En Teziutlán, bellas faenas de Jerónimo y Federico Pizarro
Lunes 20 de marzo de 2017, p. a35
Ayer, en la decimonovena corrida de la temporada y segunda de Cuaresma, rebautizada ahora como Sed de Triunfo en la Plaza México, ocurrió algo verdaderamente insólito: antes de comenzar la función un monosabio levantó una pizarra con el nombre de la legendaria y relegada por la empresa anterior, ganadería tlaxcalteca de Piedras Negras, y de pie el público asistente desgranó una sonora ovación, en un gesto que intentaba reparar tantas negligencias y omisiones para en seguida dar inicio a una sucesión de bellos reyes de astas agudas que serían aplaudidos, primero al aparecer en la arena y luego al ser arrastrados por el tiro de caballos. Todos recargaron en el puyazo y mostraron las exigencias de la bravura en serio. Posteriormente, se solicitó un minuto de aplausos en memoria de los matadores Jesús Solórzano hijo, y Mauro Liceaga, fallecido la mañana de ayer.
En otro cartel desalmado, hicieron el paseíllo Antonio García El Chihuahua –31 años de edad, ocho de alternativa y 19 corridas en 2016–, el regiomontano Juan Fernando –30 años, ocho de matador y dos tardes el pasado año–, el hidrocálido Mario Aguilar –25, siete y cuatro– y el zacatecano Antonio Romero –29, seis y ocho–, destacando por su compromiso responsable, actitud y nivel técnico Aguilar, que perdió la oreja de Ranchero por pinchar, y Romero, que sufrió una grave cornada en el ano cuando bordaba a Caporal. Inexplicablemente el jurado determinó que el quinto fuese toreado por El Chihuahua y no Juan Fernando, que con Artillero había realizado una digna faena por ambos lados malograda con el estoque.
El Chihuahua, luego de banderillear, le espantó las moscas al abreplaza Legendario que, como sus hermanos, exigió aguante, colocación y mando, y en el quinto escuchó sonora rechifla y gritos de ¡toro!
Mario Aguilar consiguió con Ranchero una tanda de templados derechazos y otra de naturales superiores. A su segundo lo recibió con bellos lances y realizó una faena entre altibajos que acabó aburriendo al toro y al público. Y una pena que Antonio Romero, quien se perfilaba como el más destacado con el mejor toro, Caporal, luego de tres cambiados por la espalda y templadas tandas por ambos lados, fuese prendido y corneado.
A la postre el triunfador de la tarde resultó el ganadero de Piedras Negras, Marco Antonio González Villa, que fue ovacionado en el tercio al doblar el quinto y obligado a dar apoteósica vuelta al concluir el festejo. No se merecía tan prestigiado hierro un cartel como este.
El día anterior, en Teziutlán, Puebla, la ganadería de Gonzalo Iturbe, sangre pura de Piedras Negras, sirvió para comprobar la diferencia abismal entre pasar con docilidad y embestir con bravura, al grado de que el rejoneador Rodrigo Santos resultó seriamente lastimado, con fractura de costillas, al intentar matar a pie a su primero, y uno de sus peones sufrió la luxación de un hombro al ser alcanzado, en tanto que el público, que hizo tres cuartos de entrada, experimentó la emoción incomparable de atestiguar la bravura.
Federico Pizarro le tumbó una oreja a su primero, y otra más a su segundo por un trasteo derechista. Por su parte, Jerónimo, con la intensa expresión torera que posee, recibió a su primero con lucidos mandiles y estructuró en los medios una inspirada faena por ambos lados, resolviendo e improvisando con una naturalidad y una estética inigualables. Dejó una casi entera y el público, enfebrecido, exigió las dos orejas para el torero, quien recibió a su segundo con verónicas de la casa y realizó una faena no sólo solvente, sino gozosa, para llevarse otra oreja, lo que hace augurar nuevos éxito con su apoderado el MVZ Sergio Ramírez. ¡Ah!, si la tauromafia se decidiera por la bravura y no por la comodidad.