os mexicanos exiliados en Estados Unidos –no porque el país los llamó, sino porque su campo los expulsó–, viven días de intenso dramatismo ante las amenazas –algunas ya de hecho– de regresarlos a su tierra. El tema nos confronta con la invitación que hizo la doctora Anne Dufourmantelle, filósofa y sicoanalista, al notable pensador francés Jacques Derrida a dialogar en relación con el tema de la hospitalidad. Le solicitó el texto de las dos clases acerca de la hospitalidad y la hostilidad, el otro y el extranjero, dictadas en su seminario sobre el tema (La hospitalidad”, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2000).
En estas páginas he mencionado que la hospitalidad representa uno de los aspectos más significativos en la obra del escritor francés Jacques Derrida. El que no responde pero despliega e insiste en la pregunta, se pregunta y pregunta acerca de la hospitalidad, “de la acogida, de aquél, o aquello que acogemos o que no acogemos, en nuestra casa, lugar propio, en el chez-sol”.
Contesta Dufourmantelle. “La hospitalidad se ofrece, o no se ofrece; al extranjero, a lo extranjero, a lo ajeno, al otro. Y lo otro, en la medida misma en que es el otro, cuestiona en supuestos saberes, certezas, legalidades, e introduce la posibilidad de una separación dentro de uno mismo, cierta cantidad de muerte, de ausencia, de inquietud, donde nunca habíamos preguntado, o dejado de preguntar, si tenemos la respuesta pronta, entera, satisfecha, que permita afirmar seguridad y amparo”.
Acoger pues al extranjero, brindarle hospitalidad pregunta, confronta, angustia sin ambages, sobre nuestro propio desamparo. Extranjero que a todos nos habita y defendemos con ilusoria fantasía narcisista de completud, de unidad, de invulnerabilidad.
Negar la pregunta que el extranjero, el otro, plantea, implica reforzar la negociación, acudir a la omnipotencia, reforzar el narcisismo y desemboca, en la hostilidad hacia aquél o aquello que amenaza nuestra ilusoria completud.
El anfitrión –el mexicano– se torna vulnerable. El vecino insensible el que expulsa, erige muros que aíslen al otro o legislar de manera arbitraria, persigue o mata a aquel que amenaza su otredad. Los frágiles límites que una vez traspasados confrontan con la otredad que no sólo habita, sino que constituye.
Derrida opta por la pregunta; honesta, ingenua y poética. En este discurrir aparece de manera inevitable la poética, lo mítico, lo ancestral. Aparece Edipo, el extranjero desde siempre y para siempre, “muerto fuera de la ley, más allá de la ley, sin tierra ni tumba…” Sólo la poesía es capaz de decir, y no decir aquello, entre la ley y la transgresión. Puede hacer de la transgresión una ley: ¿cómo entender, si no, la trágica figura de Antígona, aquella que es íntegra, fiel a sí misma, ahí donde trasgrede?
La poesía en Derrida es amparo abierto, que puede ayudar en la defensa contra la antipoesía tecnológica que amenaza invadir la intimidad, pervertirla, hacerla pública, introduciéndose en lo más íntimo de la intimidad
.
El filósofo enuncia: Un acto de hospitalidad no puede ser sino poético
. El extranjero, al plantear la pregunta, me pone en duda
, sacude. El dogmatismo amenazante del logos paterno: el ser que es, y el no-ser que no es. El extranjero comienza por refutar la autoridad del jefe, del padre, del amo de la familia, del dueño de casa
, del poder de la hospitalidad. Mueve en el otro las mismas inquietudes que no se atreve a cuestionar. Cree vanamente que, sometiendo u hostilizando al amenazante extranjero que expulsa, podrá acallar o ignorar sus propios tormentos mentales negados.
El odio y la xenofobia que vemos intensificarse en la actualidad intentan fallidamente devastar desde dentro una relación originaria con la alteridad. ¿Lo podrán entender nuestros vecinos del norte?