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Made in Oaxaca Paola Ávila Dentro un país diverso, donde la reivindicación de cultura originaria ha obedecido a muy variados intereses –ser una herramienta de cohesión en algunos pueblos ante el despojo territorial, ser una reivindicación con fines políticos de instituciones, e incluso estrategia de venta–,-existen distintas relaciones entre las producciones culturales y el contexto social, económico, lingüístico, biológico y todo lo que conlleva un territorio. En los años recientes, en mi aproximación con artistas jóvenes en los valles centrales de Oaxaca he observado una estrecha relación, mezcla de ruptura y reconocimiento, con la cultura originaria. Un ejemplo es la claridad en el concepto de la producción del colectivo Tlacolulocos. Saben que su nombre no es el común de un crew grafitero o ni de un colectivo de artistas visuales; lo eligieron con la conciencia de que Tlacolula, su lugar de origen, es el espacio donde permanecerán, donde está su estudio y donde se ancla el sentido de su trabajo. Sin embargo no hablan de un Tlacolula folclórico y colorido, ya que nacidos en él, conocen la entraña del pueblo. Y tienen una mirada profunda de los fenómenos que existen en su pueblo y en el estado: -“Lo cultural ahora ya se mezcló, en mi obra hablo mucho de eso […] como los fenómenos extranjeros y más que nada en Oaxaca, que tiene un chingo de contacto tanto por el turismo como por gente que trabaja en los Estados Unidos, esos fenómenos culturales se van mezclando […] por eso es el pedo de ‘El sur nunca muere” […]’ la gente del istmo cree mucho en la muerte [… y con] el rollo pandillero, yo lo mezclé en ese sentido” (Canul. 2013). Su producción se centra en pintura, murales y video. Predominan el blanco y negro como respuesta a la imagen que han impuesto a los pueblos como sitios turísticos, donde se ven coloridos e impecables hasta los mercados. -“[…] los dos videos que he hechos sí salen cosas feas, o sea, salen los bares, las putas, salen los borrachitos que se quedan en la calle, los polis vendiendo […] sí se contrasta bastante la visión turística que tiene Tlacolula y la realidad de Tlacolula se ve muy evidente” (Cosi. 2013). Una de las fiestas emblemáticas en México, cooptada por la industria en tiempos recientes, es la del Día de Muertos; los Tlacolulocos la reivindican con un mural en su pueblo, se vuelve parte de la fiesta pero con una reelaboración de la muerte más cercana a la Niña Blanca de las pandillas. A la vez que llegan a pintar pan con su amigo Luis de Mitla, cuya familia realiza el tradicional pan adornado para esas fechas. Otro ejemplo muy puntual es la producción de Equis X Rone. Su plástica no es realista pero él dice que la elabora a partir de sus vivencias de niño y en los pueblos en los que ha estado. Cuando le pregunté de qué manera empezó su producción plástica recordó una anécdota: -“como a las seis, siete años […] en una comunidad de la sierra que se llama El Cucharal […] ahí tenían una costumbre que se llama Los tejorones, entonces la tradición era ponerse máscaras, se ponían máscaras pero tú elaborabas tu máscara […] nuestro abuelito nos hacía máscaras de cartón, les inventaba cosas y nos las dejaba así, pues, para que nosotros las interviniéramos” (Equis X Rone. 2013). De esta experiencia y de hallarse en un sitio propicio, un río, creó una instalación artística: -“En el ensamblaje quise hacer mis raíces pero llenas de vida, raíces que estaban muertas pero que ya les di vida […] esa idea nació cuando fui a un río de por allá, ¿no? Vi un carrizo tirado y [..]. Me imaginé muchas cosas, que era un personaje de allá, pues, eran personajes […] ¡ah! ese es un tejorón […] y les puse unas fusiones de pájaros, de animales, pues resultó eso, personajes antropomorfos” (Equis X Rone. 2013). La convivencia social, cultural y con su entorno ha sido la que lleva a los jóvenes oaxaqueños a crear; por eso la obra está provista de sentido, en contraste con otros productores que hacen obra sólo por negocio, como enfatizaron algunos entrevistados, aclarando que su interés es distinto.
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