El ruso dirigió ayer la Orquesta Sinfónica y Coro Esperanza Azteca
Domingo 2 de abril de 2017, p. 3
Presenciar al director ruso Valery Gergiev al frente de la Orquesta Sinfónica y Coro Esperanza Azteca fue una experiencia extraordinaria para las 4 mil personas que asistieron ayer al concierto realizado en las áreas verdes del Centro Nacional de las Artes (Cenart), el cual agradecieron con una larga ovación.
Considerado el gran maestro de la música rusa, Gergiev abrió el concierto con la Obertura de Ruslán y Ludmila, de Mijail Glinka (1804-1857). Su rostro serio se transformó con los primeros acordes, y como ya es tradición, en su mano derecha entre su dedo pulgar e índice llevaba su minibatuta para guiar a los 223 jóvenes que representan a los 17 mil alumnos que integran las orquestas Esperanza Azteca.
Para su presentación en México, el director de la Orquesta del teatro Mariinsky eligió un programa formado por obras potentes y alegres que se disfrutaron en el escenario abierto.
Los jóvenes de la orquesta y el coro seguían atentos cada gesto y movimiento de Gergiev, quien con genialidad movía su pequeña batuta, mientras sus dedos aleteaban indicando el sonido exacto. Sus gestualidades eran mínimas, pero tenían un fuerte efecto en los músicos.
Considerado por los expertos como el hombre más poderoso de la música de concierto, Valery Gergiev invitó al proscenio al violinista de la Orquesta Filarmónica de Múnich, Lorenz Nasturica-Herschowici, y a los cantantes Dmitry Grigoriev y Alexander Mikhailov.
En el podio, Grigoriev interpretó el aria Gremin de la ópera Evgeny Onegin, de Piotr Ilyich Chaikovsky, y Mikhailov sorprendió al público con su interpretación del Olim lacus colueran en un fragmento de Carmina Burana, de Carl Orff.
La interpretación de los jóvenes fue explosiva y festiva en las Danzas polovtisanas de Alexander Borodin. De la introducción, a cargo del coro, se pasó al jolgorio con la danza general y de las esclavas, para terminar con una potente danza de los hombres salvajes.
El público, que se cubre del sol quemante del mediodía con sombrillas y hasta con el programa de mano, sigue la música con un ligero movimiento de su cabeza. Un chico, que se encuentra sentado a la sombra de un árbol, se deja llevar por el ritmo y levanta su mano derecha y la mueve de un lado a otro para sentir lo que en ese momento Gergiev siente.
La magia del magno concierto continúa con Carmina Burana, pieza reconocida por el público mexicano, ya que empiezan a grabar con sus teléfonos celulares ese instante sublime que produce el coro y la orquesta.
Arte desde el corazón
Los músicos también disfrutan el momento. El concertino Lorenz Nasturica-Herschcowici no deja de mover su cabeza y en su rostro se dibuja una sonrisa; uno de los violonchelistas de la orquesta danza con su instrumento y los jóvenes del coro cantan desde su corazón.
La minibatuta en manos de Gergiev también danza: va y viene con el sonido fuerte de la ópera. Al final llega la ovación y el público se pone de pie. Los aplausos no cesan y en más de tres ocasiones el director ruso regresa al escenario para agradecer la entrega del público mexicano.
Antes del concierto, el director de la Orquesta del Teatro Mariinsky expresó que los jóvenes de la Sinfónica y Coro Esperanza Azteca aprendieron mucho en los ensayos, ya que, como músico, tiene el deber ético y moral de transmitir sus conocimientos a los niños y adolescentes, como hace en Rusia con el Programa de Jóvenes Artistas Atkins, que brinda oportunidades para su desarrollo artístico y perfeccionamiento de habilidades vocales y crecimiento profesional.
En el concierto de Gergiev asistieron personalidades como la titular de la Secretaría de Cultura, María Cristina García Cepeda; el embajador de Rusia, Eduard Malayán; el director del Cenart, Ricardo Calerón, y el chelista Carlos Prieto.