hronicles: Volume One, de Bob Dylan, puede no ser ni siquiera el volumen uno y a la fecha único de su autobiografía pero se le acerca. Hallazgo y regalo de mi pareja, he tenido conmigo este libro desde su primera publicación, en 2004, pero no lo había leído hasta ahora, 12 años después. Si me tardé tanto en leerlo fue por temor a decepcionarme. ¿Con quién me iba a encontrar? Como si la imagen que sus canciones y sus actitudes me han dado de él a partir de que empezó a cantar, el trovador descontento con el estado del mundo dispuesto a denunciarlo y hacerse oír, fuera a desmoronárseme apenas me enterara de su propia versión de sí mismo, así como de su perspectiva de la realidad. ¡A qué escisiones puede uno llegar! Confieso que entre la impresión personal que tuve siempre de Dylan y la que se me enfocó al leer su vida según él mismo, se interponía la distorsión que provoca el temor a equivocarse, o la total falta de confianza en mis apreciaciones y conclusiones individuales.
Tampoco me ayudé al evitar leer lo que a lo largo de su carrera transmitían de él los medios. Si lo retrataron fielmente, no me enteré; si lo rodearon de rumores para insultarlo o para ensalzarlo, ya fuera con el fin de destruirlo o de protegerlo, ya fuera por los escándalos que podía causar o que de hecho causaba, o por la envidia que despertara, no me enteré. Yo lo oía directamente a él, afuera y adentro de mí; lo veía directamente a él, afuera y adentro de mí. Su existencia me acompañaba y era suficiente para mí.
Y lo cierto es que cuando finalmente leí su vida contada por él mismo, no sólo no me decepcioné, sino que mi sensación de él se afinó y se enriqueció. En mi reafirmado reconocimiento de Dylan intervino otro regalo que recibí. En esta ocasión y en estos días, de Iván Restrepo. Se trata de No Direction Home: Bob Dylan, el documental que Martin Scorsese hizo de Dylan en 2005, es decir, a un año de la aparición de sus Chronicles: Volume One, y que vi en la pantalla durante los días que leía estas Chronicles: Volume One.
Si tuviera que definir con un solo término el sedimento que ambos documentos dejaron en mí, elegiría el del asombro, y no porque a través de ellos me hubiera enfrentado a un Dylan que no intuyera, o que no conociera, sino porque, a través de ellos, se perfiló mi respeto hacia Dylan. Dejó de ser para mí un ícono admirable pero quimérico, y se transformó en un hombre al alcance de mi mano (metafóricamente hablando). Humana y socialmente consciente y sensible para mí lo ha sido desde siempre, pero ahora lo conocí como un poeta y un músico vulnerable, inseguro, tímido, persistente, educado. Educado en el sentido de civilizado, de deseoso de hacerse del conocimiento en toda su profundidad y en toda su amplitud, decidido a ir tras él, con los medios que pudiera y hasta donde su talento, su capacidad y su habilidad le dieran.
Recorrí con él sus trabajosos principios, cuando antes de los 20 años dejó la casa paterna en una población al norte de Estados Unidos, y llegó a la ciudad de Nueva York en busca de sí mismo
, según se dice. Sólo que él intuyó en dónde buscarse
. Supo llegar a los cafés frecuentados por músicos conocidos y hacerse oír en ellos, con una paga muy baja. Antes de alcanzar un buen sueldo y poder tener un lugar propio, dormía en donde diferentes amigos le fueran dando posada, y si los amigos tenían libros en su casa, Dylan los leía al despertar, como oía su música y se enteraba de lo que era el mundo, la música folclórica en particular. En el libro no cuenta cómo empezó a tocar, pero desde el principio tenía muy claro a quién quería seguir, y era a Woody Guthrie, al que memorizaba y en el que se inspiraba. Su conciencia de la grandeza de Guthrie era tal que se informó dónde encontrarlo para visitarlo. Y pronto acomodó en su tiempo una visita frecuente a Guthrie, quien vivía, enfermo, en un sanatorio. Tuvo otros modelos, y llama la atención lo bien que se refiere no sólo a los grandes que iba conociendo sino a sus compañeros de generación, entre quienes no se sentía superior. De todos estaba dispuesto a aprender, aun cuando ya fuera él mismo desde hacía años.
Pero lo más fantástico fue enterarme de que Bob Dylan es un padre de familia, casado con la misma mujer toda la vida, con quien tuvo y educó a varios hijos e hijas, y que anticipa con ilusión cuando lo hagan abuelo.