¿Bienestar en la vejez?
n la columna anterior nos referíamos a las actitudes y aptitudes de los viejos como requisitos para una vida no sólo con los mínimos de dignidad, sino con los máximos posibles de bienestar, lo que en muchas ocasiones tiene que ver con una existencia a prudente distancia de parientes solícitos y familiares ambiciosos. Haber aceptado esta alternativa es el testimonio que nos comparte el octogenario independiente Antonio Ocampo.
“Alguna vez me casé, pero, como se dice, no hubo compatibilidad de caracteres. Era extranjera, aunque igual de dominante y controladora que la mayoría, en esa obsesión femenina por ocuparse de la pareja incluso a costa de sí misma. No soy amiguero, pero tampoco antisocial. Procuro estar informado sin exagerar, sobre todo para poder platicar con otros sobre temas variados o provocar la conversación, pues muchos caen en un mutismo dañino.
“He podido viajar mucho, por gusto, por cultura y por comparar. Viví 12 años en el extranjero, donde percibo más respeto y consideración por los viejos. Veo bien, todavía manejo, tengo reflejos que me han evitado accidentes y conservo un sentido de libertad que la gente ha perdido. Si hoy quiero viajar a una ciudad y no a otra, lo hago sin problema gracias a mi salud y a Dios. Puede decirse que estoy casado conmigo mismo y, si eres paciente y flexible, te acostumbras a este tipo de pareja que casi no discute y prefiere leer como forma de platicar. Me gustan la historia y las biografías, pero no la Biblia; me ahuyenta su poca credibilidad de época. Sin embargo, los domingos voy a misa, más por costumbre y por el gusto de ser bendecido por Dios.
Creo en una trascendencia espiritual, en que la vida no acaba con la muerte física, creo incluso en fenómenos paranormales que a muchos aterran, como que una escoba me golpeara en la cabeza al poco tiempo que murió mi madre. De los 75 a los 80 me caía con frecuencia, después ya no. Hago mucho ejercicio y camino más despacio. De regreso a México estuve a punto de casarme, luego tuve una pareja encantadora, que desafortunadamente ya tiene Alzheimer. Claro que nada ni nadie es para siempre, por eso disfruto de cada día. Vivo mi momento, el del país y el del mundo. Me entero pero no me aflijo. No tengo miedos porque no los alimento en mi mente. Cuando suceda sucederá y no estoy pensando en escenarios dramáticos ni en situaciones trágicas. Vivo cada día y nada más.