icardo Bueno me llevó a conocer el Monstruo de la Tierra. Con paciencia me enseñó todos las veredas de su región, me hizo caminarlas con curiosidad y compartida devoción. Él trabajaba en Becán, el eje de un universo regional que es punto de contacto de estilos culturales, camino recurrente de mil pasos, manto de sutiles diferencias de un entramado común.
En Becán, esa ciudad maya que acoge a los viajeros para siempre, la arquitectura y el emplazamiento urbano nos dan cuenta del poder político, económico y militar que concentró y ejerció sobre su entorno. Su preminencia duró, aparentemente, del año 800 al 1250 de nuestra era. Con la sabiduría heredada del trabajo realizado codo a codo con Román Piña Chan, Ricardo Bueno descubrió un elemento singular que distingue a esta urbe: un largo y profundo foso que rodea el área ceremonial y que cuenta con siete accesos que permitían el paso de hombres y mujeres a las zonas habitacionales y a los campos de trabajo.
Pero fue en Chicanná, al repasar el abecedario del lenguaje simbólico de los mayas, donde aprendí que en la arquitectura de estos lares se resucita en cada parpadeo al Monstruo de la Tierra. Allí, el Edificio II está dedicado en toda la integridad de su fachada al rostro fabuloso que nos lleva al mundo eterno a través de sus fauces abiertas. No hay espacio que no sea usado para la composición simbólica. Sobre la plataforma donde descansa el edificio se extiende la mandíbula inferior que llega hasta la escalinata misma; allí están presentes los grandes colmillos y la lengua bífida.
Casi lo mismo vemos en el edificio principal de Hochob, donde el lugar de las cosas sobrevive a los instantes milenarios. Su fachada central es una de las expresiones más acabadas de la decoración en la arquitectura maya. En ella está representado el Monstruo de la Tierra con sus enormes fauces abiertas por donde se entra al mundo de los muertos y al mundo de los dioses. Ojos, cejas, orejas adornadas con orejeras y la gran boca con colmillos se extienden por toda la fachada, sumándose en una concepción fantástica. A cada lado de ella se labraron dos pilastras con tableros de decoración geométrica a manera de celosías que soportan la representación en piedra de sendas chozas mayas con techumbre de paja, sobre las que existió un personaje modelado en estuco con los atributos de una deidad solar.
Un mascarón fantástico con la representación de una deidad felina nos vigila desde la escalinata de una de las torres de Xpuhil. Lanzada hacia el cielo, la arquitectura de esta ciudad maya le otorga volumen al paisaje compitiendo, a un tiempo, con árboles y firmamento. La ciudad es el ejemplo faro del estilo Río Bec. Las fachadas del conjunto arquitectónico central, formado por tres edificios dispuestos uno al lado del otro sin configurar plaza alguna, miran al oriente. El frontispicio principal se divide en tres secciones y cuenta con dos torres de carácter eminentemente simbólico, pues todos sus elementos son exclusivamente decorativos: las esquinas del basamento están redondeadas, las escaleras no funcionan como tales pues no permiten subir ni bajar a ningún sitio, los vanos de las puertas son umbrales que no nos llevan a interior alguno, los templos sólo son muros decorados y las cresterías son aparentes, gracias a la cornisa que las separa del templo. En Xpuhil, tan augustas son sus torres que parece que los mayas le robaron para siempre sus acentos al mundo.
En todas las ciudades de la región es el agua la gran forastera. Para conjurar su ausencia la cultura maya, sociedad agrícola por excelencia, acudió a Chaac, dios de la lluvia, y le erigió templos donde labró su efigie en forma de mascarones superpuestos.
Ricardo Bueno me hizo transitar por la arquitectura que los mayas construyeron para domeñar el tiempo. Inmersas en la selva tropical del sur de Campeche una infinidad de ciudades sobreviven y son aún resguardadas por una inmensa variedad de flora y fauna que habita la región. Se mantienen en solemnidad sus edificios como ejemplo de la armonía del arte maya. La arquitectura y la escultura se combinan para realzar volúmenes y formas geométricas en un sorprendente manejo de la piedra caliza. En las fachadas de los templos de esta región fue reiterada la representación de los enormes mascarones del Monstruo de la Tierra por cuyas fauces abiertas se encontraba el camino al interior de la montaña sagrada, al inframundo, a la inmortalidad de la vida eterna. Pocas semanas después de enseñarme a cruzar por el umbral del Monstruo de la Tierra, Ricardo Bueno murió. Acababa de cumplir 33 años. En mi recuerdo es inmortal.