Otras lecturas de una temporada no tan grande
Continúa la hispanopatía
legó a su fin la multibautizada, según la índole de los carteles y el supuesto imán de taquilla de los ases importados –Pasión hecha a mano
, Feria de la Cuaresma
y, arrepentida la empresa TauroPlaza por la mezcolanza de ritos, Sed de triunfo
–, la primera temporada grande organizada por el relevo empresarial de la intocable empresa que durante 23 años fue sacando a la gente del coso, al reducir la rica tradición taurina de la plaza México a autorregulado escenario de ensayos y errores.
Si bien la nueva
empresa recuperó en general la edad y el trapío de las reses, tras dos décadas de becerros y novillones, la realidad es que a esa presencia obligada del toro con cuatro años cumplidos no correspondió, ni remotamente, la bravura, lo que redujo a su mínima expresión la suerte de varas, prevaleciendo en los festejos la mansedumbre y el pujal o puyazo fugaz en forma de ojal, tanto por las dimensiones de la puya como por la falta de fuerza en los astados.
A lo anterior hay que añadir que la mayoría de las faenas consideradas de apoteosis
fueron realizadas con toros de la ilusión, es decir, noblotes, de una embestida rayana en la docilidad y repetidores, aunque su estilo les impidiera humillar, llegándose a excesos, como que Morante, en dos tardes, sólo toreara reses de Teófilo Gómez. En condiciones de extrema comodidad regresaron toreros importados ya muy vistos, y los nuevos poco o nada pudieron decir. La asistencia ocasionalmente rebasó la media entrada.
De los 12 matadores que comparecieron en las cuatro corridas pasadas destacaron Juan Luis Silis, Antonio Mendoza, Antonio Romero –quien resultó herido de gravedad–, Fabián Barba, Gerardo Adame –corneado en ambos muslos– y Pepe Murillo, de calidad verdaderamente excepcional. Falta que el monopolio taurino y la pálida competencia quieran incluirlos con un poco más de frecuencia que hasta ahora; son toreros sobrados de cualidades para rivalizar en serio.
Luego de leer en La Jornada del pasado jueves los rebuznos emitidos por el presidente de Radio y Televisión Española (Rtve), José Antonio Sánchez, en reveladora conferencia, más por lo que refleja –muerto Franco, continuó el franquismo; es decir, esa visión enana de la vida y del ser humano– que por las estupideces que pretendió sustentar –“España nunca fue colonizadora, fue evangelizadora y civilizadora(…) Lamentar la desaparición del imperio azteca es como mostrar pesar por la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. La cultura azteca era un totalitarismo sangriento fundado en los sacrificios humanos”– me entero de las premiaciones del grupo Bibliófilos Taurinos de México a lo que consideró más destacado de la temporada 2016-2017 en la plaza México.
Como es costumbre, desplegó su devoción por los ases importados y poco o nulo interés por los nuestros. El mejor toro, No que no, de Barralva, deficientemente lidiado por Paco Ureña en la decimoquinta corrida. Declararon desierto el premio al mejor encierro –impensable reconocer a Piedras Negras– y se fueron en grande con los de afuera. Mejores lances a José María Manzanares, por las verónicas y chicuelinas a Romancillo, de Teófilo Gómez. Mejor puyazo, al picador español Pedro José Morales a Chocolate, de la ganadería de Teófilo Gómez. Mejor peón de brega, el español José Antonio Carretero, por su actuación con Peregrino, de Teófilo Gómez. Mejor quite, Julián López El Juli, por las cordobinas a Don Marcos, también de Teófilo Gómez.
Mejor subalterno, el mexicano –oh– Ángel González. Mejor faena, Enrique Ponce, por la lidia a Venadito, de Fernando de la Mora. Mejor estocada, Enrique Ponce, a ese mismo toro. Más un reconocimiento especial a Enrique Ponce “por el gran valor artístico y técnico en la faena de muleta a Tumba Muros, de Fernando de la Mora”. Y triunfador de la temporada, Morante de la Puebla, por dos faenas a reses de Teófilo Gómez. ¿Entonces por qué no premiaron a Teófilo?