se piensa que de enfrentarse al racismo xenófobo de Le Pen, Mélenchon pasaría a ser triunfador, pero eso depende de una buena parte del electorado conservador que bien podría inclinarse por el estandarte del Frente nacional.
De los cuatro candidatos punteros, el único que ofrece una alternativa que puede calificarse de izquierda es Mélenchon. Su estilo contrasta con el de los candidatos tradicionales de la izquierda institucional
. Su retórica fuerte le permite sentirse cómodo frente a un auditorio de miles de personas (como lo demuestran sus recientes concentraciones en Marsella o Toulouse). Además, su conocimiento de los detalles técnicos en cuestiones económicas le convierten en un contrincante temible en eventos más cerrados, como lo revelan muchos debates en emisiones de televisión. El programa de Mélenchon incluye una convocatoria para una asamblea constituyente y una nueva constitución en la que se daría por terminada lo que él llama la monarquía presidencialista
. También se acompaña de un referendo sobre la permanencia en la Unión Europea, así como una serie de medidas en materia de política económica para generar empleos mejor remunerados y duraderos. En materia energética el programa de esta izquierda contempla el abandono del proyecto nuclear francés y un fuerte impulso para el desarrollo de las energías renovables, incluyendo su integración industrial para la producción de plantas eólicas y solares.
El legado económico de la gestión de Hollande no es nada halagüeño. Al presidente saliente le gusta afirmar que el crecimiento ha sido constante, pero la única constante es la mediocridad de ese desempeño (el año pasado se alcanzó la tasa de crecimiento más alta de su mandato: 1.1 por ciento). Ese crecimiento está impulsado por el consumo, no por la inversión y el desempleo se mantiene tenaz en 10 por ciento (24 por ciento para jóvenes). La generación de empleo se apoya en la precariedad: el 86 por ciento de los empleos nuevos son temporales y la gran mayoría se apoyan en contratos de un mes. Al mismo tiempo, casi la mitad de los desempleados en Francia tienen más de un año sin una ocupación remunerada, lo que hace más difícil su reinserción económica.
Francia se encuentra en una encrucijada. Hoy el capitalismo francés no está resolviendo los grandes problemas de bienestar social y responsabilidad ambiental.
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