Opinión
Ver día anteriorDomingo 26 de marzo de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Diócesis de Cuernavaca: de Méndez Arceo a Ramón Castro Castro

A la memoria de nuestra compañera Miroslava Breach Velducea

H

oy en las redes sociales y en las noticias de diversos diarios se habla del obispo de Morelos Ramón Castro Castro como de un hombre que no sólo reparte bendiciones sino encabeza manifestaciones que disgustan al gobernador y a su gabinete.

Desde Cuernavaca, el obispo se suma a la lista de nuncios que han sabido acompañar a sus feligreses. Su defensa de la paz en un estado agobiado por el narcotráfico y su asistencia a las marchas que reclaman justicia y tranquilidad para las familias morelenses lo han llevado a un abierto enfrentamiento con el gobernador, quien apeló a la Secretaría de Gobernación para llamar a Castro Castro a entrar en orden y no meterse en asuntos de política.

Monseñor Castro Castro nació en Teocuitatlán de Corona, Jalisco, el 27 de enero de 1956. Es licenciado en Filosofía por la Universidad del Valle de Atemajac, Guadalajara. Se ordenó presbítero en mayo de 1982 y en 1985 ingresó a la Pontificia Academia Eclesiástica de la Santa Sede que lo llevaría al servicio diplomático vaticano. En Roma obtuvo la licenciatura en Derecho Canónico por la Universidad Gregoriana y el doctorado en Teología Espiritual.

En 2013, el papa Francisco lo destinó a la diócesis de Cuernavaca. Castro y Castro había estado en la de Campeche y tal como denuncia en la revista Proceso la reportera Rosario Santana, el 15 de mayo de 2013, fue criticado por construirse una residencia valuada en 10 millones de pesos y por supuesto encubrimiento de sacerdotes de dudosa reputación que salieron de otras diócesis, lo que hasta la fecha no se ha podido demostrar. Monseñor Castro respondió que hay muchas cosas que podrán criticarle, pero no podrán decir que soy flojo. Y las cifras confirman sus palabras: durante su periodo al frente de la diócesis de Campeche se redujo notablemente la proliferación de sectas, aumentó el número de parroquias de 34 a 61 y de sacerdotes de 54 a 114, y a su llamado a protestar acuden miles de morelenses, ya que un año después de su arribo a la diócesis de Cuernavaca convocó a una manifestación por la paz que tuvo gran repercusión. En mayo de 2015, su marcha de 20 mil personas molestó al gobierno estatal.

En julio de 2016 organizaciones civiles y redes ciudadanas, choferes, universitarios y campesinos se dieron cita en un salón del claustro de la Catedral de Cuernavaca en presencia del obispo; ahí se formó el Frente Amplio Morelense que un mes después convocó a más de 100 mil manifestantes que demandaban la salida del gobernador.

Monseñor Castro Castro ha denunciado actos criminales que ya son moneda corriente y agobian a los morelenses, como el secuestro y asesinato de Luis Manuel Manzanares Mendoza, hermano del párroco de Tetela del Volcán.

La diócesis de Cuernavaca se caracteriza por haber sido pastoreada por obispos sabios, emprendedores y celosos, como Fortino Hipólito Vera, Francisco Plancarte y Navarrete, Manuel Fulcheri Pietrasanta, Francisco Uranga, Francisco González Arias, Alfonso Espino y Silva y, sobre todo, nuestro querido Sergio Méndez Arceo, quien le dio un cariz especial por su pensamiento innovador. Nombrado obispo, tomó posesión el 30 de abril de 1952 en la capilla colonial abierta de San José. Multitudes se congregaron para recibirlo. Desde el púlpito, el dignatario entregó su corazón a los fieles y aclaró que bendecía con emoción a los ricos y a los pobres, a los creyentes y a los no creyentes.

Con Méndez Arceo la tradición obispal de Cuernavaca cambió: la primera noche, el obispo oró en los pasillos del seminario a la vista de los alumnos. Restauró la catedral, cultivó la amistad de intelectuales católicos y de otros alejados de la Iglesia, historiadores como Jesús Silva Herzog –el gran colaborador de Cárdenas– y Silvio Zavala. (Es imposible olvidar que Méndez Arceo del Río era primo de Lázaro Cárdenas por el apellido Del Río, y lo presumía con una gran sonrisa). En Cuernavaca, visitaba a Felipe y a Monna Teixidor, grandes amigos de Tina Modotti y Edward Weston (que no sólo no estaban casados, sino que se retrataban en cueros en la azotea de su casa en la avenida Veracruz) y asistió a las tertulias de los Teixidor, a cuya casa llegaban Alfonso Reyes y el cardiólogo Ignacio Chávez, entre otros.

