uestra compañera Miroslava Breach fue asesinada hace una semana. No se sabe aún quienes perpetraron tan alevoso crimen. Se respira crueldad. Poco a poco se levanta un clamor que no cesa. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos atrae el caso y llama a frenar agresiones contra periodistas y activistas. Las pesquisas se realizarán enfocadas en su labor periodística.
Los acontecimientos y circunstancias de la muerte de Miroslava propician múltiples especulaciones e hipótesis en torno a la evolución, curso y consecuencias a las que ha dado lugar. Son muchos los calificativos que podrían serle aplicados.
Los hechos poseen una realidad tan evidente que turba cuando no irrita. Irritación que es defensa a una rabia contenida a punto de estallar. El país envuelto en un resplandor entre una pequeña luz esperanzadora y sombras, muchas sombras; entre la vida y la muerte.
Mas el lenguaje, la palabra, nunca termina de dar cuenta de aquello que se nos escapa, se oculta y sin embargo es el centro del asunto. Aquello que por enigmático e imperceptible no resulta descifrable. No obstante, si atendemos a lo percibido por los sentidos, aunado a nuestra interioridad, existe la posibilidad de establecer una probable lectura de los hechos
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En este recuento de los daños, sea cual sea el desenlace, lo que prevalece es una dolorosa sensación de desamparo ante la situación que vivimos. Una sensación de desconfianza y miedo recorre la República y se desliza en las negociaciones. Las autoridades muestran incapacidad para presentar resultados convincentes.
Como en el castillo de Franz Kafka, la cima no es el fin, sino lo inaccesible. Una puerta que conduce a otra, un secreto que oculta otro secreto… Una desconfianza que hace interminables cada punto, cada coma, cada pausa, cada palabra, que pueden ser llevados hasta el infinito.
Desconfianza en los límites del encuadre (tiempo, lugar, personas, formas de expresión, respeto mutuo) que a su vez se tornan ilimitados. Desconfianza en el orden para plantearse los temas. Reflejo de una experiencia en la que queda abolida la conciencia abierta a lo inimaginable, con severos matices persecutorios y querulantes que de algún modo proscriben las palabras que corresponderían a su dominio.
Una desconfianza que pone de manifiesto un abismo construido de desconfianzas mutuas entre autoridades, donde el lenguaje (diálogo) es motivo de interminables sospechas. La falta de confianza básica no hace más que poner de relieve el instante, los instantes trágicos, en que el sentido se destruye y se llega a la violencia.