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Un universo bajo nuestros pies: la Ercilia Sahores Regeneration International. Coordinadora América Latina [email protected] Solemos pensar en el suelo como algo que nos sostiene y nos da seguridad. Poner los pies sobre la tierra es una llamada a volver a la realidad. Cemento, asfalto, baldosas, tierra yerma, pasto; nuestra percepción de aquello sobre lo que caminamos es muy limitada. Si al mirar hacia el cielo nos sentimos abrumados por la cantidad de estrellas, planetas y satélites que nos miran desde arriba, al tomar un puñado de tierra en nuestras manos, la sensación debería ser equivalente. Según James J. Hoorman, “en una cuchara de té de suelo sano hay más microbios que gente en el planeta”. El suelo contiene una increíble diversidad de vida; en él conviven algas, hongos, bacterias, protozoos y muchísimas más criaturas. Lo que hacen estos habitantes del suelo es luchar por su supervivencia alimentándose de materia orgánica generada por organismos vivientes (plantas y animales) cuyas secreciones y residuos son ricos en carbono. Esta fuente de energía constante es asimilada por los microbios del suelo, que están constantemente hambrientos. Que tengan hambre es una muy buena noticia porque esto significa que en suelos sanos, con materia orgánica o comida disponible, la misma es absorbida en sus cuerpos o quemada como energía y secretada como dióxido de carbono. Ahora bien, la razón por la cual el carbono en un suelo diverso y hambriento no desaparece rápidamente es en gran medida porque las plantas constantemente lo renuevan. Las plantas tienen la capacidad de sacar carbono del aire y convertirlo en materia orgánica por medio del proceso de fotosíntesis, que todos aprendimos de niños. A través de la clorofila en sus hojas, las plantas absorben la energía de la luz y separan las moléculas de agua en átomos de hidrógeno y oxígeno. El oxígeno, como sabemos, es liberado hacia la atmósfera y el hidrógeno es almacenado temporalmente hasta unirse con moléculas de dióxido de carbono para crear carbohidratos simples como la glucosa de azúcar. Las plantas, claro, aprovechan su capacidad de fotosíntesis para crecer y alimentar su estructura celular pero de forma previsora derraman parte en el suelo como carbono líquido. Esto es un festín para los organismos del suelo, que devoran las secreciones de la raíz, que contiene carbono y ayuda a las plantas a su vez a producir más fotosíntesis y recomenzar el ciclo. Es entonces una relación simbiótica perfecta. Este ciclo virtuoso, sin embargo, se ha visto alterado por un depredador con poca visión a largo plazo: el ser humano. La agricultura como problema. Reducción de emisiones, energías alternativas, mercados de carbono. El planeta no da abasto y los desastres ambientales y la consecuente pérdida de biodiversidad son cada vez más evidentes. Pero el enfoque de reducción de emisiones es justamente eso, reduccionista, y será insuficiente en la medida en que no se complemente con un esquema que permita reabsorber las emisiones ya existentes en la atmósfera. La alimentación, la agricultura y el cambio en el uso del suelo para permitir mayores extensiones agrícolas son los mayores contribuyentes a la crisis climática. Según cifras del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), nuestro sistema alimentario en toda su complejidad es responsable de aproximadamente 43-57 por ciento de las emisiones humanas de gases de efecto invernadero (GIF) y continúa destruyendo la biodiversidad de los suelos por medio del uso de organismos genéticamente modificados (OGMs) y del monocultivo, con lo cual los nutrientes del suelo se destruyen; se amenaza la seguridad y soberanía alimentaria y la nutrición, y se reduce la resiliencia del ecosistema, cada vez más expuesto a los impactos de las inundaciones y las sequías, al eliminar el escudo protector provisto por el carbono orgánico del suelo. La agricultura industrial es un factor clave en la generación de GIF, pues los fertilizantes sintéticos y los pesticidas, los monocultivos, la deforestación, el transporte y desperdicio son parte de un sistema alimenticio que genera grandes emisiones. Desde que la humanidad comenzó a practicar la agricultura, labrando, arando, desmontando y deforestando, se ha liberado un exceso de dióxido de carbono, proceso que fue acelerado a partir de la Revolución Industrial, por medio de la industrialización de la agricultura y el uso de combustibles fósiles. Nuestros suelos están tan degradados que se libera mucho más carbono del que se recupera. Para efectivamente asegurar que podamos cultivar alimentos suficientes y ricos en nutrientes, es necesario revertir este ciclo cuanto antes, por aquello de que el carbono del suelo sale rápido, pero ingresa muy lentamente. La agricultura como solución. A veces la solución reside en el problema. En este caso, la solución está en el suelo. Si bien la manera en que cultivamos nuestros alimentos contribuye enormemente a la crisis climática, puede que también sea la mejor oportunidad que tenemos de restaurar el carbono en el suelo y no solo mitigar, sino revertir el cambio climático. Podemos resolver el calentamiento global y regenerar la tierra haciendo un manejo de uso de suelo consciente. Esto se encuentra al alcance de nuestras manos y ya cuenta con tecnología barata, replicable y escalable que es utilizada por miles de campesinos en el mundo. Un suelo diverso es un suelo sano, y éste se logra justamente protegiendo, estimulando su riqueza y rotando cultivos. Una de las claves para apoyar la vida de microbios en el suelo es estimular la diversidad, porque cuanto más diverso sea el suelo, será más sano y resistente. Un cultivo diverso previene pestes. Un monocultivo exprime la tierra, estimula enfermedades y no deja crecer y convivir a todos nuestros amigos que están bajo el suelo y que son parte de un sistema integrado. La próxima vez que estén en el campo, prueben recostarse en el suelo y observar. Si se encuentran sobre un suelo degradado, lo más probable es que solo vean amplios campos de filas perfectas de girasol, maíz y soya, uniformes y definidas y que a nivel de suelo la vida sea mínima. Si en cambio eligen un terreno que no haya sido sobreexplotado y que el agricultor consciente haya protegido sabiendo que es su herramienta, sustento y vida, se asombrarán al ver lombrices, escarabajos peloteros, nematodos, hongos... Restaurar el carbono en el suelo no es una fantasía. Es una necesidad y beneficia a todos: a los agricultores, para que puedan lograr mayores rendimientos y cosechas mucho más nutritivas, con suelos que retienen líquidos, y consumidores, que sabrán lo que están llevando a su boca. La complejidad y diversidad del suelo es un tema que debe tratarse cuanto antes. En vez de continuar invirtiendo en tecnologías que perforan, degradan y maltratan el suelo, debemos protegerlo, estudiarlo y alimentarlo. La agricultura orgánica regenerativa practicada sobre tierras agrícolas y de pastoreo holístico puede capturar el exceso de carbono en la atmósfera y devolverlo al suelo como materia orgánica. Esa es en definitiva la manera en que se formó el suelo y es una de las medidas más efectivas que podemos tomar para revertir el cambio climático, además de reforestar y eliminar nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Como consumidores, apoyemos a los productores que practican la agricultura orgánica regenerativa y devuelven más al suelo de lo que le quitan. Como ciudadanos, presionemos para que existan políticas públicas que apoyen modelos regenerativos, y cuando cultivemos o tendamos nuestro huerto, siempre tengamos el cuidado de dejar cultivos de cobertura, de rotar aquello que sembramos, de sumar más fertilidad a nuestra tierra. Pongamos de una vez por todas los pies sobre la tierra y entendamos que si no protegemos, honramos y alimentamos la diversidad del suelo, llevamos todas las de perder.
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