Muchos empezamos a ir a Cuernavaca para oír las misas domingueras al ritmo de jazz que lanzó Méndez Arceo en las que cualquiera podía levantarse, alzar la voz y con los brazos en el aire moverse muy a gusto, como en los negro spirituals. Al principio, las misas (también las hubo de mariachis) dieron mucho de qué hablar, pero Méndez Arceo también organizó temporadas de concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional, que nunca había tocado en Morelos, y la música clásica tranquilizó a los beatos y a los conformistas. Puso la capilla de San José a disposición de actores para que representaran no sólo Autos Sacramentales, sino obras clásicas y modernas. Muchos deben recordar la puesta en escena de T S Elliot, Asesinato en la catedral, en 1960.

Su amplitud de pensamiento impactó a todos. Carlos Fazio recuerda que las declaraciones de Méndez Arceo en septiembre de 1966, en Caracas, en defensa del cura Camilo Torres, la revolución y la violencia dieron la vuelta al mundo: Las revoluciones violentas de los pueblos pueden estar en algunos momentos de la historia absolutamente justificadas y ser totalmente lícitas, porque la revolución en el propio sentido de renovación es finalizar lo inacabado o aquello que se puede perfeccionar. Las palabras del obispo tomarían mayor sentido en 1968, cuando condenó en una homilía memorable la masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en el Distrito Federal: Me hace hervir la sangre la mentira, la deformación de la verdad, la ocultación de los hechos, la autocensura cobarde, la venalidad, la miopía de casi todos los medios de comunicación. Me indigna el aferramiento a sus riquezas, el ansia de poder, la ceguera afectada, el olvido de la historia, los pretextos de la salvaguarda del orden, la pantalla del progreso y del auge económico, la ostentación de sus fiestas religiosas y profanas, el abuso de la religión que hacen los privilegiados.

No sólo eso, Méndez Arceo adquirió muy pronto la costumbre de visitar a los estudiantes presos en el negro Palacio de Lecumberri, sino que entre sus nuevas costumbres de alto dignatario, adquirió la de ir a recoger quelites en la colonia Rubén Jaramillo para mostrar su solidaridad con los paracaidistas más abandonados que se habían posesionado de un pedacito de tierra y un guamúchil. Méndez Arceo trató al autor de El arte de amar, Erich Fromm, y su intervención en el monasterio del sacerdote belga Gregorio Lemercier resultó crucial.

La experiencia del sicoanálisis hizo que la mayoría de los monjes salieran de Santa María. Lo curioso es que la sicoanalista era una mujer. Susan Sontag, quien también venía a Cuernavaca a visitar a Ivan Illich, el no-educador, se interesó mucho por este experimento. Por tanto, entre todos los estados es en Morelos donde los sacerdotes siempre han dado de qué hablar y Ramón Castro Castro, con su mirada dura y enfadada, no es ninguna excepción.

Después de la matanza de Tlatelolco, que la voz oficial limitó a 35 muertos, el obispo Méndez Arceo arremetió con su palabra del 27 de octubre: Ante los acontecimientos que nos llenan de vergüenza y de tristeza (...) hay que considerar positivo y consolador que los jóvenes hayan despertado así a una conciencia política y social, y que aporten a México una esperanza que es nuestro deber alentar. Que la certidumbre en los estudiantes y en la ciudadanía de la magnanimidad y del respeto a la justicia y del imperio de la libertad, borre el temor de que tenga lugar en México, después de las Olimpiadas, un periodo de dureza, de represión, de mano férrea, de persecución al pensamiento y a su expresión.

Fue el único sacerdote que visitó a los presos políticos del 68 en Lecumberri, que ya habían iniciado una huelga de hambre pidiendo libertad y rapidez en el proceso de sentencia. El obispo les dijo: “(…) he venido a regocijarme porque ustedes están trabajando por la liberación”. Después, convocó a otros párrocos a decir misa en memoria de los muertos, un año después de la matanza. En la catedral manifestó: queremos reunirnos a la distancia de un año para descubrir el sentido del acontecimiento del 2 de octubre, que por su magnitud en dolor y sangre no debe pasar inadvertido ni olvidarse. Ante todo hombre crítico, continuó: Llevamos años de tolerar muchas injusticias en nombre del mantenimiento del orden, de la paz interior, del prestigio exterior.