os vimos por última vez en el aeropuerto de Guadalajara, después de que aceptó mi invitación a dar una conferencia sobre los peligros de privatizar la industria petrolera que impartió en el patio central, completamente lleno, del ayuntamiento de Zapopan.
Supe de él, por última vez, cuando llegó a El Torito, con una copa de más y no resistí la tentación de hablarle por teléfono para echarle carrilla
, misma que recibió con su consabida jovialidad. Pero lo cierto es que lo he tenido muy presente en mis reflexiones sobre la realidad mexicana contemporánea, tanto por lo que le oí decir en público o en corto
, como por la influencia que él mismo ejerció en ella.
Lo he dicho repetidas veces y lo sostengo. Jesús debió haber sido presidente de México en vez de Ernesto Zedillo, y creo que así hubiera ocurrido de haber hecho caso de algunos amigos, como el suscrito, y no hubiera cometido el pecado de la obediencia.
Cuando dejó la embajada en España debió de haberse ido a su casa y no quedar al servicio de Salinas como Secretario de Turismo. Ahí lo habrían ido a buscar a la muerte de Colosio… Su idea era ponerle un cierto freno al neoliberalismo económico. ¡Cuánta razón tenía!
Por otro lado, me permito comentar que Puerto Vallarta todavía recuerda la conferencia que, siendo embajador en Estados Unidos impartió en un ciclo que ayudé a organizar. Hasta la fecha no ha tenido lugar con más asistentes. Aquel Camino Real, que ya no existe, tuvo que habilitar todo su espacio disponible para dar cabida a más de 1,200 personas que acudieron por su propia voluntad y sin más aliciente que el de oírlo.
Años después volvería y, tal vez, se hubiera repetido el aforo, pero ahora el local escogido no dio para más que unas ochocientas personas…
Mi primer contacto con él fue en el Distrito Federal, cuando quería salirse a jugar beisbol, y su padre, don Jesús, un verdadero ícono de la economía nacional y del México revolucionario, le reclamaba que mejor leyera para él. El pobre hombre vivió muchos años casi ciego.
Ante tal apremio, el entonces joven Chucho, descubrió en este vecinito, a la sazón de quinto o sexto de primaria, a un razonable lector substituto. Nunca entendí bien a bien los textos que leí pero al parecer si le servía mi empeño al patriarca. Fue mi primer trabajo intelectual remunerado, que por cierto no aparece en mi curriculum académico. En pago me hacía acreedor a un refresco Mister Q
de limón.
La vida nos separó cuando regresé a Guadalajara, y no hubo ya encuentros en mis ulteriores estancias en la capital, aunque, por supuesto, siempre estuve atento a sus ires y venires.
No fue hasta que viajé con mucha frecuencia a España, siendo él embajador, cuando nos volvimos a encontrar y me nutrí sobremanera con su amistad. No puedo negar que la noticia de su muerte me afectó mucho.
Asimismo, me cuesta mucho trabajo aceptar que ya desapareció, siendo que su vida fue sana, hizo ejercicio, cuidaba la figura, tenía solamente siete años más que yo y, sobre todo, podría seguir siendo muy útil a nuestra patria, más ahora que ésta no puede desperdiciar a sus mejores hombres. ¡Jesús fue, sin aspavientos, un mexicano a carta cabal!
Tal vez mantener viva su idea de país pudiera enseñarnos un buen camino a seguir y a mejorar la ruta.