a Constitución de la Ciudad de México es un documento histórico importante; a pesar de ello, el proceso electoral por el cual fueron escogidos los 60 diputados que fueron electos para integrar la Asamblea Constituyente, junto con los designados, no despertó mucho interés en los ciudadanos; tan sólo un número cercano a la tercera parte de los posibles votantes acudió a las urnas. Después, una vez integrada la asamblea, diversos organismos no gubernamentales, comunidades originarias, vecinos, comerciantes y otros, junto con muchos ciudadanos en lo personal, fueron interesándose cada vez más en los diversos temas de la agenda y participaron al lado de los diputados.
Se recibieron y escucharon en las mesas de trabajo a todos los que pidieron ser oídos; innumerables grupos y organismos presentaron sus puntos de vista, sus objeciones y aportaciones. La mesa de Pueblos y Barrios Originarios organizó la más amplia consulta que se haya visto sobre el tema y así lo reconoce la Organización de Naciones Unidas; ciudadanos de diversas tendencias políticas, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, se presentaron en la Plaza Manuel Tolsá a esperar a los diputados que caminábamos del Palacio de Minería al de Xicoténcatl para entregarnos volantes escritos, peticiones y hasta unas figuritas de niños en la última etapa de gestación, que repartieron grupos proclives a la injerencia del Estado en el tema del aborto.
Expertos coincidieron en opinar que hacía mucho tiempo que en México no se daban debates de la altura que tuvieron los que ahí se escucharon; se innovó rompiendo el voto monolítico de los grupos parlamentarios; no hubo una mesa de coordinadores que tomara resoluciones a puerta cerrada para que fueran simplemente ratificadas por el pleno: la mesa de consulta fue precisamente eso, un lugar para escuchar opiniones y argumentos, pero nunca para tomar decisiones definitivas. Ningún grupo parlamentario de los 10 presentes en la Asamblea votó por consigna en forma unánime; dentro de cada grupo se dieron discusiones y hubo disensos.
El resultado, festejado por todos, fue un documento novedoso y de avanzada, aun cuando ciertamente, por lo heterogéneo de los 100 participantes no resultó un texto impecable desde el punto de vista gramatical o literario; sí fue, en cambio, una señal que el pueblo de México esperaba.
La Constitución de la Ciudad de México representa un quiebre histórico respecto de la línea neoliberal de cambios constitucionales y legislativos aprobados en los últimos 25 o 30 años. En efecto, las reformas a la Constitución federal, las de las constituciones locales y los cambios en la legislación secundaria durante este lapso fueron de corte neoliberal, los más significativos, los que surgieron del Pacto por México y dieron cuerpo a las reformas estructurales.
En toda esta legislación, de Salinas a Peña, la tendencia ha sido favorable a los intereses corporativos trasnacionales y protectora de la iniciativa privada. El quiebre que significa la Constitución de la Ciudad de México es hacia una ley de alto contenido social, que rescata la rama olvidada del derecho social y pone como valor supremo de la sociedad, no la competitividad
, tan cara a los neoliberales, sino la colaboración, la solidaridad y los conceptos de igualdad y justicia social.
Los responsables del sistema, los gobernantes del país que no leen, no saben historia, desconocen que la Revolución Francesa derribó una dinastía de 900 años a partir de que Luis XVI convocó a los Estados Generales sin imaginarse siquiera que en el juramento del juego de pelota los representantes del Estado llano y algunos nobles y clérigos asumirían su responsabilidad de representantes de la nación y no aceptarían ser sólo pasivos cumplidores de los mandatos de sus villas y parroquias. Como representantes de la nación juzgaron al rey, cambiaron el régimen, abolieron los títulos de nobleza y cambiaron la historia.
Los constituyentes de la capital también nos tomamos en serio nuestro papel y aprobamos un documento con mucho trabajo y muchos debates, pero de avanzada; a los poderosos del régimen, que hoy la combaten a pesar de que ellos abrieron la convocatoria inicial, les asustó el cambio de rumbo, el quiebre a una carta humanista y solidaria tan contraria a la legislación neoliberal.
No se esperaban que pasara lo que ocurrió; por no leer historia, no aprendieron que los pueblos se cansan, cambian, corrigen y enderezan rumbos. El neoliberalismo que nos imponen desde fuera no es lo mejor para el desarrollo y la felicidad del pueblo mexicano; los capitalinos están dando la señal para el cambio de derrotero; los constituyentes solamente fuimos sus intérpretes y eso no lo pueden soportar los guardianes de los intereses económicos de los potentados. Sólo así se explica una andanada tan desmedida y tan bien concertada en contra de la Carta Magna de la progresista Ciudad de México.