Garantizar sus intereses geopolíticos en la zona, objetivo del Kremlin
Domingo 9 de abril de 2017, p. 20
Moscú.
Por más advertencias apocalípticas que hayan formulado voceros rusos de lo que pudo haber ocurrido, en el contexto del reciente ataque con misiles crucero de Estados Unidos contra una base aérea del ejército sirio, es difícil imaginar que Rusia pudiera involucrarse en una guerra nuclear por Siria.
Más bien, para decirlo con propiedad, que pudiera aceptar una suerte de suicidio por el pedazo de territorio que controla en la región de Latakia, dividido el país árabe entre el régimen de Bashar al Assad y las zonas bajo dominio de la oposición con apoyo de Irán o contra la voluntad de Turquía, además del territorio donde mandan el llamado Estado Islámico y otros grupos islamitas radicales, enfrentados entre sí todos los actores de esta tragedia.
Rusia, es obvio, nunca dudará en usar todo el poderío de su arsenal nuclear en caso de una agresión contra su territorio. Siria no lo es, aunque forma parte de uno de esos conflictos en que su poderío militar le permite reclamar que se le reconozca como potencia con voz y voto.
Promueve un arreglo político, en el cual busca no tanto perpetuar a su aliado nominal, el régimen de Al Assad, como conseguir que se garanticen sus intereses geopolíticos en la región.
La diferencia con la época soviética –en que se enfrentaban el mundo capitalista y el campo socialista, dos proyectos de existencia antagónicos y basados en valores diferentes–, ahora la pugna que se da entre Rusia y Estados Unidos es la típica entre dos países capitalistas, uno más pobre que el otro, pero ambos con armas nucleares.
El Kremlin comenzó su campaña militar en Siria, que se suponía de tan sólo varios meses, como un intento de distraer la atención del tema de la anexión de Crimea y del conflicto en el este de Ucrania, que marcaron el distanciamiento con Estados Unidos y sus socios.
Rusia se presentó, de pronto, como aliado en la lucha contra el Estado Islámico, argumentando que cerca de 7 mil ciudadanos de origen postsoviético se sumaron a las filas yihadistas en Siria, por lo cual era perentorio aniquilarlos antes de que regresaran.
En realidad fracasó la apuesta de que su irrupción en el conflicto sirio podría relegar a segundo plano la controvertida participación de Moscú en los asuntos internos de Ucrania y contribuir a restablecer el proceso de incorporación de Rusia al exclusivo club de grandes países capitalistas, roto desde entonces.
Sin embargo, surgió la oportunidad de convertir las pequeñas instalaciones de logística naval en Latakia en la primera base militar lejos del territorio ruso, de varias que tiene ya en el país árabe, la mayoría en esa región, sin contar las que Rusia conserva en varios países de la antigua Unión Soviética.
Pero a Rusia no sólo le interesaba consolidarse, desde el punto militar, en esa parte del Mediterráneo y, sobre todo, pretende no quedarse al margen del reparto del petróleo y otras riquezas naturales de Siria después de la caída, más temprano o más tarde, del régimen de Al Assad.
Los beneficiarios de ese posible botín no son los sectores menos favorecidos de la población rusa, sino un grupo reducido de magnates que controla las grandes petroleras de Rusia y que, ¿casualmente?, hicieron las inmensas fortunas que poseen a la sombra de su amigo del alma, el presidente Vladimir Putin.
Probar armamento moderno
De modo paralelo, la campaña en Siria le sirve a Rusia para probar, en condiciones reales de guerra, su armamento más moderno, al tiempo que libera la presión de militares que, a cambio de viáticos y premios incomparables con sus ingresos aquí, participan gustosos en los bombardeos contra el enemigo que designe el liderazgo político en aquel país lejano por una causa que, en esencia, no es suya, y que asumen en silencio sus muertos, conforme a las reglas del juego, que incluyen reconocimientos póstumos puertas adentro y compensaciones monetarias a los deudos.
Por eso mismo están en Siria los experimentados ex soldados sin empleo que, a cambio de un buen sueldo, forman parte de los llamados ejércitos privados que asesoran a los militares sirios, custodian los sitios estratégicos del régimen de Al Assad o encabezan incursiones sobre posiciones yihadistas, sabiendo que si mueren nunca serán reconocidos por Rusia, aunque en vida gocen de privilegios como llegar en aviones que aterrizan en las bases aéreas rusas en suelo sirio o recibir ahí atención médica en hospitales militares en caso de resultar heridos.
Ahora, después de que Estados Unidos –con su unilateral ataque de misiles contra una base aérea siria– regresó a su política exterior normal y, de paso, arruinó los esfuerzos por lograr un arreglo político en Siria, Moscú tendrá que empezar de nuevo a promover otra instancia de negociación que certifique en el papel lo que se está gestando en la práctica: la fragmentación de Siria en varios feudos bajo patrocinio de Estados Unidos, Rusia, Irán, Turquía y Arabia Saudita, principalmente.